La Reserva Federal de Estados Unidos subió la tasa de interés al ritmo más alto en casi 40 años y se muestra decidida a dejar atrás el ciclo de superliquidez global iniciado en 2008. Los grandes fondos de inversión parecen haberse desacostumbrado a operar en estas nuevas condiciones monetarias en las que el costo del dinero deja de ser cero en el mundo desarrollado.

Uno de los miembros del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York, Nassim Taleb, describió esta situación con una crudeza impactante: “Todo el zoológico del mercado financiero tiene dificultades para adaptarse al final del dinero barato (casi gratis). Básicamente los que ingresaron al mundo de las finanzas después del 2008 son mano de obra no calificada”, aseguró.

Taleb se dedicó a teorizar sobre la incertidumbre y es autor del libro Cisne Negro, un concepto que se usa para pensar episodios que toman a la mayoría por sorpresa, y que recién después de que ocurren se observan las señales de que lo podrían haber adelantado. El ejemplo es el de la crisis de las hipotecas subprime hace 14 años. Es un concepto que no necesariamente aplica al colapso financiero que sufren países desarrollado y emergentes en los últimos meses, el cual se lleva por delante poco más de 30 por ciento de capitalización de bolsas como el Nasdaq o provoca que la autoridad monetaria de la zona euro evalúe un nuevo plan de rescate de bonos soberanos.

Esta crisis de las finanzas internacionales toma a pocos por sorpresa. Una forma de pensarlo es con el recorrido de las bolsas estadounidenses que hace años venían de subas extraordinarias explicadas por la abundancia de liquidez en el mundo y no por una perspectiva de crecimiento futura de sus empresas. Esto ocurre incluso en el caso de las compañías tecnológicas.

Las grandes corporaciones como Amazon, Facebook (Meta), Google o Tesla son algunas de las que pierden mucho por el cambio del ciclo financiero. A pesar de que su naturaleza de negocio es prometer que desarrollarán hoy los productos que se usarán mañana, y acumulan experiencia probada en la materia, el valor de sus acciones se derrumba a la par que sube la tasa de interés. La evolución de precios de Tesla es un caso emblemático: en el año acumula una baja de casi 40 por ciento. Aunque su dueño Elon Musk promete una revolución para el mercado de los autos, la industria espacial, las comunicaciones y la automatización, buena parte del precio de la empresa en bolsa parece haber sido resultado de épocas de exuberancia financiera.

Se podría plantear que las tecnológicas (y todo Wall Street) atraviesan una especie de "momento Minsky", pasando de una etapa de estabilidad y prosperidad constante al derrumbe repentino. Pero esta afirmación –como ocurre con gran parte de las declaraciones que suenan a verdad revelada- debería tomarse con matices. Algunos de los desarrollos que llevan adelante estas compañías tienen el potencial de transformar en formas imposibles de predecir la naturaleza y las actividades humanas. Por ello asegurar que por atrás lo único que reflejan sus acciones es un derivado de Ponzi es exagerado (y posiblemente un error de mediano plazo).

Las noticias sobre Google en las últimas semanas ofrecen una pista. La empresa se vio envuelta en un escándalo dentro del mundo de la inteligencia artificial y el data science. Uno de sus desarrolladores hizo público y perjuró que un modelo de redes neuronales que lleva adelante la empresa había adquirido sentimientos. The Washington Post relata esta historia en una forma divertida y comenta que la reacción de Google fue suspender a este desarrollador por haberse enamorado de su creación sin poder diferenciar un código de un humano. Resulta ingenuo pensar que el grado de desarrollo de la inteligencia artificial esté avanzado al punto de replicar las capacidades cognitivas de los seres humanos. Pero lo que es seguro es que la intención de Google es conseguirlo. Apenas unos días antes de este episodio uno de los principales directivos de la compañía escribió en el semanario The Economist una visión de la empresa sobre la inteligencia artificial. En ese artículo Blaise Agüera y Arcas lo planteó con las siguientes palabras: “Las redes neuronales artificiales avanzan hacia la consciencia”.