Para analizar estos 38 años de democracia que estamos cumpliendo debemos pensarla en dos planos diferentes o desde las dos dimensiones que componen a las democracias modernas.

La primera de ellas se denomina formal y hace referencia a la democracia como un conjunto de procedimientos y de controles estipulados en garantía de la representación y del principio de mayoría. Es decir, remite al aspecto electoral, a los mecanismos y a las condiciones de vigencia y legitimidad formal, las cuales se aseguran a partir del respeto a los principios constitucionales de la democracia política y de las reglas que garantizan la expresión y fiel representación de la voluntad de las mayorías y minorías.

En cambio, la otra dimensión, a la cual se denomina sustancial, remite al contenido de la democracia, se refiere a las garantías, los derechos humanos y fundamentales que la componen. Esta esfera sustancial se erige tanto como un sistema de límites normativos a cualquier tentación autoritaria por parte de la voluntad de la mayoría por sobre las minorías, como también en garantía de las libertades, la igualdad y la satisfacción de las necesidades vitales y sociales de todos.

Entonces, en el plano procedimental, es decir desde los mecanismos y procedimientos legales para gestionar los procesos electivos, definitivamente hemos tenido éxito. Son 38 años ininterrumpidos de procesos electorales desarrollados en total sintonía con la Constitución y las leyes. Lo cual es --en un país como Argentina, que sufre crisis periódicas de todo tipo-- un verdadero motivo para celebrar y destacar el funcionamiento de las respectivas instituciones que intervienen en los procesos electorales.

Ahora pasemos al otro plano, el de la democracia sustancial, que como dije antes se vincula más visiblemente con la esfera personal. Aquí, tenemos mucho para corregir y repensar, pues así como en términos institucionales observamos cómo se democratizaron las burocracias estatales y los procedimientos electorales de acceso al poder, en términos personales hemos visto cómo la realidad cotidiana, la mesa, la educación, la salud, la manera de transportarse, el ropero, las vacaciones, no se democratizaron.

¿Podríamos afirmar seriamente que se democratizó la forma de alimentarnos, de educarnos, de cuidar nuestra salud, de vestirnos o de vacacionar? ¿El acceso a la vivienda, a la educación y a la salud es igual para todos?

Pareciera entonces que se democratizaron las instituciones pero no la vida ¿y qué es la democracia si no la democratización de nuestras propias vidas?

Ese es el desafío por delante, fortalecer cada vez más la democracia sustancial.de

* Guido Risso es doctor en Ciencias Jurídicas y especialista en constitucionalismo; profesor adjunto regular de Derecho Constitucional (UBA); titular de la cátedra de Derecho Político (USI-Placido Marín).