En su último discurso frente al Congreso, la presidenta Michelle Bachelet anunció que cumplirá finalmente con su larga promesa del envío de un proyecto de Ley de Matrimonio Igualitario a la vez que afirmaba con visible emoción que “no puede ser que los prejuicios añejos sean más fuertes que el amor”. Sin embargo su oratoria no dejó conformes a organizaciones de la diversidad sexual y colectivos de personas viviendo con VIH, quienes expresarán su malestar en una marcha convocada para el sábado 24 de junio en Plaza Italia de Santiago. Por un lado, se critica la morosidad en avanzar en una agenda de derechos civiles y sociales de la comunidad lgbti chilena, compromiso que el Estado de Chile habría asumido con la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por otro lado organizaciones trans resintieron la omisión en temas fundamentales, particularmente el proyecto de Ley de Identidad de Género, que se tramita desde hace 4 años en el Congreso Nacional y que excluyó a los niños y niñas trans. Se le critica también la poca consulta a las bases militantes con respecto a la ley de Matrimonio Igualitario. Y la ausencia de una política sanitaria sostenida en relación con las personas que viven con VIH e incluso la falta de meras campañas de prevención, que no se llevan a cabo desde el 2015. La acción de protesta servirá asimismo para, dicen desde algunas organizaciones, “expresar el rechazo a quienes se oponen por razones homofóbicas y transfóbicas a la Ley de Matrimonio Igualitario y a la Ley de Identidad de Género”.  

Mientras tanto y en este contexto turbulento, Juan Pablo Sutherland, referencia académica obligada de los estudios de género y participante y testigo privilegiado de los activismos homo/lesbo y transexuales de los últimos veinticinco años en Chile, regresa como diría su compañero de andanzas maricas Pedro Lemebel a remover el gallinero político y cultural 

En Ficciones políticas del cuerpo. Lecturas universitarias de género y sexualidades críticas y post-identidades (Editorial Universitaria), en un gesto que evoca al de las inolvidables Yeguas del Apocalipsis, Sutherland vuelve a poner en el foco de la escena en los cuerpos abyectos, en las carnes y los corazones residuales de los banquetes héteronormativo y capitalista. Son los “raros”, las subjetividades, los deseos y las sexualidades excluidas de las normativas dominantes las que bajo la categoría de queer se erigen en este libro para constituirse en posibilidad de resistencia, subversión y redención. 

Mientras la presidenta habla de amor y se discute lo que podríamos llamar el piso de los derechos civiles lgbt, vos apelás a los llamados monstruos queer…

-Siempre he pensado que las luchas emancipadoras son peleas a largo plazo, es decir, se pueden ir viendo desde panorámicas que incluyen momentos relevantes, ánimos de época e inflexiones históricas que marcan nuevos rumbos. En Chile luchamos en la post-dictadura para derogar la penalización de la sodomía, artículo 365, vector de los activismos político-sexuales en los años de visibilidad y articulación del movimiento homosexual. En esa perspectiva, creo que siempre me han interesado los campos de batalla donde se pone en jaque el poder y sus dispositivos distractores, el poder tanto como aparatos institucionales o entendiéndose como hegemonías culturales, que se adelantan estratégicamente a las posibles transformaciones. 

¿Por dónde pasan hoy en Chile las luchas emancipadoras del colectivo?

-En Chile la sociedad se ha ido transformando, los comportamientos sexuales cambiaron, pero la violencia de género sigue siendo brutal tanto para mujeres como para las comunidades travestis que ejercen comercio sexual o para las comunidades transgéneras. Al mismo tiempo la homofobia siempre adquiere nuevas formas, aunque cada cierto tiempo volvemos a presenciar agresiones brutales en el espacio público a gays, lesbianas, trans, es decir la visibilidad que en un momento fue sinónimo de un gran avance, hoy convive con una espectacularidad mediática, ejemplo la visibilidad (de programas de show transformista en TV abierta) y al mismo tiempo, una violencia de género que persiste.

¿Qué opinás de la promesa de Bachelet de promover la ley de  matrimonio igualitario pero no la identidad de género?

-No me parece sorprendente, aunque creo que la clase política en Chile realiza esfuerzos enormes para adquirir legitimidad con la ciudadanía. En ese rumbo, creo que depositar el deseo de transformación solo en algunos lugares como “matrimonio igualitario”, que es legítimo por cierto, hegemoniza la agenda y borra la diversidad de puntos de vista que existen. Es bien complejo pensar solo en una demanda. Personalmente, me interesa la discusión crítica respecto al botín simbólico que significa disputar ese lugar. Un lugar en sí mismo. La discusión en un país tan conservador institucionalmente como Chile, se traduce en ¿qué puede afectar más a los intereses de la institucionalidad cultural, política, y social en el poder? En ese sentido, quizás la identidad de género resulta más perturbadora hoy, pues socaba la materialidad discursiva de los cuerpos e interroga profundamente el sistema heterocentrado que vivimos.

El cuerpo somático

Ficciones políticas del cuerpo constituye una selección de ensayos de los estudiantes de postgrado de Sutherland en el marco del Magíster de Género y Cultura Mención Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Sin duda, uno de los mayores méritos de la obra es que los autores compilados son a la vez teóricos y cuerpos relegados al campo de la monstruosidad o de la exclusión. De manera sus voces en primera persona hacen un llamado a la resistencia en una multiplicidad de géneros que conjugan a la vez el academicismo, la autobiografía y la autoficción.

Oportunamente, la prestigiosa escritora Diamela Eltit, en el último mayo, en la presentación del libro en Chile se ha referido al mismo utilizando la metáfora de Frankenstein. “Indecible, monstruoso, el engendro de Frankenstein fue repensado y reformulado como un conjunto de fragmentos armado desde los cuerpos disímiles, con las costuras a la vista, trágico, sufriente, ineludible, sin más nombre que el del padre”. Quizás sean los Frankenstein del siglo XXI los encargados de acelerar los tiempos conservadores de la sociedad chilena. 

El libro está estructurado en dos grandes partes perfectamente diferenciadas. En la primera, “Saberes y controles políticos: minorías y puntos de fugas”, se abordan diferentes expresiones del control biopolítico de la sexualidad, saberes médicos y jurídicos. Un punto de inflexión en la historia chilena es el presidente Carlos Ibáñez del Campo, bajo cuyas dictaduras desarrolladas en dos momentos diferentes del siglo XX se genera una narrativa discriminatoria en torno al “placer perverso”. Durante su primera presidencia (1927-1931) los planteamientos oficiales y hegemónicos insistieron en el objetivo del mejoramiento de la raza para evitar la degeneración. Finalmente el criminal, el amoral, el perverso y el homosexual, es decir, “la gran familia indefinida y confusa de los anormales”, como diría Foucault serían todos comprendidos a partir de la misma metáfora, la de la enfermedad venérea y la degeneración.  

Durante la segunda presidencia de Carlos Ibáñez del Campo a partir de la Ley 11.625 o la llamada Ley de Estados Antisociales (1954), vagabundos, mendigos, ebrios y toxicómanos, inmigrantes ilegales, ladrones, contrabandistas, criminales y sodomitas serán interpelados de manera conjunta. 

La venganza de los monstruos

En la segunda parte del libro, Las tecnologías del cuerpo: subjetivación y resistencia, los marginados, los degenerados, los excluidos y condenados por la Ley de Estados el parecen regresar a saldar cuentas. Se presentan así de manera innovadora testimonios y ensayos donde priman las intervenciones corporales, las ficciones somáticas del cuerpo y las re-significaciones de las violencias sobre los cuerpos y sus desplazamientos políticos.

Entonces se suceden los testimonios como los de Alicia Miño, una mujer que fue violada, que lejos del silencio vergonzante y del discurso médico y pornográfico corriente, propone “un vuelco de las mujeres violentadas desde la categoría ‘violada’ desde la subversión, no desde la reparación”.  Otra mujer, Manuela Cisternas, (ver recuadro) reivindica desde su vaginismo la posibilidad de escapar al dominio falocéntrico. El insulto “perra” se metamorfosea en orgullo, performance y posibilidad de acción política en el artículo de Rodrigo Lara Quinteros. Las prácticas de barebacking o bug chasing se erigen como puntos de fuga de una legislación impositiva y normalizante y de la regulación pública sexual sanitaria.  

Nicolás Fierro narra cómo el hecho de ser atropellado por un subte en Buenos Aires en mayo de 2007 y perder  una pierna le permite pensar tanto su cuerpo como el cuerpo musculoso y fit de su novio como cyborgs, híbridos de máquinas, metáforas y organismos. Fierro tiene una prótesis que “se pone al comienzo del día y se saca al final de este, como tantos rituales cotidianos, como lavarse los dientes, como tomar anticonceptivos, afeitarse, tomar tabletas para impedir la caída del pelo”. Y el cuerpo de su novio que se presenta como saludable y natural está atravesado por drogas, controles farmacorponográficos, técnicas corporales y discursos que lo idealizan como cuerpo sexual, casi como recurso erótico del capitalismo postfordista. Eso le permite al autor afirmar que, en resumen todos -tanto cuerpos monstruosos como normativos- tenemos cuerpos monstruosos, intervenidos y fragmentados. Y que todo cuerpo fragmentado y construido constituye en sí condena y rebelión en potencia.

¿Cuál fue el impacto emocional de publicar tu último libro en donde las vidas personales se entremezclan con la teoría?

-Ficciones Políticas del Cuerpo realiza una apuesta arriesgada, es decir jugar a desnaturalizar los discursos sobre el cuerpo, pero también poniendo énfasis en su propia ficción identitaria, es decir, políticamente podemos pensar que en un momento las políticas de identidad son necesarias, pero ¿hasta cuándo? La erosión de las políticas normalizadoras en el mundo lgbti juega a repetir dispositivos de control y autocontrol, algo así como un panóptico a control remoto para las minorías. Creo que hay que volver al feminismo desde una dimensión que extrema lo político o lo biopolítico como diría Foucault. Lo personal es político, mantra del feminismo inglés de los 70, creo que sigue siendo para mí un lugar. Por eso creo que los ensayos del libro que trabajan ese territorio son perturbadores no sólo por los cuerpos que se autoconstruyen sino que dan un golpe epistemológico de como pensamos el activismo sexual y como realizamos teoría desde nosotros mismos. De alguna manera el gesto es descentrar el ámbito disciplinario (académico tanto en ciencias sociales como las humanidades) y volver a nuevas formas de pensarnos.

Pareciera que el catálogo de freaks y monstruos sexuales de ese gran manual condenatorio de la perversión y la inversión sexual de fines del siglo XIX que es Psychopathia Sexualis (1886) de Richard von Krafft-Ebing volviera de entre los muertos para aterrorizar a las sociedades conservadoras y bienpensantes. En definitiva frente a ese cuerpo normal, blanco, heterosexual y burgués que se construye históricamente se opone el cuerpo abyecto a partir del cual se generan territorios de resistencia que permiten elegir lo que se quiere ser y lleva a buscar las condiciones y los espacios para vivir la diferencia. Esa es la lucha política a librar. Y quizás en estos cuerpos radicalizados está la posibilidad de avanzar más rápidamente en esas políticas públicas largamente relegadas que permitan una expansión de derechos de las disidencias sexuales. En la mayoría de los artículos están presentes los exponentes paradigmáticos de la teoría queer tales como Judith Butler, Donna Haraway y Paul B. Preciado, cuya visita en 2004 a partir de una invitación de la Universidad de Chile parece haber dejado una estela inolvidable. A eso se suman los aportes de Nelly Richard, del propio Sutherland que en su libro Nación Marica (2009) había sistematizado la posibilidad de efectos políticos de la teoría queer. También Michel Foucault. Y por supuesto el espíritu del amigo, la niña, la prima, está presente a lo largo del libro y ya desde la conmovedora dedicatoria: “En memoria de Pedro Lemebel, Quien llevó la utopía sexual al éxtasis de la resistencia cultural”.