Nadie contó mejor los últimos 70 años de la Argentina como lo hizo la TV Pública. Desde su creación en 1951, el canal acompañó las transformaciones sociales desde su pantalla, con sus noticieros pero también con sus magazines y ficciones. Cada época tuvo su reflejo en el canal estatal, nunca indemne a cada momento político, social, cultural y económico. Pero no solo el canal lo contó a través de sus contenidos. En sus pasillos, que esconden secretos, leyendas y absurdos de las distintas gestiones, también están representadas las últimas siete décadas de la Argentina. LR 3 Radio Belgrano TV, LS 82 TV Canal 7, ATC o la TV Pública, según pasan las épocas y los gobiernos, forma parte de la identidad argentina. Con sus luces y sus sombras, que por primera vez son abordadas sin filtros en el libro Pantalla partida (Editoral Planeta), el trabajo de investigación que realizó Natalí Schejtman a propósito de las siete décadas de vida del canal. Un libro que, como ningún otro, entrelaza los vaivenes artísticos y políticos detrás de la historia del canal de bandera.

Pensar al viejo Canal 7 como una simple señal de televisión es no hacerle honor a su historia. Desde su misma creación, en aquella primera transmisión del acto por el Día de la lealtad, la política tuvo un peso fuerte y omnipresente en el canal estatal. Inexorablemente, recorrer su historia artística es repasar la historia política argentina y el rol que cada gobierno le imprimió a la pantalla. Ese vínculo es el que está contado en Pantalla partida, a través de material de archivo y numerosa bibliografía y más de 150 entrevistas a hombres y mujeres que formaron parte de la historia del canal desde diferentes lugares.

“La historia de Canal 7 en sus distintas reencarnaciones va contando, entre otras cosas, cómo cada gobierno concibió la comunicación: como negocio, como industria, como vehículo de propaganda, como derecho, como algunas de esas cosas o como todo eso junto”,le cuenta a Página/12 Schejtman. “Es inseparable para narrar la historia artística del canal investigar qué es lo que cada administración quiso hacer con él, lo haya logrado o no. Contar la pantalla y el detrás de escena me pareció una perspectiva fructífera en ese sentido: va hilando la historia política del país y de los medios”, detalla la periodista que tiene un Magister en Medios y Telecomunicaciones.

-¿El peso político es tan importante como el artístico-documental del canal?

-Es una tensión constante. Los gobiernos definen a las autoridades del canal y muchas veces buscan meterse en decisiones artísticas, piden por determinados programas, periodistas, y un star system. No todos se meten igual –el libro va contando esas particularidades–, no siempre son exitosos en lograrlo y muchas veces hay negociaciones entre Casa Rosada y Tagle en las que la puja por un sentido artístico o televisivo se choca con una lógica política que desconoce las reglas de la producción. Eso me lo fueron diciendo varios de los consultados que asumieron lugares de poder en el canal. Hay excepciones y también hay funcionarios del canal que combinan en sí mismos un entendimiento más orgánico de lo que quieren los dirigentes que los pusieron a cargo y también inventiva y conocimiento de las dinámicas propias de un medio de comunicación. Y hay momentos: Canal 7 pasó por momentos de ser considerado una prioridad gubernamental y por otros en que para nada y si bien eso suele redundar en presupuestos escasos también puede dar más aire. Te diría que un ejemplo de esto podría ser el breve paso de la Alianza por el canal, período en el que estuvieron Okupas –que se convirtió en un programa de culto–, Todo por dos pesos, Medios Locos, en un momento de conflictividad importante con los trabajadores. Después, es inseparable hablar de esta doble naturaleza política y mediática para contar lo que pasó durante el kirchnerismo, especialmente durante los gobiernos de Cristina Kirchner después del conflicto por la 125, cuando el canal tomó un lugar jerárquico para el gobierno en la discusión sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y en cada uno de los diversos conflictos que protagonizó. Canal 7 tuvo un lugar central y ambicioso: en términos de contenidos y producción, en términos políticos y en términos tecnológicos.

-¿Es posible contar la historia argentina a través de la vida de la TV Pública? ¿Nos representa?

--La perspectiva de un canal de televisión así te da la posibilidad de contar la historia por los contenidos que emitió la pantalla y por cómo esos contenidos se decidieron detrás de escena o qué es lo que estaba pasando. Por ejemplo, cuando yo veo el personaje de la empleada pública de Gasalla en los noventa en ATC como una burócrata que toma mate y come bizcochos de grasa –más allá de que me parece uno de los hitos de la comedia argentina–, no puedo despegarlo de que en ese momento ATC pasaba a ser una Sociedad Anónima y que durante toda la década del 90 la frecuencia número 7 estuvo a punto de ser privatizada. Ni de lo que estaba pasando con otras empresas públicas tampoco. Me parece que la pantalla del 7 te permite ese doble juego muchas veces. Con respecto a si nos representa, Canal 7 no ha terminado de cumplir con su misión federal y de representar o mostrar la diversidad social de la Argentina aunque hubo distintos casos aislados. Durante mucho tiempo, el canal interpretaba eso de ser federal como ir desde Buenos Aires al resto del país a "develarlo" o también solo dar cuenta de las expresiones folklóricas como si eso se asociara directamente al "interior". Hubo también otras iniciativas, como invitar a conductores de distintas provincias. Es un desafío que para que realmente cale en la pantalla se tiene que poder sostener como práctica y como política de contenidos a lo largo de los años. Si no, no dejan de ser cosas espasmódicas que no terminan de consolidarse como propuesta.

-Por lo general, los aniversarios redondos sucumben al tono celebratorio. En el libro, hay una mirada crítica, aunque no necesariamente negativa sobre el canal.

-Es interesante lo del tono celebratorio. Estuvo presente en el aniversario por los 60 años, donde no solamente se contaba la primera transmisión en clave de gesta, sino que se mostraba su continuidad con todos los avances tecnológicos que el canal podía mostrar en 2011, que ciertamente eran muchos. Todo muy épico, con algunas manchas excepcionales en los noventa o las dictaduras. Si te vas al aniversario de los 50 años, al documental que dirigió Miguel Rodríguez Arias, la mirada es más distante y analítica. Era el año 2001, un año de crisis y de gran cuestionamiento sobre el Estado, sobre nuestra historia reciente, sobre la política. Esos festejos incluyeron ese espíritu de época.

-La suya parece pretender desafiar esa suerte de “tradición epocal”.

-Me parecía importante en el libro tener una mirada crítica y leer la historia de los 70 años con sus continuidades y sus rupturas pero como un todo, no tanto como momentos mejores o peores inconexos entre sí. Defender la intervención del estado en distintas áreas de la comunicación, defender que el Estado administre un canal de televisión, no significa celebrar cómo esa intervención se ha dado hasta ahora. Eso mismo se aplica en varias otras zonas de la administración estatal. Y creo que está bueno el planteo porque si no queda todo reducido a dos grandes polos según los cuales o Canal 7 es un lugar dantesco o es genial y no se puede marcar sus taras históricas, sus falencias o sus desafíos.

-¿Qué cosas te asombraron o descubriste cuando te pusiste a investigar su historia?

-Lo que más me sorprendió fue la recurrencia y la circularidad. Ya en 1955, cuando asumió la Libertadora después del golpe militar, tenía una retórica de que el canal había sido un lugar de corrupción y militancia. Por supuesto que era una dictadura que proponía la desperonización como política oficial, pero ese discurso de borrón y cuenta nueva no ocurrió solo en el ‘55 con el ímpetu autoritario que implicó. Pasó en muchos otros gobiernos democráticos y también cuando asumía un nuevo director dentro del mismo mandato presidencial. En los ‘90 es totalmente así: los que asumen en 1989 tienen el discurso de que vienen a destapar la olla de todas los excesos del alfonsinismo: eran "los eficientes", los "profesionales". Cuando viene Sofovich en 1991 es descripto como un astuto conocedor del medio y de sus trampas que entonces iba a lograr controlarlas. Los que asumen después de él lo mismo, con el agregado de que Sofovich se había ido del canal con procesos judiciales y una gran nube de cuestionamientos. Siempre lo anterior es calamitoso y corrupto y lo nuevo es esperanzador hasta que viene alguien a reemplazarlo. En los últimos recambios de gobierno también se da un discurso refundacional: (Hernán) Lombardi asume en 2015 el Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos hablando del "Ministerio de la propaganda" y denostando la mayor parte de lo hecho en los medios públicos. Las autoridades que lo reemplazaron y asumieron en 2019 hablaron de "tierra arrasada" –una expresión que se utilizó para describir la gestión macrista en general–. No estoy diciendo cuán correctos o incorrectos son esos enunciados, digo que es toda una forma recurrente de hablar sobre el canal en 70 años.

-En Pantalla partida hay un importante foco puesto en lo que sucedió en el viejo ATC tras la dictadura y la recuperación democrática.

-Uno de los períodos que más me atrajo fue la vuelta de la democracia. Nadie dudaría en que entrar a un canal cuyo edificio había sido construido por la dictadura, con una marca creada por la dictadura –ATC– y después de lo que había sido la cobertura triunfalista de Malvinas de José Gómez Fuentes y 60 Minutos, era un desafío político, cultural, institucional y de todo tipo para las nuevas autoridades democráticas. La gente se miraba con desconfianza, se acusaban de complicidad, había personas que iban armadas a las primeras asambleas de trabajadores o musicalizadores que no querían usar canciones de Silvio Rodríguez en los programas. Esa transición me resultó tremenda y apasionante. Alfonsín le dijo al subgerente de noticias, Oscar Martínez Zemborain: "Abro un cajón y aparecen grillos, abro otro cajón y aparecen serpientes", para ilustrar las cosas con las que se iba encontrando en el Estado. Me pareció una descripción impactante para pensar lo que eran en 1983 algunos lugares en particular dedicados a la cultura y la comunicación como el 7.

-Pocos saben que el canal estuvo privatizado algunos pocos meses, allá por 1954.

-Después de la Ley de Radiodifusión de 1953, se abrieron las licitaciones para privatizar las distintas redes. La Red B consistía principalmente en Radio Belgrano y Canal 7, el único canal de entonces. Quien se quedó con esa red fue Jorge Antonio, que a diferencia de Jaime Yankelevich –factotum de Radio Belgrano e ideólogo de la instalación de la televisión a Argentina– no era un empresario de los medios, sino que a él le interesaba el desarrollo industrial. En este caso, el que venía de la mano de la importación y la fabricación nacional de televisores. Aunque Antonio también tenía una mirada integral sobre los medios: le interesaban para desarrollar una "conciencia industrializadora" en las audiencias. Decía que así como en Estados Unidos los medios enseñaban a reverenciar a Henry Ford o a Onassis, acá había que hacer algo parecido.

-¿Creés que los argentinos defienden, en general, la necesidad de contar con medios públicos? ¿Considerás que la sociedad en general entiende su valor/rol?

-No sé si puedo sacar una conclusión sobre "los argentinos". Según las generaciones, hay un sector que tiene una vinculación afectiva con los programas de su infancia, con el edificio –adonde iban los fines de semana porque era una plaza seca con juegos y otras atracciones–, con haber visto el fútbol. Otros que tuvieron o tienen una identificación más cercana al kirchnerismo o a alguna de sus discusiones como la Ley de Medios, recuerdan programas como 6, 7, 8. Y a la inversa. Creo que al ser un canal fuertemente vinculado a los gobiernos que pasan, muchas veces la relación de las audiencias está mediada por lo que esas audiencias piensan de los gobiernos. También, por esto mismo, al ser tan permeable a los vaivenes políticos, se hace difícil establecer un canal previsible y sostenible a lo largo del tiempo para que las audiencias lo reconozcan como parte de su vida, para que sepan que en ese canal siempre van a encontrar tal cosa. Su valor o rol no ha sido muy estable a lo largo de las décadas.

-¿Qué cosas positivas y qué negativas destacás de estos 70 años?

-Canal 7 fue cuna de programas de televisión nuevos, muchas veces arriesgados, que resultaron ser una marca cultural importante: pienso en El otro lado, de Fabián Polosecki, en La Noticia Rebelde, Mesa de Noticias, en programas educativos más cercanos en el tiempo como las clases de (Ricardo) Piglia sobre (Jorge Luis) Borges o ficciones como Los Siete Locos o El Marginal. Esa posibilidad de tomar riesgos artísticos y culturales es históricamente propia de la televisión estatal –aunque tuvo excepciones, porque muchas veces se lo veía para competir con los privados–. Me parece que ahí hay un aporte importante y después hay muchos otros desafíos.