El dibujante y pintor Jorge Pirozzi (1948) presenta en el Pabellón de la Artes de la UCA, con curaduría de Eduardo Stupía, la gran exposición antológica “Variaciones sobre un tema invisible”, que abarca un arco temporal que va desde mediados de los años ochenta hasta el presente. Página 12 entrevistó al artista.

“Yo pasé un tiempo por los estudios de medicina y de biología -cuenta Pirozzi-, pero después los dejé. Dibujé y pinté desde siempre. Y empecé a tomarlo más en serio a fines de la década del sesenta. Soy autodidacta y al principio viví al margen del mundo del arte y de cualquier cuestión institucional. Con el tiempo me encontré con gente que participaba de salones que me sugirió que mandara mi obra a algún concurso. Entonces mandé a Hebraica y a algún otro salón. Gané una mención. Eso pasó en mi prehistoria, antes de conocer a Felipe Pino, Jorge Pietra, Marcia Schvartz, Duilio Pierri y Eduardo Stupía: formamos parte de una misma generación. Durante muchos años fuimos casi inseparables.

-La selección de obra que presenta en la UCA tiene una vibración y una potencia que está por fuera de cualquier arco temporal o cronológico.

-Elegimos a dúo, con Eduardo Stupía. No nos importó la época. Fue un poco azarosa la selección. Veíamos la característica de la obra y según nos iba pareciendo, la incluíamos.

-La única condición era el espacio de la sala.

-A pesar de haber ido al espacio de la UCA, incluso recientemente, yo tenía la falsa idea de que las columnas estaban distribuidas de otra manera. También pensé que el lugar era un hall de paso, atravesado por los estudiantes, por la gente. Y esto influyó en la elección: me llevó a elegir cosas de los ochenta y noventa que, pensé, muchos no habrían visto. Pero resultó ser un lugar cerrado, aparte. Y no pasó lo que esperaba, porque si bien a la inauguración fue mucha gente, eran casi todos conocidos, pintores o amigos y parientes de pintores, que en su mayoría ya conocían mi obra de los ochenta y noventa. A veces pienso que hay más pintores que público (risas).

-¿En su obra el papel viene antes que la tela?

-Comencé a pintar sobre tela a principios de los años ochenta y sigo, pero desde los sesenta hasta hoy, la mayor parte de mi obra son papeles. El papel lo siento más directo. Es más fácil de conseguir. Es más accesible; va con mi personalidad: produzco mucho. Y si tengo que plantarme frente a una tela, todo se demora. En fin, necesito una frecuencia “alta”.

-Además de la cantidad, su obra exhibe una energía, una vibración, una intensidad que parece dar cuenta de una actividad compulsiva.

-Así lo siento, sí. Con lo papeles, aunque son muy elaborados, tardo menos. En cambio, al principio, con las telas, sentía que había otros requerimientos, que había que dar otras respuestas. Con las telas tardaba mucho tiempo, en algunos casos, años. Y me costaba pintar una cantidad de obra en tela como para hacer una muestra. Sin embargo, me di cuenta de que cuando la cosa sintonizaba, cuando las cosas engranaban, lo resolvía relativamente rápido. Esa sintonía me dio la pista de que yo tenía que trabajar así: concentrado y resolviendo. Porque no podía ser que estuviera un año con una misma tela. Empecé a darme cuenta en qué momento pasaba algo con un cuadro y cuándo se terminaba.

-¿Algo así como un método?

-Traté de sistematizar mi trabajo, en principio con papel. Me ponía a hacer algo y trataba de terminarlo en una sesión. Como un ejercicio, porque el papel lo tomaba en parte como un medio para llegar a otra cosa. Tengo miles de papeles, literalmente: los acumulo. Me sirven para entrar en un tempo determinado. Ese sistema lo fui trasladando al trabajo con la tela. La compulsión es cierta: necesito entrar en un frecuencia más o menos rápida, porque en ese ritmo es cuando percibo las cosas de un modo propicio para mí. Pinto a partir de un momento en el que me situó previamente el dibujo. Si no logro esa frecuencia alta, me aburro.

-Los gestos, la energía, la intensidad, los movimientos generan la ficción de lo ilimitado en su obra; mientras que la paleta, en cambio, es muy reducida.

-Como para mí el dibujo es básico, uso mucho el negro. Y del mismo modo en que el dibujo me llama, también me llaman los colores saturados. Al principio me manejé con una paleta muy reducida, porque el acrílico no se conocía o se conocía muy poco acá. Y a mí me vino muy bien, porque hasta entonces yo pintaba con acuarela y témpera. Usé algo de óleo, pero tardaba mucho, porque me pasaba más tiempo limpiando que pintando. El óleo me distrae y me quita la rapidez que necesito. Aunque por otra parte cuando pinto al óleo tengo una paleta más extensa. Son otra cosa los colores al óleo. En concreto, la pintura al agua me resulta mejor. El acrílico apareció acá a fines de los años sesenta. Y eran caros. Yo compraba una gama reducida, de menor precio. Los talos eran más baratos que los cadmios. Pero no le daba tanta importancia al color, más allá de tener los primarios y algún que otro color. Me fui acostumbrando a trabajar así, de una manera directa, elemental y saturada. Es un modo -y una paleta- que siento emotivamente más familiar, más mía. Cuando extiendo la gama, por ejemplo en óleo, lo siento más ajeno.

-Hay obras más caóticas y abigarradas, mientras en otras se atisba un espacio, tal vez una escena, alguna figura.

-Cuando empecé en los años sesenta mi obra era dibujística y figurativa, con muy poco color. Después empecé a pintar a la manera surrealista: formas a las que daba valores. Al tiempo empezaron a surgir esas telas más abigarradas y expresionistas, cargadas de materia. Pero en los noventa, por necesidad, empecé a dar clases. Es decir: abrí un taller. Y las cosas cambiaron a partir de que me vi obligado a pasar la pintura y el dibujo al discurso: tuve que ordenar las cosas en una sintaxis. Porque yo no venía de una formación académica. Para transmitir las cosas, había que trasladarlas a palabras, que son una realidad diferente. Eso fue transformando mi forma de pintar.

-Es en parte lo que se ve: un pensamiento en acción.

-El pensamiento está siempre, pero de un modo intuitivo. La intuición es un pensamiento rápido. Me pasa también con el ajedrez. Llegué a jugar muy bien. Partidas simultáneas y ajedrez rápido. Y también hice mucha gráfica, que influye, porque es más racional.

-Y música.

-Sí. Estudié música. Pero podría decir que como pintor soy un buen músico. Aprendí a darle un tempo a la pintura. Hacer un cuadro se parece, para mí, a “ejecutar” una obra musical, en un tiempo determinado. Se trata de una sucesión de gestos que tienen que ver con un devenir. Y el final se acerca cuando empiezan a aparecer ciertos detalles. Es decir, pinto de forma “general” y a partir de que comienzan a surgir los detalles el cuadro se está resolviendo. A pesar de la apariencia azarosa de mis trabajos, me concentro mucho, me conecto con el entorno, estoy muy consciente. Pero si las cosas “se me escapan”… tengo que empezar de nuevo. Si me distraigo, no funciona. Todo avanza cuando de pronto me engancho y las cosas confluyen, hasta que llegan los momentos de definición. Por eso pintar me desgasta.

* En el Pabellón de las Artes de la UCA, Alicia Moreau de Justo 1300, PB (Puerto Madero), de martes a domingo, de 11 a 19. Hasta el 9 de abril, con entrada libre y gratuita.