Luis Felipe Noé inauguró el viernes pasado una exposición en la que lo más notorio es el despliegue de vitalidad de su pintura. El título de la muestra, “Tiempo sin edad” (tomado del libro de Marc Augé, El tiempo sin edad), de algún modo anticipa esa cualidad vital con la que se encontrará el visitante. Página12 entrevistó al pintor poco antes de la inauguración.

-En el libro, que Marc Augé publicó justo antes de cumplir ochenta años, se traza un suerte de etnología de la vejez a partir de la observación de sí mismo. Por otra parte, podría complementarse esta idea con la anécdota que Freud cuenta: en un vagón de tren cree ver a otro cuando pasa frente a un espejo, y en realidad se había visto a sí mismo.

-Creo que conservo la actitud vital de siempre, y aunque ya no soy aquel joven, por supuesto, trato de conservar la frescura. Y en este último sentido me siento más joven. Cuanto más aprendo, más joven me siento. En relación a la anécdota de Freud, cuando veo mis obras me pasa como cuando veo fotografías de uno: inmediatamente digo “sí, ese soy yo”; pero, al mismo tiempo, “ese” ya no soy yo. Y como creo en el caos, ese todo que nos supera y del que uno toma lo que pueda asir de ese gran marasmo, lo que veo son etapas de esa relación: porque siempre estoy en lo mismo, y sin embargo es siempre diferente. Es la vida misma, con todas sus contradicciones, e incluso con las categorías de “orden” y “desorden”, que son anécdotas en el proceso del caos.

-Tal vez sus nuevas pinturas están en sincronía con este tiempo.

-El tiempo va cambiando, es muy distinto: cada vez me asombro más. Creo que soy de este tiempo y me parece que estoy dentro y simultáneamente afuera de una permanente revolución cultural en torno mío y de la que soy testigo. No me refiero a una revolución cultural como la que se dio en China, que era desde el poder, sino de la que viene desde la base, desde parcialidades que se van juntando y van revelando un mundo absolutamente nuevo, con la obtención de reivindicaciones que lo hacen totalmente distinto al de, por ejemplo, el mundo de hace veinticinco años. Y por otra parte, en esa revolución, lo que aún está trabado es la conciencia ecológica, pero está trabada por intereses.

-En esta exposición hay cuadros de grandes dimensiones; también los hay de formato mediano y hay un grupo de cuadros muy pequeños, con citas literarias. El despliegue de los cuadros grandes y medianos es algo casi “natural” en usted, pero ¿cómo pasó de aquella expansión a estos cuadros chicos?

-Los cuadros pequeños los planteo más bien como fragmentos, porque a mí me cuesta más hacer un cuadro chico que uno grande. Es un problema de la relación con el espacio. Y yo en cada cuadro trato de involucrar todo el despelote… y no sé cómo hacerlo en uno pequeño. Por eso el concepto de “fragmento” me ayudó a poder hacerlo. Y si bien siempre jugué con las palabras del título, quise jugar con citas de autores. Y así vino el fragmento Pessoa, el fragmento Rimbaud, el fragmento Macedonio, el fragmento Ungaretti... Ya últimamente escribía dentro de los cuadros mis propias ocurrencias para los títulos, cosa que a su vez me viene de la mecánica del dibujo.

-Una de las obras más deslumbrantes de la exposición es “Se mueve todo, nada se mueve”, tinta y acrílico sobre tela, de dos metros por tres. ¿Qué puede decir de este cuadro?

-El título de esta pintura está emparentado con aquella gran obra que hice para la Bienal de Venecia. Aquella se llamaba “La estática velocidad”, que era una paradoja en relación con el movimiento. Y en esta otra quise dar la sensación de que todo está en estado de movimiento, aunque la pintura por supuesto es estática. Este cuadro es también un modo de respuesta a los artistas que buscaron darle movimiento a todas esas experiencias geométricas: mi idea es que ese concepto puede representarse.

-Desde hace unos veinte años usted sistematizó, tal vez por autoexigencia, la costumbre de presentar una exposición por año para esta fecha.

-Soy un poco hijo del rigor y estas muestras anuales me obligan a estar activo. Toda la obra de esta exposición la hice durante 2021 y en este sentido la pandemia me ayudó a concentrarme, no solo en la pintura sino en la escritura. Tengo ochenta y ocho años y aunque no le tengo miedo a la muerte, sí le tengo terror a la muerte en vida, a no ser completamente dueño de mi mismo, por eso estoy muy contento y quiero terminar el libro que estoy escribiendo, Asunción del caos, que me interesa mucho y del que ya hablamos en otra entrevista anterior.

* En la galería Rubbers, Avenida Alvear 1640, hasta mediados de diciembre.