Una de las mayores muestras de poder es dar órdenes en voz baja, pero en el mundo que viene rodando de 0 a 100 en milisegundos, esa pose de la soberbia encuentra incertidumbre y los poderosos se deben actualizar. Sube la temperatura, y la fiebre en el cambio de era es una infección de pantalla. Las supernovas iluminan y los agujeros negros pasan de ser orugas a mariposas led. Todo presente parece antiguo.

“Nada, nada queda en tu casa natal” como dice el tango. Tampoco nada queda ya, de la soberbia analógica en el mundo precipitado de tecnología en los últimos años. Se dio vuelta todo y la única certeza es el mareo por tanta data.

En el tsunami informativo, la conducción de la humanidad debe actualizar la manada y los que, hasta el momento, se creían poderosos golpean la mesa porque temen que nadie los tenga en cuenta en la dimensión de los multiversos del Dr. Strange. En ese sentido, nadie sabe cuál es el plan y frente al ocaso, la ciencia ficción y lo onírico, dejan de tener esa aparente inutilidad poética para enfrentar esta realidad.

Lo bueno de ir a ver un obra así es que al salir del cine, el multiverso conurbano está presente para “tomar el poder de América” frase que quedó grabada en una de sus escenas.

Cruzando la avenida Crovara, el kiosquero grita, “Albert no era ningún gil” y todo indica que la teoría de la relatividad ya ganó la soberbia de las nuevas realidades; “sálvense en el arca de Noé”.

Con ese escenario apocalíptico no queda otra que ampliar las posibilidades vitales. El gran escepticismo en el sistema que cayó, suma el interés por lo lúdico y enfrenta el desafío de ganarle a la emoción digital.

Lo que afirmábamos como realidad, resultó ser la tierra sostenida sobre cuatro elefantes. La espera es en vano, el tiempo ya no es de la misma medida y el viaje al nuevo cosmos es subirse al bondi para vencer la melancolía de lo que ya no es.

La cajita de verdades que funcionaba antes del 2020 se transformó en un localcito de 2 x 2 frente al multiverso de la calle. Los cambios de hábitos también modificaron la forma de sobresalir frente al otro.

La debilidad frente a lo nuevo, secuestra emociones frente al analfabetismo expansivo del mundo digital de esta época. Es fácil, en ese contexto, caer en la tentación de sobreponerse y resistir al progreso inevitable.

La frase de cabecera "me llevo mal con la tecnología" expone una postura combativa con las alertas de lo instantáneo. Afirmarse analógicamente puede sembrar la nueva soberbia de creerse omnipotente, pero la raíz crece en forma exponencial.

La negación de actualizar esa comunicación con el nuevo mundo, frustrado de utopías, hace que todo lo digitalizado sea el enemigo invisible.

La adaptación no es salud sino la sobrevivencia en el sistema salvaje de los avances tecnológicos.

Por ello todo poder perdió la brújula y lo que teníamos como independencia de comportamiento, hoy necesita nuevas alianzas para vivir en lo cotidiano.

En ese paisaje de estímulos, la mejor opción es tener una pausa activa en el silencio, para ordenarnos en el miedo a lo invasivo.

El concepto de Multiverso es ya una nueva salida para el dolor y todo lo que se considera muerte se aloja en los planos oníricos. Se abre el cielo de la mente pero hay un conflicto celeste.

Todo se mueve en la aceleración de la realidad ampliada y es urgente saber dónde quedará la soberbia humana. Nadie sabe ya que hace y que quiere en este mundo dinámico que se aburrió en la tierra y busca la juerga en el espacio.

Tal vez la gran cita de Eisntein, donde asegura que la tercera guerra mundial será destructiva, pero la cuarta con piedras se avecina.

La estrella que titila a lo lejos lleva la venganza de lo aparentemente inútil, las armas básicas que responden a la simbología indígena. Tal vez hay un mensaje del futuro, es esas comunidades, que todavía no entendimos.

Una de las cartas astrales, que habla puntualmente del eclipse entre la paciencia y la tecnología, busca como soporte una ciudad literaria para desarrollar una teoría que esquiva el sofisma. Observar el cielo actual en la plaza de comercio de Lisboa, me hace pensar ser otro porque ya no tengo paciencia para ser yo mismo. Las veredas de la capital de Portugal tienen la particularidad de ser un cielo blanco con múltiples significaciones.

La intuición me lleva a seguir el mapa para encontrar, en una piedra del monte del castillo San Jorge, la clave secreta para ser finalmente un heterónimo. Es ahí donde Bernardo Soares recuerda la famosa frase del mejor escritor del siglo XX, donde subraya que "la paciencia es una exquisitez de la inteligencia".

En el paseo, con la mirada ausente de la era digital, le resulta urgente encontrar un teclado con "ñ" y entra en crisis porque la frase no es la que corresponde. Expresa entonces, en primera persona: "me siento viejo con el solo placer de rejuvenecer" cuando alguien me asiste imprevistamente, por notar en mi rostro el cambio climático.

Dicen, en los bares del sur de la provincia de Buenos Aires, que aquello que nos desespera es nuestro peor enemigo. En estos últimos 15 años el cambio tecnológico es más transformador de lo que supone una revolución que se pueda describir con análisis presentista.

La velocidad del "todo ya" hace que la nueva paciencia tenga un nivel de exigencia mucho mayor a los movimientos anteriores del siglo XX y le hace jaque mate al rey en menor cantidad de jugadas. Derribar la pieza del rey, en este caso, representaría lo opuesto al objetivo original que es ganar la batalla. El desafío es enfrentar la frustración de no poder seguir el tiempo de la tecnología. La demanda de atención en la cantidad de planos diversos, para resolver lo simple y lo cotidiano, declara abiertamente que toda afirmación dura menos y que la vida es más virtual que física.