Chester Bennington murió el mismo día en el que su amigo Chris Cornell cumpliría años. Ambos decidieron ponerle fin a su vida de la misma manera: ahorcándose en la soledad de una habitación vacía. Dos meses atrás, cuando el ex cantante de Soundgarden y Audioslave fue encontrado muerto en el cuarto de un hotel en Detroit tras un show en esa ciudad, su colega de Linkin Park, de 41 años, le dedicó una sentida carta de despedida en la que aseguraba que lo inspiró “de formas que nunca podrías imaginar”.  

Pero más allá de estas escabrosas coincidencias, pueden leerse también otros puntos de contacto entre ambos. Cornell fue un emblema de la década de los 90’, Bennington de la siguiente, y los dos padecieron un flagelo propio de la generación rockera que habitaron: las derivaciones negativas de un éxito comercial que no pudo saldar con sus beneficios materiales aquellos problemas emocionales propios del que tiene todo… menos paz.  Junto a Kurt Cubain, los tres ahora componen la triste trinidad de quienes no encontraron otra forma de acabar con sus tormentos que mediante el suicidio.

Bennington ingresó a Linkin Park en 1999, un año antes de que el grupo grabara Hybrid Theory, su taquillero disco debut que a la fecha lleva vendidas más de 24 millones de copias. El grupo fue punta de lanza del Nü Metal, un estilo compartido con Limp Bizkit, Korn y Deftones, aunque Linkin Park llevó al extremo acaso el rasgo más notable del estilo: la combinación de distorsiones y electrónica en función de construcciones melódicas oscuras. Una medalla que de todos modos Bennington nunca quiso colgarse:

“¿Nü Metal? –objetaba–. Entiendo la necesidad de las etiquetas pero, si te lo tomás en serio, es un disparate. ¿Qué hay de nuevo en esto? Estamos desarrollando las fusiones de Aerosmith con Run DMC, de Anthrax con Public Enemy. ¡Y eso ya ocurrió en los 80’!”.

El cantante confesó en varias oportunidades que de niño había sufrido abusos por parte de un allegado a la familia. Sus problemas recrudecieron a sus once años, cuando sus padres se divorciaron y comenzó a caer en toda clase de excesos. “Tomaba once dosis de ácido al día y me sorprende que todavía pueda hablar”, describió. “Fumaba un montón de crack, consumía un poco de metanfetamina y después, para bajar, opio. Me la pasaba todo el día freekeando, tocando la guitarra o componiendo, aunque pesaba menos de 50 kilos y mi madre me decía que parecía que acababa de salir de Auschwitz”.

En 2006 comenzó su primer proceso de rehabilitación y cinco años después reconoció que se encontraba en condiciones de afirmar que había abandonado todo tipo de consumo, aunque para aplacar la ansiedad de la abstinencia le recetaron Clonazepam, un ansiolítico que, en algunos casos, incuba en sus usuarios tendencias suicidas. Bennington, que vino a Argentina por primera vez en 2010, cuando Linkin Park ofreció un recordado show en el estadio de Vélez, había alertado en varias entrevistas sus intenciones de quitarse la vida. Este ejemplo público es apenas uno entre millares de casos que se agregan mes a mes en todo el mundo y que debieran reabrir el debate sobre la eficacia de estos procesos químicos cuyas contraindicaciones nunca son debidamente difundidas.

El cantante fue encontrado sin vida en la mañana de ayer en su casa de Palos Verdes, California. Linkin Park estaba promocionando la salida de One more light, su séptimo disco, aunque no era el único trabajo de Bennington, ya que en paralelo tenía un proyecto titulado de manera tristemente profética: Dead By Sunrise.