Las chicas barren. Son barrenderas. Una de ellas canta. “Es mi río el agua de las calles. Este es mi horizonte, una pared. Esta es mi ciudad, este es mi valle. Con aromas, gritos y café”. Las pecheras de la municipalidad no dejan lugar a duda: esa ciudad, ese valle, tiene tonada cordobesa. Mientras la chica canta, antes de comenzar a barrer, los últimos minutos de la noche son empujados por los rayos del sol. De pronto, ya de día, la voz de una censista conjura las respuestas de los censados. Son los cuatro protagonistas de Sobre las nubes, el segundo largometraje de la realizadora cordobesa María Aparicio, que llega este jueves 16 al Cine Gaumont después de ganar el premio a la Mejor Película de la Competencia Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (una semana más tarde podrá verse en su ciudad natal, en el Cineclub Hugo del Carril). Ante las preguntas programáticas impresas en el papel oficial, que sólo parece aceptar oficios y condiciones laborales previamente establecidas, pasan revista a un muchacho que prepara tostados, pizzas y platos de pasta en la cocina de un bar céntrico, una instrumentista de quirófano, la nueva empleada de una librería y un hombre que hace tiempo anda en busca de trabajo, sin demasiado éxito. En realidad, los personajes principales de la película son cinco, si se le suma al resto la chica que barre y deja de barrer para emprender otros menesteres, pero que siempre canta. Con su duración de casi dos horas y media y una fotografía en blanco y negro que dibuja la capital cordobesa con contrastes diurnos y nocturnos, Sobre las nubes forma parte de esa categoría cinematográfica que, a falta de un mejor término, se ha bautizado como ”film coral”. Relatos independientes aunque paralelos que recorren las mismas calles y apenas si se rozan en algunos casos, pero que comparten una misma sensibilidad. No es una ciudad de ángeles, apenas un paraje habitado por criaturas que intentan sobrevivir: a la falta de empleo, a los avatares de un nuevo romance, al embate de la rutina, a la imposición de un horizonte con forma de pared.

El universo de Sobre las nubes siempre fue múltiple, colectivo. La aclaración es pertinente: podría pensarse que la/s historia/s tuvieron un origen simple y fueron luego ampliándose, sumando capas y anécdotas, pieles y espíritus. “Siempre fueron cuatro”, reafirma María Aparicio, “pero cuando estábamos montando la película esa chica que al comienzo barre y canta, Juana Oviedo, se sumó como una quinta protagonista. Ella aparece en el resto de las historias y terminó teniendo una relevancia que nos empujó a pensarla a la par del resto de los personajes. Cuando me preguntan el nombre de los actores y actrices principales siempre nombro a los cinco”. Para la directora de Las calles (2016), rodada en el sur de nuestro país, en Puerto Pirámides, bien lejos de su ciudad natal, la nueva película deriva de observaciones de toda la vida en el centro de Córdoba. “Soy de acá. Siempre viví acá. Y la película es una especie de consecuencia de esos apuntes de vida. Para mí era muy importante poder indagar en esa experiencia colectiva, lo que implica habitar una ciudad, más allá de que siempre hay algo individual en la vida en las ciudades. Estar juntos no implica necesariamente que estemos en contacto con otros. Pero el centro de Córdoba siempre implicó para mí esa mezcla de clases sociales, de realidades y situaciones, que me interesaba elaborar”. Cuando las primeras nubes ya pasaron por la pantalla y los personajes han sido presentados por la censista, es imposible no pensar en algunos de los clásicos del género coral, desde Ciudad de ángeles, de Robert Altman, a Magnolia, de Paul Thomas Anderson, pasando desde luego por la ignominiosa Vidas cruzadas, de Paul Haggis. En el film de Aparicio no hay terremotos ni lluvias de ranas ni choques automovilísticos que hagan las veces de instancias catárticas. Sí hay un eclipse solar y un Año Nuevo que todos los personajes comparten, sin que ello implique la aparición de un pico dramático o un cruce casual o causal. “En cierto momento, en el guion, estaba la lluvia, que hacía las veces de hilo conductor entre los personajes. Pero eso cambió –el guion fue escrito durante mucho tiempo– y la lluvia terminó siendo reemplazada por las nubes. Es un fenómeno que ocurre en el cielo, como el eclipse; algo que pasa allá arriba y que, de alguna manera, es idéntico para todos. Pero nunca existió un elemento disruptivo, que generara un pico en el cardiograma de la película”.

Hernán (Pablo Limarzi) compra una camisa blanca en un local de ropa del centro. Perfecta Lew – Talles 28 a 40 – 2 X $1200, reza el pequeño cartel en la vidriera, señalando palmariamente el paso del tiempo, desde el momento del rodaje hasta el estreno. De cuarenta y largos y padre de un chica de unos trece años, el hombre se sienta frente a la computadora y mantiene una videollamada con la persona responsable de filtrar posibles candidatos para un puesto de trabajo. Más tarde, le tocará participar en un proceso de selección de personal lleno de pruebas de lógica, pero también de ejercicios con extrañas connotaciones sociales. Hernán trabajó en sistemas durante mucho tiempo, pero ya nadie parece interesado en su experiencia. En un bar, Hernán y su hija conocen a un vendedor de baratijas –linternitas, globos iluminados, lo que haya llegado en el container–, y la chica se interesa en tomar clases de aikido. “Puedo ahorrar”, le dice al padre, que sonríe con algo de melancolía. “Si bien había algo de la cotidianeidad que era muy importante”, reflexiona la realizadora, “también lo era poder trascender esa idea. No permanecer solamente en una zona mínima de la intimidad sino poder lograr una resonancia hacia afuera, hacia algo más social, abierto hacia el mundo. En ese vínculo entre la intimidad, el ámbito privado de los personajes, y el espacio público descansa la película. Me daba temor eso de filmar a los personajes durmiendo o comiendo, haciendo cosas que en general se suelen omitir en las películas. Momentos que a priori no son interesantes. Pero fueron cuestiones que fuimos descubriendo mientras hacíamos la película”.

La crueldad es un elemento ausente en Sobre las nubes. Más allá de las dificultades que atraviesan algunos de los personajes, no hay ni una pizca de sadismo en la mirada. Más bien todo lo contrario. “Respecto de ese tema me gustaría decir algo que siempre quiero decir, pero nunca puedo, tal vez porque no encuentro la manera. Filmar la amabilidad, la ternura, puede ser entendido como una cosa ingenua, desprovista de un sentido político, incluso. Todo el tiempo pensaba en eso, en el sentido político de la ternura, sobre todo en este momento que nos toca vivir. En la política hay algo que siempre está pensado desde la idea de establecer límites, desde las diferencias. Aquello que nos separa del resto. Por supuesto, creo que es importante tener en claro cómo uno piensa las cosas, pero al mismo tiempo me interesa esa zona en la cual los seres humanos podemos empatizar unos con otros. No pensé que eso iba a ser tan llamativo en la película, pero lo cierto es que mucha gente me habla de eso. Incluso hay comentarios un poco maliciosos, en el sentido de que les resulta extraño que no haya personajes con algo de maldad explícita. Creo que el cine de ficción puede generar preguntas y reflexiones sobre cómo se ordena el mundo, a quienes les toca hacer ciertas tareas y a quienes no, qué significa tener o no tener trabajo en este mundo. No es que pensé que Sobre las nubes iba a ser una película sobre el trabajo, pero eso también se deriva de esas observaciones que uno viene haciendo desde toda la vida. El trabajo en sus múltiples formas me parece algo fascinante. Creo que todos hemos construido nuestras vidas alrededor del trabajo, y es muy difícil entender la vida por fuera del tiempo que uno le dedica a hacer dinero para sobrevivir. Ese es el triunfo más grande del capitalismo”.

Nora ve a su marido por las noches, durante la cena. Ella trabaja todo el día en el hospital y él recién se acuesta al amanecer, después de su jornada nocturna en un hotel céntrico. Nora (la gran actriz cordobesa Eva Bianco) decide tomar clases de teatro, un berretín o tal vez un anhelo aplazado durante demasiado tiempo. Ramiro (el debutante Leandro García Ponzo) anda en bicicleta de acá para allá, siempre y cuando no esté calentando ollas de agua y revolviendo salsas. Se hace amigo del quiosquero de la cuadra, o intenta hacerlo. Lucía (Malena León), en tanto, se reencuentra en la librería con un antiguo compañero del magisterio, con quien inicia una relación sentimental mientras ingresa los nuevos libros e intenta recordar los estantes dedicados a los textos de filosofía. “Me gusta esto de hacer actuar a gente que nunca lo había hecho. De los cuatro protagonistas, Eva Bianco y Pablo Limarzi son actores de profesión, pero ni Ramiro ni Lucía tenían experiencia previa. Son amigos muy cercanos que sí tienen un vínculo con el cine: los dos son muy cinéfilos. Yo vivo literalmente a la vuelta del Cineclub Hugo del Carril, que es un lugar central para el cine en Córdoba. Fabián, el vendedor ambulante que aparece en la película, es una de las personas más cinéfilas de Córdoba”. El rodaje, típicamente independiente en términos de producción, fue extenso y durante todo un año se filmaron escenas sueltas, de diversos personajes, sobre todo en exteriores. Una segunda etapa, más concentrada en el tiempo, implicó rodar en interiores las distintas historias. “No fueron filmadas en orden, primero una historia, luego otra, sino alternando. Dependía de la disponibilidad de los actores y otras coyunturas”.

¿Por qué filmar la ciudad en blanco y negro? Son varias las razones. Para María Aparicio, que reconoce no venir de una tradición cinéfila, el acercamiento más profundo con la historia del cine vino después de dirigir Las calles. “Durante los cuatro años que llevó escribir y filmar Sobre las nubes vi mucho cine clásico. Y hay algo en la austeridad de recursos, en la imagen fija, que se fue filtrando consciente e inconscientemente en la puesta en escena de la película. Después me di cuenta de que eso estaba relacionado con las cosas que estaba viendo. El blanco y negro, además, ayuda a homogeneizar las situaciones de luz de los distintos espacios, que intentamos no intervenir para el rodaje. Finalmente, tengo un interés especial por la fotografía en blanco y negro, algo que supongo también influyó en la decisión”. ¿Sería esta la misma película si todo ocurriera en otra parte, en Buenos Aires o Rosario, en Londres o en Estocolmo? “Supongo que para cada director o directora debe ser diferente, pero mi experiencia de filmar la ciudad de Córdoba está muy mediada por mi propia vida. Por supuesto, hay casos maravillosos de directores que filmaron en ciudades que no les son propias. Pero en este momento de mi vida no sé si podría haber hecho una película en esta ciudad sin haberla habitado tanto”.