Resulta interesante volver a leer “El hombre unidimensional”. Para Marcuse, el capitalismo había conseguido alienar al personal mediante las golosinas del mercado, creando, con ayuda de los medios de comunicación y de la publicidad, un gran contingente de necesidades falsas, de deseos, que solo se pueden satisfacer mediante el consumo, máxima garantía de la supervivencia del sistema capitalista. El modelo hace tiempo que descubrió, con pragmática inteligencia, que necesitaba pagar sueldos mínimos a sus trabajadores para que estos estuvieran en condiciones de consumir sus productos, bienes y servicios. Este consumo, que convierte en necesario lo innecesario, no sólo garantiza la continuidad del sistema, sino que elimina o reduce al máximo la rebeldía del trabajador, satisfecho a acceder a un bienestar que, en gran medida, identifica con disponer de cosas que no necesita, pero cree necesitar. Los bancos cierran el círculo concediendo deuda para lo que en principio es inaccesible, por lo cual todo el mundo queda atrapado y sumiso en la rueda de la lógica del sistema.

Desde siempre el neoliberalismo ha tenido a favor la banca, las empresas, los jueces, los medios de comunicación, los militares, los abogados del Estado, los notarios, los ganaderos, los terratenientes y, en esta caravana de amarguras no resueltas, ahora, también el fútbol. Con nuestras libertades grandes y minúsculas nos entregamos a un “ministro de economía” eterno, con lapicera propia, sin rostro, ni identidad; sin domicilio conocido, que se adueñó de este deporte convertido en un extravagante carnaval de fondos de inversión, magnates, capital riesgo, oligarcas, aseguradoras, multinacionales, ex políticos, casas de apuestas, publicistas, operadores televisivos y multimillonarios.

Toda mentira nace dulce. Sabemos que el París Saint-Germain de Messi no fue comprado para jugar la liga francesa. Esto sería no comprender la psicología depredadora de los fondos de inversión de capital riesgo. Su estrategia es rentabilizar recursos por encima de cualquier exigencia que no genere un beneficio exponencial por encima del ya conseguido.

El fondo de capital riesgo californiano, Colony Capital, es dueño del 30% de las acciones del PSG. Resultó ser uno de los más activo en “persuadir” a algunos dirigentes de la UEFA de la conveniencia de fundar la hoy desbaratada, y en proceso judicial, Superliga Europea. Estaban en juego cientos de miles de millones de euros asociados a los grandes operadores televisivos y a las multinacionales del deporte y la publicidad.

En esta interna por el control del fútbol mundial, al estilo de “losborrachosdeltablón”, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, lideró la embestida con los tanques en la calle. Lo siguieron la familia estadounidense Glazar, dueña del Manchester United; Egon Durban, accionista del Manchester City; el texano Dan Fredkin, de la Roma; Abramovich del Chelsea; Joan Laporta, presidente del Barcelona; el CVC Capital Parterns; el CFG (City Football Group); las empresas asociadas al Bayern Múnich: Adidas, Audi y la aseguradora Allianz; Mapfre AM Behavioral Fund, accionista del Ajax y el Oporto; y Fenway Sports Group, con accionariado en el Liverpool. Quijotes inversos de la nueva modernidad.

Según el diario británico “The Guardian”, los ingresos del fútbol mundial rondan los 45.000 millones de dólares y con la Superliga Europea alcanzarían los 300.000 millones de dólares. Los “golpistas” no dejan de salivar.

Sin poder borrar a conciencia las partes incómodas del pasado, dos amigos rusos se encuentran después de la caída del Muro. Uno le dice al otro: “Todo lo que nos decían era pura mentira”. El otro lo mira y le contesta: “Lo peor no es eso. Lo peor es que lo que nos decían del capitalismo era verdad”.

(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo Tokio 1979