Oportunistas que disfrutan de algunos privilegios de la heterosexualidad sin renunciar a los placeres de otros frentes. Traidorxs, cobardes, ni chicha ni limonada. La bisexualidad es dudosa, acusada tanto de promiscua como de impostada. Se cree que es, en el mejor de los casos, una etapa o una transición hacia otra cosa. Históricamente mirada con desconfianza tanto por el universo hétero como por el homo, se suele decir que vive en un doble clóset.

Mucho de ese guion del sentido común circuló en lo que hace pocas noches en la pantalla de América dijo Roberto Piazza: “No estoy de acuerdo con la bisexualidad. La bisexualidad es una perversión, dicho por Freud, Lacan.... No así, la homosexualidad y el lesbianismo”. “El día que vos tengas relaciones con un hombre y una mujer y no sepas para qué lado correr, le vas a cagar la vida a ella o él. Y también le vas a cagar la vida a tus hijos, ellos te lo van a echar en cara. Te lo aseguro (...) Llamen a un psiquiatra y pregúntenle. Yo tengo 35 años de psicoanálisis encima”.

Todo empezó con un comentario que hizo sobre el casamiento de Florencia Peña y Ramiro Ponce de León, la pareja que puso a la palabra "poliamor" a desfilar por las páginas de Caras y la mesa Mirtha Legrand: “El poliamor no existe. Sexualmente está bien (sumar otra persona). Yo también lo hago. Pero no se llama poliamor. Se llama polisexo”.

Su historia y la Ley Piazza contra los abusos sexuales

¿Será que los derrapes de Piazza generan más desilusión por venir de quien vienen? Si bien en los últimos años Piazza alimentó un historial de comentarios racistas y xenófobos hasta la caricatura… sí es posible que las frases de odio sean más punzantes en su boca que en la de un Baby Etchecopar, por ejemplo. 

Los alaridos pidiendo pena de muerte para los ladrones de celulares son más dolorosos cuando salen de alguien cuya imagen sigue unida al recuerdo de haberlo visto, paciente, casi un pedagogo, ante la pregunta animal con la que Mirtha Legrand relacionaba la adopción de un niño por una pareja gay con el abuso.

Es imposible no pensar también en su autobiografía Corte y confesión, titulada en obvia referencia a su profesión pero también al secreto que como niño le fue impuesto por su abusador, su propio hermano, once años mayor. Fue ese libro con el que se rebeló ya de adulto contra la obligación de callar ante la vista distraída de toda su familia, que sabía lo que pasaba pero no hacía nada. 

Y justamente porque es alguien que con su testimonio hizo tracción para que otrxs también pudieran denunciar, es imposible creer que menosprecie el valor de la palabra. ¿Cómo lo va a desconocer alguien que desde la Fundación que lleva su nombre militó la modificación del artículo 63 del Código Penal? La Ley 26705, sancionada en 2011, conocida como “Ley Piazza”. 

Con ella se extendieron los plazos de prescripción del abuso sexual infantil para que empiecen a correr a partir de la mayoría de edad del denunciante. Luego, se amplió el tiempo de prescripción para que comience a computarse desde el momento de la denuncia. 

Todo esto hace de Piazza una figura de doble faz, con la que la prensa y el activismo no saben muy bien qué hacer. Seguramente porque es alguien que fue haciendo de la ambivalencia su estilo, la lengua larga y a veces conservadora de Piazza convive con todo lo demás en un cuerpo donde nunca sobran el acero quirúrgico, el cuero y el brillo.

Bifobia, asco y perversión

Del comentario de Piazza sobre la mononorma como la única manera de vivir al “asco” por la bisexualidad -por citar otra expresión que circuló en la TV en los últimos días- se podría decir que hay coherencia. Incluso a pocos días de la marcha del orgullo más convocante de la historia argentina, la bisexualidad sigue generando sospechas: de moda, de titubeo, de fraude, de pantalla. Y aun así, entre las nuevas generaciones es una bandera que acompaña una idea de fluidez del deseo. 

Y no es que haya que pedirle a Piazza que piense como un centennial… le hubiera alcanzado con decir que no comparte, que no entiende, que no practica. El problema es que no lo convocan para eso. Piazza en clave de show sabe que tiene que avivar el piso.

Lo que sorprende es que haya elegido expresar su antipatía hacia otras identidades y otros modos de vida, en términos médicos y morales: asimilando bisexualidad a enfermedad. Por desconocimiento, por sed de polémica o por lo que sea, Piazza tomó la posta de los discursos de la desviación que aún hoy rondan en algunos consultorios. Y lo hace blandiendo un espejo en el que rebotan fantasmas e injurias, parientes de aquellos de los que él mismo fue blanco.