Por su hermosa animación heredera de la artesanía experimental de los años 30, por su improbable banda sonora jazzística, sus personajes lisérgicos y un poco ominosos -ranas boxeadoras, sirenas monstruosas, crooners con cara de dado- y también, claro, por ser un videojuego donde es casi imposible ganar, Cuphead pasó rápidamente de pequeño juego de culto creado de forma independiente por un desconocido estudio canadiense, a fenómeno pop que vendió millones de copias para consolas monstruo como Xbox, Nintendo Switch y Playstation. En la segunda década de este siglo, el experimento creado por los hermanos Jared y Chad Moldenhauer como carta de amor a los dibujos animados que veían de niños, se convirtió para sus usuarios tanto en un juego que genera records de insultos a la pantalla (es realmente muy difícil jugarlo), como un motivo para maravillarse por ese arte extraño que se empecina en las complicaciones y bellezas de la producción analógica.

¿Qué chico curioso no querría pasar una pequeña temporada lisérgica en esos paisajes donde Mickey Mouse saltaba sobre plantas carnívoras o peleaba con criaturas imposibles manejando un barco a vapor? ¿Qué fan de la animación no querría un dibujo que además se pueda jugar y experimentar? Eso fue lo que pensaron los hermanos Moldenhauer, dos chicos anacrónicos que se habían pasado la infancia coleccionando los VHS que abundaban en los saldos de los supermercados en su Canadá natal. Ahí descubrieron las Silly Symphonies de Disney o las obras de los –también hermanos– Fleischer (Betty Boop, Popeye o Superman): esas texturas vibrantes y exuberantes, esos fondos imposibles y esos personajes un poco inquietantes, con movimientos desenfados muy lejos de la naturalidad, quedaron en su imaginario mucho más pregnados que los dibujitos que veían sus contemporáneos, acaso He-Man o Las Tortugas Ninja.

Cuando los hermanos se propusieron crear un juego de video con su pequeña compañía Studio MDHR, por supuesto quisieron homenajear el arte de esos dibujos y esas aventuras ensoñadas, bien lejos de la narrativa tradicional (En Cuphead, como juego, de hecho, la aventura vive mucho más en la imaginación del jugador que en un storytelling establecido). Aunque tampoco habían pensado que para lograrlo tendrían que pasar primero por varios círculos del infierno: producir 60.000 fotogramas de animación, por ejemplo. “La verdad, no hemos oído que nadie quiera hacer algo parecido. Creo que parte del problema es que da mucho miedo hacer un juego animado tradicionalmente –dibujado y pintado tradicionalmente– porque si algo no funciona, o si necesitás cambiar algo, no podés rehacer digitalmente. Tenés que rehacerlo todo en papel y colorearlo. Es un proceso largo, y ya es bastante difícil encontrar animadores que trabajen en papel. Hay un montón de factores que hacen que este estilo de arte de mucho miedo. ¡Creo que sólo los más locos lo intentan!”, dijo Jared Moldenhauer un tiempo después de la salida del juego.

A veces sucede así con las apuestas más descabelladas: apenas unos años después, ese que parecía un negocio suicida, ya pasó de juego de culto, a mega éxito, y ahora además a una serie de televisión. En Netflix se propusieron convertirlo en un programa que acaba de estrenar: ¡El Show de Cuphead! que sigue a los hermanos Cuphead y Mugman –esos hermosos protagonistas con cabeza de tacita que no parar de inventar cosas y de pelearse, acaso alter ego de sus creadores– e imagina sus aventuras en su hábitat natural, las islas Inkwell, rodeados de una serie de personajes de pesadilla. Los hermanos Moldenhauer son productores ejecutivos y cuentan que el objetivo fue intentar adaptar para el público moderno esos dibujos animados de la era dorada de la animación. “Los años 30 fueron la época más ambiciosa de la animación: la gente se lanzaba a hacerlo. Había pintores que salían de prestigiosas escuelas de pintura e ilustración y que aprendían a hacer animación. Aunque bueno, sabemos que recrear ese nivel de arte podía ser realmente desalentador y difícil para un canal de televisión moderno”.


La serie de doce capítulos, cada uno de doce minutos de duración, propone aventuras autoconclusivas, que quizás poco tengan que ver con el juego de video en sí –mucho más lisérgico e inconexo– pero que retoma tanto sus propios personajes como algunas referencias de los dibujos de los años 30 para descubrir. Por eso el proyecto supuso también un largo proceso de investigación y desarrollo. La cosa es así: recrear la exuberancia de esos fondos vintage implica el mismo proceso de pintar capa por capa que la pintura tradicional, pero con ayuda de algunas herramientas digitales. Y eso que parece tan natural, es decir, la animación 2D sobre fondos esculpidos en miniatura, y que recrea la rotación estereoscópica de dibujos como Popeye, es algo tan minucioso y caro que ha dejado de hacerse hace muchísimos años. “Pero es algo muy característico de los dibujos animados de esa época dorada, de hecho, los Fleischers inventaron este proceso, así que dijimos: ‘Si vamos a hacer una serie de los años 30, tiene que tener eso. Lo que realmente hace que los dibujos animados de esta época sean tan especiales es que fueron creados a partir de la pura inspiración’”, dijo Dave Wasson, que desarrolló la serie.

Otra característica de la época es que la animación aun no se concebía como una creación exclusivamente para niños, por ende la oscuridad, la rareza, la sensualidad, la violencia, estaban presentes de una forma mucho más libre y desenfadada en las historias. Claro que la serie de Cuphead está adaptada de una forma muchísimo más amistosa –y menos dark– para un público infantil, la premisa es la misma: los hermanos Mugman y Cuphead han perdido su alma jugando contra el diablo en un casino, y entonces se la pasan huyendo de todo tipo de desventuras infernales. Y, claro, todo lo que la imaginación de sus creadores decida en el camino. “Hay toda una generación de niños que ha crecido con el CGI, y no tiene necesariamente el mismo nivel de aprecio por esta animación increíblemente hermosa, que parece pintada a mano. Ahora estamos seguros que esta generación de niños la verá por primera vez y dirá: ‘Dios mío, nunca he visto nada parecido’”.