A pesar de su bajo perfil y de haber establecido como base de operaciones una metrópolis europea idónea para gozar del anonimato, Michelle no puede escapar de su apellido: Blades.

Si bien su tío suele pronunciarlo parecido al nombre del superhéroe vampiresco protagonizado por Wesley Snipes, en Latinoamérica se le enuncia tal como se lee. Aunque a ella le da lo mismo la manera en que lo digan. “No hay una ley para eso”, justifica. “Lo cierto es que es un apellido inglés que llegó a las islas del Caribe y luego a Panamá. Y allá decimos las cosas como nos gustan”.

Mientras Rubén es un icono de la música popular latinoamericana, Roberto, el papá de Michelle, pudo zafar de la sombra de su hermano y hacerse un lugar propio en la salsa, donde cosechó himnos del calibre de Lágrimas.

Siguiendo el legado familiar, esta panameña de madre mexicana se abocó a la música. Sin embargo, como si se tratara de un acto de rebeldía, se paró en la vereda de enfrente de la salsa al dedicarse al indie y la experimentación sonora.

“Si lo comparamos con lo que hicieron mi papá y mi tío, di un giro de 180 grados. Pero toma en cuenta que soy una persona diferente a ellos”, advierte desde París, donde reside desde hace una década.

--¿No te gusta la salsa?

--Puede que no me gustara de chiquita porque era lo que consumía todos los días. Me faltaba madurez para entender el mensaje y el ritmo de la salsa. Siempre fui curiosa, y necesitaba algo más. No sólo me alejé de Panamá y de México, sino de Miami. Cuando descubrí a los Meridian Brothers fue un momento importante en mi vida porque por primera vez escuché a músicos latinoamericanos que no querían imitar a los artistas norteamericanos. No sólo al decidir cantar en español. También tenían una lectura moderna de la música popular colombiana.

La imaginación al poder

Su debut discográfico se remonta a 2010 con Oh, nostalgia!, al que le secundó un par de años más tarde Mariana, en el que le hace un guiño a Buenos Aires, ciudad que no pisó jamás, en el tema Casco viejo.

“Escribí esa canción a los 18 años, a pura imaginación”, explica al otro lado del Zoom. “De chiquita siempre quise ir. Me encantaba el nombre de Buenos Aires, y luego descubrí la música de Facundo Cabral. Me gusta mucho”.

Más allá de su admiración por el autor de No soy de aquí ni soy de allá, en el alba de su trayectoria la propuesta de la cantautora de 30 años se encontraba más cerca del freak folk cultivado por CocoRosie o Devendra Banhart.

Tras peregrinar por el indie, el lo fi, el pop con alegría de new wave e incluso por la electrónica más ambiental, de lo que da fe su fabuloso disco Are You a Translator (2016), la música comenzó a acercarse a su raíces latinoamericanas. Algo que nuevamente dejó de manifiesto en septiembre, cuando apareció el single Mi país es una idea, con una intención muy próxima a la de Juana Molina.

Pero Michelle confiesa que las influencias de esa canción están del otro lado de la Cordillera. “Al momento de producirlo, pensé en Quilapayún y Víctor Jara. Será parte del disco que preparo”.

--¿El resto de los temas tendrán el mismo semblante?

--No me doy límites. Ahorita estoy preparando el álbum con la ayuda de varios amigos. Es un trabajo conceptual dividido en tres partes. Es una especie de ópera espacial.

--¿Cómo es eso?

--Es una historia basada en la ciencia ficción que cuenta la llegada de unos extraterrestres a la Tierra para darle la posibilidad a la gente de escaparse y encontrar vida en otros lugares. La pregunta que gira en torno a este proyecto es si vamos a destrozar la vida que encontremos o haremos algo mejor con ella.

"Mi país soy yo"

En Mi país es una idea, Michelle plantea asimismo un tópico que es una constante en su carrera: el arraigo. “Es una idea que estoy explorando, y que no terminé de desarrollarla”, asoma. “Con el tiempo, fue cambiando mucho”.

--¿Cuándo comenzó a ser recurrente esta inquietud?

--Ahora que tengo 10 años viviendo fuera, me pregunto en dónde me siento más extranjera. Y en eso estoy, buscando respuestas. Por eso surgió esa canción. Ya sea en México o en Francia, veo la luna. En ese momento me doy cuenta de que mi país soy yo. Así de sencillo.

A partir de la aparición del EP Nombrar las cosas (2020), la música, cuyo repertorio está interpretado casi en su totalidad en inglés, por primera vez hace un disco completamente en castellano.

--¿Por qué decidiste hacerlo recién?

--Cuando empecé a tocar más el bajo, sentí que tanto el español como los ritmos latinoamericanos son parte de mí y que siempre lo serán. Vivo en Europa, y eso lo puedes sentir mientras tocas con otros. Hay algo que no compartes, que no es igual. Eso me motiva a acercarme a mi cultura, considerando que estoy lejos.

--¿Qué te llevó a elegir París para hacer tu carrera?

--Cuando tenía 18 vine por primera vez en mi vida a Europa. Hice una gira de 30 fechas en apartamentos y algunas salas. Pero en especial en apartamentos. Así pude conocer a la disquera de la que soy parte. No siempre es fácil para mí porque ésta es una ciudad muy diferente a donde nací y crecí. París es una capital de moda en la industria de la música, y es una burbuja. Así que ha sido interesante.

Junto con artistas como la argentina La Yegros o la franco venezolana La Chica, Michelle Blades es una de las músicas latinoamericanas que logró instalarse en el complejo circuito musical francés. “Es una burbujita. Intento estar ahí, pero no depender porque no me gusta lo que pasa adentro”, reflexiona. “Entiendo que debo ser parte de una comunidad y no encerrarme en mis gustos porque son diferentes”.

--¿Le recomendarías a un músico argentino de tu palo probar suerte allá?

--Vivir en Francia es como ser marinero. Tienes que conocer los caminos y saber dónde está la corriente buena.