En El profesor chiflado, la remake que protagonizó Eddie Murphy en 1996 utilizando maquillaje protésico para simular un cuerpo de 180 kilos, hay una secuencia que se mofa de su protagonista: Sherman Klump se une a las clases de aerobic que veía por la televisión forrando su cuerpo de generosas dimensiones en un conjunto de gimnasia color púrpura. Su misión es bajar de peso para lograr conquistar el corazón de la mujer que le gusta, y para ello decide poner en práctica estrategias simultáneas. 

De fondo suena "I'm So Excited", una canción de The Pointer Sisters que acentúa la comicidad y unifica las distintas escenas a través del montaje. Los compañeros de gimnasia de Sherman, de cuerpos esbeltos y musculosos, entrenan saltando sobre una pequeña cama elástica. La cámara hace un recorrido de izquierda a derecha hasta que, de pronto, Sherman entra en plano y descubrimos que no puede rebotar sobre el trampolín porque el peso de su cuerpo aplasta la tela de salto hasta rozar con el suelo. El personaje se queda quieto haciendo un contraste con el movimiento que lo rodea. En el gimnasio se enreda con la soga de saltar y rompe el banco para hacer pesas. Sube las escaleras como Rocky pero se acalambra al cuarto escalón. Todo es un gag físico, pero al final de la secuencia Sherman consigue poner en práctica cada ejercicio a su modo. 

A medida que avanza la película, el director, Tom Shadyac, muestra al protagonista como una persona que es talentosa en su trabajo y se siente atraído por una mujer. Tom Shadyac se aleja del retrato del incapaitado y jamás cae en describirlo como un sujeto desagradable. La gordura no lo inhabilita ni le quita la posibilidad de disfrutar como lo hace una persona delgada. En ese giro se esconde una paradoja que cambia la lectura de cómo empieza la secuencia humillante de El profesor chiflado. El director hace chistes sobre el cuerpo de Sherman para tendernos una trampa. Nos pone a prueba buscando complicidad para burlarnos del gordo. Detectando si hay o no gordofobia en los espectadores. Quien se ríe lo hace a partir de cómo si sos gordo no encajás en la sociedad: ni las camas elásticas ni los bancos para hacer pesas son aptos para que entrene una persona con obesidad.

Cuando Darren Aronofsky eligió a Brendan Fraser para que interprete a una persona de 272 kilos en su película The Whale (La ballena) llamó al maquillador Adrien Morot para plantearle una preocupación: ¿cómo hacer para que las prótesis en el cuerpo del actor no se vean como una broma? El director de El luchador y Requiem por un sueño temía que la imagen del protagonista quedara chistosa, su objetivo era construir una imagen realista. The Whale presenta a su personaje dando una clase virtual de escritura creativa con su cámara apagada. Vemos los rostros de todos los alumnos, uno de ellos hace un chiste por escrito sobre por qué el profesor no muestra su cara. Por accidente la víctima del chiste lee la broma dedicada a él e intenta dar una explicación mentirosa que esconda la verdadera razón por la cual no prende la cámara. La siguiente escena ubica a Charlie, nuestro protagonista, un profesor gay y viudo de mediana edad con obesidad, echado en el sillón masturbándose mientras ve un video porno en la notebook. En el pico de excitación Charlie se detiene, toca su brazo izquierdo y gime. No de placer, de dolor. Síntomas de un infarto.

El protagonista de The Whale no tiene permiso para el goce, ni siquiera al comer un burrito. En una de las escenas más crueles Charlie le pide a su enfermera y amiga Liz (Hong Chau) que le alcance su cena. El personaje da dos bocados y se atraganta hasta no poder respirar. La enfermera debe hacerle una maniobra para evitar que muera por no masticar lo suficiente un trozo de burrito. 

Lo único que le produce una pizca de alivio a Charlie es un ensayo sobre Moby Dick que lee en el momento donde siente un malestar físico. Sin embargo, ni siquiera a ese mínimo placer puede acceder: cuando manotea el escrito, como si fuera una pastilla que apagará el colapso nervioso y físico, la carpeta que agrupa las hojas se le resbala de sus dedos gordos, cae al suelo y Charlie no puede agacharse a buscarla. “La película es un ejercicio de empatía”, declaró en una entrevista el director. Aronofsky confunde empatía con lástima. 

Hay menos caricatura en la panza de látex que usa Eddie Murphy para transformarse en Sherman Klump en El profesor chiflado que en el retrato realista que realiza Aronofsky. El pecado de The Whale no es el maquillaje ni las prótesis, tampoco la interpretación de Brendan Fraser que sale ileso del horror a través de sus ojos rotos. Lo imperdonable es el uso y exceso del primer plano. Es cierto que la película nominada a tres Premios Oscar es la adaptación de una obra de teatro de Samuel D. Hunter. Pero hay una gran diferencia entre los dos lenguajes y el acercamiento al personaje: el teatro es en plano general. Aronofsky utiliza el primer plano para pellizcarle la grasa al protagonista como un nutricionista sádico, le hace zoom a cada gota de sudor.

The Whale muestra a su protagonista como un monstruo que no merece amor, y mucho menos autonomía. “¿Quién desearía que yo fuera parte de su vida?”, dice avergonzado. Charlie recibe el desprecio de los demás, los insultos y reproches, absorbe con su cuerpo las agresiones de quienes le rodean. No se enoja ni se defiende, por el contrario asegura que “la gente es increíble”. Charlie se tortura a través de la mirada de Aronofsky. Durante toda la película un repartidor de pizza le deja cada noche el pedido a Charlie en la puerta de su casa. Charlie espera a escuchar el sonido del motor del auto para salir a buscar la caja, no quiere ser visto. El repartidor cada vez siente más curiosidad por este hombre misterioso que no sale de la casa, y un día se queda esperando para descubrir por qué se oculta. El empleado siente pavor al contemplar las dimensiones del cuerpo de Charlie y, con cara de asco, huye asustado. ¿Por qué en una sociedad como la estadounidense donde un 40% de la población padece algún tipo de obesidad un ciudadano se sorprendería de ver un cuerpo gordo?

La falla del nuevo drama de Aronofsky es que no hay una historia por contar. The Whale es un festival de voyeurismo sádico alrededor del dolor. Un retrato del flagelo de tener un cuerpo obeso. La obesidad como el paso previo a la muerte. El problema no es si el personaje muere o no, si no cómo es ese proceso: un calvario de maltrato y discriminación. Hay más humanidad hacia las personas obesas en el capítulo Homero tamaño familiar (King-Size Homer) de Los Simpson que en un plano de The Whale

Aquel recordado episodio mostraba cómo la sociedad desplaza a una persona obesa desde los hechos cotidianos: las limitaciones para elegir ropa que le guste (y no simplemente usar trapos floreados que tapen la panza para no incomodar a la gente) o la imposibilidad de entrar a un cine porque los asientos no están pensados para espectadores con sobrepeso. 

“Un hombre de su volumen no cabría en nuestros asientos”, le dice el gerente del cine a Homero. Homero le propone sentarse en el pasillo, solo quiere ver la película Tócame en la mañana. El dueño vuelve a rechazarlo explicándole que va contra del reglamento de incendios. La gente se amontona en la puerta del cine para ver el espectáculo de humillación. Uno de ellos grita “Oye, gordo, yo te tengo una película: 'Parque gordásico'. Todos se ríen a carcajadas, salvo Homero. “No se burlen, tengo dignidad. Solo quiero ver Tócame en la mañana en paz”. El gerente solo quiere que el hombre con obesidad se aleje del establecimiento y le ofrece maní tostado para que se vaya como un soborno. Pensando que el único deseo que puede sentir un gordo está relacionado a la comida, no a ver una película en el cine. 

Indignado, Homero da un discurso furioso: “Estoy harto de sus estereotipos y sus chistes. Los individuos con sobrepeso en este país tienen tanto talento y deseo de luchar como cualquier otro”. La diferencia entre la construcción del personaje con obesidad en Los Simpson y la propuesta en The Whale es que en el dibujo animado el gordo se mira al espejo y no siente rechazo. El problema lo tienen los demás. En The Whale es su protagonista quien se tortura gritando que es repugnante. Es Darren Aronofsky quien termina profesando aquello que denuncia: la gordofobia.