El magnicidio pudo ocurrir a la vista de millones de argentinos. De no ser por algún detalle o milagro, Cristina Fernández de Kirchner habría sido asesinada y la patria se asomaría a un abismo sin precedentes y sin fondo.

Habría que remontarse muy atrás en la historia nacional para dar con un magnicidio de tal dimensión. En el siglo XX no los hay, si tomamos en cuenta que hablamos de una presidenta reelecta, lideresa del peronismo, vicepresidenta en ejercicio. Cuesta sacudirse el horror, cuesta “aceptar” lo visto un montón de veces.

El hecho atroz aconteció en el momento menos pensado. Para el público televisivo, para los militantes o adherentes que pedían autógrafos, para Cristina que disfrutaba y prolongaba el trance incluso varios minutos después del disparo que falló. También, da la impresión, para la custodia. Aspecto que se viene tratando en notas especializadas de este diario y que salteamos acá.

Fue el instante menos pensado pero, lo sabemos al recapacitar y reordenar el pensamiento, se venía amasando. Era recontra predecible, factible cuanto  menos Se preanunció desde hace años, se escaló desde el alegato del fiscal federal Digo Luciani. Se aceleró cuando el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta valló las inmediaciones del domicilio de CFK y reprimió con saña a una manifestación pacífica. Le dieron manija sus competidores de Juntos por el Cambio (JpC) que le pidieron más leña, con la ex ministra Patricia Bullrich como vanguardia. Transmutaron un paraje no peligroso en un caso de guerra. “No pasarán”, la consigna. Las comparaciones siempre son imperfectas pero algo semejante pasó en el Puente Pueyrredón, en el río Chubut, en la zona del Lago Mascardi como preludio de masacres perpetradas por fuerzas de seguridad. Una mezcla de estupidez y punitivismo transforma la defensa de un espacio poco relevante en objetivo bélico. Se alecciona a los uniformados a defender el orden público, estos traducen las órdenes con proverbial brutalidad y pensamiento binario: “son ellos o somos nosotros” en clave de fuerza de choque.

Decimos estupidez porque la alquimia transforma la zona de Juncal y Paraná en sucedáneo del Alcázar de Toledo o del Palacio de Invierno o de la Bastilla. Maticemos el juicio rápidamente: el maniqueísmo, la deformación de objetivos es asimismo funcional en términos proselitistas. Sintoniza con el pensamiento de numerosa gente común que adhiere a las movidas incluso (o en particular) si se acompaña con violencia real.

Las raíces son profundas, las hemos contado tantas veces que solo las nombramos para no dar la lata. Arrancan con la detención y encarcelamiento de Milagro Sala. Siguen con las doctrinas Irurzun y Chocobar; con los ya aludidos asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.

“Discurso de odio” se sintetiza, con motivos válidos. El cuadro completa con garantías arrasadas, fomento de la justicia por mano propia, Con mortajas en espacios públicos. Con hechos, no exclusivamente con palabras violentas, discriminatorias, despectivas, racistas o misóginas que también escalaron hasta el pedido de pena de muerte para CFK formulado por un diputado de PRO.

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Las respuestas, lo que hay: El presidente Alberto Fernández decretó feriado nacional para el viernes, sumándose a la convocatoria a plazas o espacios públicos de todo el país. Una pausa para elaborar en medio de la conmoción. Un recurso para facilitar que las movilizaciones fueran serenas, sin roces con la jornada laboral.

Se congregaron multitudes en numerosas ciudades y pueblos. La Plaza de Mayo concita las miradas y a la vez distrae de los distintos tonos del federalismo. Los gobernadores radicales de Jujuy y Mendoza, desacataron el feriado… una de esas es ilegal pero asimismo federal, desdramaticemos. En Mendoza los exgobernadores peronistas y radicales posteriores al 83 firmaron un documento conjunto.

El acto en Plaza de Mayo congregó cientos de miles de personas. Participaron con alegría, cánticos, extrovirtiendo pertenencias. La violencia estuvo ausente, los medios hegemónicos se esforzaron para encontrar algún borracho, un par de piñas entre grupos… nada que no ocurra en un recital con asistencia mucho más reducida. Quedaron con las manos vacías o casi.

La movida callejera argentina es así: autocelebra, transforma la bronca en cántico o baile, festeja el momento colectivo. Se fue a bancar a Cristina, a comulgar grupalmente contra el miedo y la bronca. Cualquier observador imparcial notaría la positividad de los comportamientos, la alegría de pertenecer, la ausencia de llamados a la muerte.

Como de costumbre participaron cuatro generaciones. Va una observación impresionista, subjetiva, corroborada en testimonios escuchados en los medios: las personas nacidas o criadas desde la niñez en democracia se encuentran con un escenario que jamás vivieron. Los desafía, conmueve y sorprende a la vez. Quienes tienen más años suelen reencontrarse con fantasmas, terrores, dolores y vivencias atravesadas en el pasado. Todo un dato, cuya significación se develará andando el tiempo

La oposición política se dedicó a desdimensionar los hechos. El feriado es opinable, están en derecho de criticarlo. Pero la tentativa de magnicidio tiene otra dimensión cualitativa… constituye necedad empardarlos.

Otro reproche, más interesante, es no haber sido invitados a la manifestación. De nuevo, en varios lugares del país fue diferente. De todas maneras, merecen repasarse el comentario y la comparación con la Semana Santa de 1987, cuando el presidente Raúl Alfonsín fue acompañado por dirigentes o mandatarios peronistas de primer nivel. La Plaza rebosaba de militantes y cuadros de otros partidos políticos. Ese cuadro es más completo, superior acaso, al de hoy en día. A la vez es irrepetible. Las diferencias en aquel pasado eran indeciblemente menores a las actuales.

La ojeada retrospectiva puede llegar a los ciudadanos, entonces y ahora. Alfonsín supo congregar adhesiones transversales masivas en el espacio público en dos oportunidades, En la primera, se difundieron noticias sobre peligros golpistas: la oposición se sumó a la convocatoria del presidente quien les anunció plan de ajuste y economía de guerra.

En abril de 1987 ante una amenaza real de proyecciones temibles la gente acompañó de nuevo. Dejemos de lado el desenlace, la defensa se hizo colectiva. Fabular repeticiones ahora sería un delirio: la polarización y la intransigencia superan cualquier marca de épocas anteriores.

Ciertos referentes cambiemitas se quejan por no haber recibido un convite que habrían rechazado. ¿Imaginan los lectores los vituperios para quien abrazara a la actriz Alejandra Darín en el escenario? Esclarecedor el comportamiento de la bancada de PRO en la sesión de ayer en Diputados: diferenciarse y sobreactuar les importa más que un repudio sencillo.

De nuevo, hay polarización pero la derecha se radicalizó mucho más que sus adversarios. Esta vez la mayoría de los referentes cambiemitas “repudió” el atentado, lo que significa un avance en el contexto. Bienvenido, porque construye un piso. La señal podría ser peor, lo corroboran palabras y gestos de otros opositores. La hipocresía es un homenaje del vicio a la virtud, dijo un conservador escéptico siglos ha. Más saludable que la franqueza desprovista de responsabilidad.

Si se observa más de cerca, el recurso del tweet templado contiene reglas de estilo insuficientes. El repudio es la clave, el plato principal. Las guarniciones suelen apenar, por escasas e insulsas. Los redactores no agregan nada: ni un abrazo a la vicepresidenta o a su familia, una mención a su trayectoria institucional, una palabra que salga del estereotipo. Apenas un puñadito de comunicaciones telefónicas personales con Cristina, entre personas que se conocen desde hace años y practican la misma actividad. Sabor a poco.

La patética sesión de Diputados (ver nota aparte) naufragó sin conseguir unanimidad o mayoría aplastante para un imprescindible repudio a un hecho descomunal. En fin.

El cuadro de situación decepciona pero no sorprende: es lo que hay. Haber coqueteado con la tragedia no reescribe en minutos la realidad. Es bien posible, casi seguro, que se haya inaugurado una nueva etapa histórica, un punto de inflexión. De ahí a que los comportamientos peguen un rápido salto de calidad media un abismo.

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La gobernabilidad en jaque: La clase trabajadora porfía en reclamar sus derechos día tras día, a través de la acción directa. Record de piquetes este año contabiliza la prensa dominante. Vale dudar de la precisión de los datos aunque la observación es certera. Los argentinos ejercitan la movilización, conscientes y constantes. Lo consideran un recurso, una herramienta democrática. A menudo se han obtenido o defendido conquistas. El sistema democrático no existiría o sería menos equitativo sin “la gente en la calle”.

La templanza de los manifestantes asombra tanto como la eficacia del método. “¿Por qué no rompen todo?” o “por qué no hay estallidos y saqueos?”. De cajón, porque los argentinos de a pie son pacíficos y demandantes a la vez, dupla no accesible en otras latitudes. Quieren vivir en paz, dignamente. Si se los observara con respeto, sin reducirlos a un porcentual, quedaría comprobado que los pobres son muchos. Se remarca menos que son trabajadores. Que las familias quieren que los hijos vayan a las escuelas. Que los mayores aspiran a que los chicos lleguen a niveles de enseñanza superiores a ellos. Que dan y piden respeto. Que cuidan todo lo que pueden (un montón, como pueden atestiguar viajeros internaciones frecuentes) la limpieza personal y el atuendo. Que son proclives a invitar a comer, cuando disponen de algo en la parrilla o en la olla. Lo preparan para que guste y abundante cuando se puede. Que laburan muchas horas para recibir retribuciones insuficientes.

No rompen todo, entre otros motivos porque no hay memoria de que ese modo de accionar haya sido eficaz en estas pampas.

La furia contra la revuelta en las calles trasunta prejuicios, intolerancia y astucia. Las clases dominantes saben que en ese terreno las correlaciones de fuerzas son más equitativas que en la mesa de negociaciones.  De nuevo, reprimen por odio tanto como por racionalidad instrumental.

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Contrafactuales para pensar: La relectura histórica, la vida privada y la política apelan a los contrafactuales. “¿Qué hubiera pasado si…” es una pregunta que ayuda a repensar, a entender que no todo está escrito de antemano ni que todo futuro es inexorable.

Desde hace un tiempito recobró energía: “¿qué hubiera pasado si CFK encabezaba la fórmula presidencial en 2019?”. La respuesta funciona como parámetro para imaginar el escenario de las elecciones presidenciales por venir.

El miércoles brotó otro contrafactual que atormenta y da pavor. “¿qué hubiera pasado si salía la bala?”. Duele escribirlo incluso conociendo el desenlace. Pero da cuenta de la violencia, de los peligros crecientes, de una inestabilidad que jaquea al sistema político.

Imaginar que nada debe cambiar se empieza a parecer al masoquismo para no decir algo peor. Calcular que ya se tocó fondo y ahora viene el rebote es voluntarismo puro o resignación.

Las injusticias económico sociales siguen en pie, la inflación no se detiene aunque las tapas de los diarios no hablen de ella.

De regreso al inicio de la nota: el patente crecimiento de la violencia fue subestimado. Ojo con calibrar mal otros deterioros corrosivos: atañen al propio sistema democrático que sufrió un quiebre colosal durante una noche que parecía normal y hasta grata,

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