Desde Barcelona

UNO Rodríguez no sabe aún si lloró de alegría o de tristeza cuando su hijo, respondiendo a su invitación, le dijo que no tenía ganas de ir a ver Wakanda Forever, que "ya tuve suficiente Marvel, papá". Algo terminaba, años de películas y de cruces de titanes y mutantes y villanos cósmicos. ¿Algo empezaba? Quién sabe... En cualquier caso, cinematográficamente, Rodríguez ruega porque lo que toque ahora no sea ese cine festivalero exótico social. Aunque, claro, está dispuesto a lo que sea con tal de que no se acabe el rito de sumergirse junto a su hijo en la oscuridad luminosa de un cine.

DOS Por las dudas, Rodríguez sigue aún como por inercia. Alcanzada luego de tanto BANG! CRASH! KABOOM! la página 373 de la formidable y exhaustiva y reveladora Verdadero creyente de Abraham Riesman (Es Pop), uno casi espera que el protagonista de esta biografía se despida, en su Asgard particular, con el último aliento capturado por un globo de voz trémulo donde se oiga y se lea un "¡Excelsior!".

Pero no: Riesman no da cuenta de nada al respecto. Por lo que entonces, luego de haber contado absolutamente todo, cabe pensar que no hubo famosa última palabra de despedida. Por otra parte ese hipotético y deseado y casi mantra a lo largo de toda la vida que fue "¡Excelsior!" no tiene nada del misterio del "Rosebud" con el que el citizen Kane se apaga en los altos de su Xanadú. Nada que investigar en "¡Excelsior!": se sabe perfectamente de dónde vino y a dónde iba y cuál era su pleno significado. Y, sí, "True Believer" era otra de las tantas frases hechas y slogans que se rescatan y enumeran y evocan en Verdadero creyente, cuyo subtítulo es --con aires ominosos y catastróficos de eso que se suele dedicar a antiguos emperadores o a modernos dictadores-- un Auge y caída de Stan Lee.

Y sí: como cualquiera de los muchos héroes que contribuyó a crear, Stan Lee voló muy alto para caer muy bajo.

A veces --muchas-- pasa.

TRES ¿Serán los abigarrados metaversos de la DC Comics primero (con Superman y Batman como estandartes) y luego la variación acomplejada sobre ellos que propone la Marvel Comics (con Stan Lee en el rol de estratega) más que posibles especímenes perfectamente reveladores de la tan mentada Gran Novela Americana?, se pregunta Rodríguez.

Allí están --como evidencia de su radiactivo influjo, Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay de Michael Chabon (ganadora del Pulitzer en 2001) o la menos invocada pero acaso más interesante Muy pronto seré invencible de Austin Grossman.

Allí están también decostrucciones-demitificadoras que acaban erigiéndose en nuevo mito como el Watchmen de Alan Moore (quien alertó con un "los superhéroes son una catástrofe cultural") y Dave Gibbonsy sucesivas variaciones sobre el alguna vez súper-héroe triunfal devenido en psicópatas corporativos en The Boys o mutantes atormentados en The Umbrella Academy o hijo conflictuado-conflictivo de todopoderosos en Jupiter's Legacy, para no hablar de las constantes revisiones à la dark de las propias DC y Marvel enturbiando las motivaciones de sus justicieros con traumas imposibles de solucionar hasta por Súper-Freud, Amo del Inconsciente.

Y Verdadero creyente cuenta y recuenta todo ello acorralando a Stan Lee --hijo de inmigrantes judíos-rumanos, nacido y bautizado en 1922 en Manhattan como Stanley Martin Lieber-- como perfecto espécimen del asunto y envolviéndolo en la flameante bandera del muy despierto American Dream y su automática vocación de colonizadora utopía universal nunca pudiendo ocultar del todo los trapos más que sucios en los bajos fondos de barras y estrellas. Porque Stan Lee también tiene mucho de insigne e insomne american psycho que no descansa nunca hasta conseguir lo que se propone sin importarle alzas y bajas en su empresa. O no vacilando en dar puñaladas por la espalda a colegas (Riesman se detiene muy especialmente en las ya muy conocidas y estafadoras maldades que Stan Lee les hizo a genios y cómplices más que protagónicos y como mínimo co-autores de sus visiones, incluyendo a los formidables y geniales Steve Ditko y Jack Kirby a quienes Stan Lee explotó con modales casi de Coronel Parker para con Elvis). O haciéndose acompañar por una esposa y una hija que parecen salidas de una temporada de American Horror Story o, mejor aún, digna e inestable pero incombustibles mega-villanas llegadas desde alguna dimensión alternativa para poner todo patas arriba y cabeza abajo. O, en los últimos tiempos de su reverdecido reinado cortesía de las películas Marvel (todas, hasta su muerte, incluyendo cameo propio para regocijo de frikis y nerds y comic-cones) sufriendo en soledad como una especie de próspero pero desposeído Rey Lear.

Y Riesman no deja piedra sin levantar y, mucho menos, infinity stone sin revaluar y, en demasiados momentos, devaluar. Y corresponde señalarlo: por momentos lo hace con una ferocidad obsesiva digna del perseguidor Javert de Los miserables que en verdad no es otra que la del fan desilusionado con su ilusionista.

Sobre el final de su saga --sobreviviendo a Ditko y a Kirby para tener la última palabra; ya no tan decisivo en el producto pero aun así imprescindible (en)mascarón de proa de lo que ya no es del todo suyo; sobreactuando el rol crepuscular que también tuvo el postrero Hugh Hefner en el Mondo Playboy-- Stan Lee parece tan resignado a su decadencia como satisfecho de su cima mientras a su alrededor aletean los buitres y albatros más que dispuestos a disputarse todo lo disputable.

CUATRO En las últimas páginas de Verdadero creyente, Riesman entrevista al treintañero Jonathan Bolerjack (uno de los miembros más cercanos del círculo íntimo de Lee) y este le confía que, antes del adías, Stan Lee "se dedicó a hacer lo que quería todos los días. Que tampoco era mucho. No le apetecía hacer gran cosa. Eso es lo que quería: no hacer nada, sentarse a pensar, charlar, descansar y dormir. Lo que querría cualquier persona de noventa y cinco años... A todo el que me pregunta, le digo que murió sintiéndose libre".

Pero, también, aun así, prisionero del saber que acabó siendo otro, diferente a lo que soñó ser. Una mutación del gen y genio original, con poderes sobrehumanos pero a la vez atormentado por la sospecha de la humanidad perdida y de los pecados y engaños para permanecer allí arriba, en lo más alto, Rey del Multiverso. Porque una vez, cuando le preguntaron por qué había cambiado su nombre, respondió: "Me puse Stan Lee porque yo siempre pensé que acabaría escribiendo la Gran Novela Americana y no quería ensuciar mi verdadero nombre firmando esos vulgares comics... No puedo entender a las personas que leen comics. Yo no les dedicaría ni un segundo de mi vida de no verme obligado a hacerlo porque ese es mi negocio".

Pero después de todo y antes que nada, Stan Lee fue un verdadero creyente en sí mismo y en su americana grandeza de novela y de cine y, antes que nada y después de todo, de comic.

O algo así y todo eso.

Hoy es martes y Rodríguez entra a ver Wakanda Forever.

Solo.

 

Aunque --¡Excelsior!-- ese chico sentado varias filas adelante se parece un poco demasiado mucho a su hijo.