Moise Anezin tiene 7 años, nació en Haití, es argentino y está en segundo grado. Consultado -para romper el hielo- sobre si ya aprendió a multiplicar responde: “Obvio”. Al ser atacado con la tabla del 2, responde con cierto desprecio por lo inoportuno y por la tibieza del desafío: “2 x 2 es 4. Obvio”. 

Su madre, María Anezin, 40 años, cordobesa de nacimiento y de acento, pero porteña por adopción, empezó a trabajar a los 17 en una consultora brasileña en tiempos de la campaña presidencial Duhalde-De la Rúa y desde entonces no abandonó el ámbito de la política, la gestión pública y social, actualmente trabaja en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. 

Su otra madre, Gabriela Mambretti, 55 años, oriunda de Merlo, Provincia de Buenos Aires, es una de las productoras de radio más prestigiosas del país, que cuenta entre sus logros con la transformación de Radio Energy en Radio Latina, la programación de Radio Belgrano en su época de esplendor y saber manejar hacia el rating y hacia buen puerto a personalidades bien diversas, desde Magdalena Ruiz Guiñazú a Moria Casán. 

Ellas se conocieron hace 10 años, se enamoraron, se fueron a vivir juntas. Moise aparece en esta historia hace unos 5. Hace 2, las dos madres decidieron separarse, entendieron que la historia de la pareja había terminado. Cuando llegó el momento de plantear los términos descubrieron que no era la convivencia lo que no estaba funcionando sino todo lo contrario. “¿Por qué perder justo lo que nos sale bien?” Y así es que siguieron viviendo en la misma casa con la misma dinámica cotidiana de antes. A simple vista, aquí no hay ruptura ni mucho menos una grieta. Han de estar faltando nombres para ciertos sentimientos y modos de vivir los amores por fuera del amor romántico.

La entrevista se desarrollará con niño presente. Por un lado, porque la mesa está servida y el horario de la merienda es sagrado. Pero además, “porque no vamos a hablar de nada que él no haya escuchado antes”, dicen las madres. Moise conoce su historia. “Es una historia con huecos, como la tuya lo será seguramente y la nuestra también. Nadie sabe todo de su pasado ni del pasado de los antepasados. Hay que buscar hasta donde se quiera, se pueda y también hay que lidiar con las ausencias.” 

Moise acota: “¡Lucha y lucha!”. ¿Acaso está proponiendo un titular genial para la nota en curso? No necesariamente. Hijo de su tiempo tanto como de sus madres, está concentradísimo en nuestra conversación, en el pan con manteca y en su partida de minecraft en la tablet habilitada para estas ocasiones. “Le estaba pegando a un crepeer” me responde cuando le pregunto qué me quiso decir con lo de luchar y luchar. “Obvio”, le contesto, pero yo estoy mintiendo. Más tarde voy a tener que preguntarle a Wikipedia: “Creeper es una figura hostil que explota cuando se acerca a un jugador”.

Venir al mundo

Llego a la casa de esta familia con unas cuantas ideas equivocadas. Para empezar asocio la adopción en Haití con una búsqueda de velocidad en los trámites que en la Argentina siempre fueron dolorosamente lentos. 

“¡No! No es como se suele pensar, que te vas a un país más pobre donde todo es más fácil, llegaste y te compraste un chico.” La adopción de una persona por fuera de nuestro país sigue el mismo procedimiento que la adopción local. Hay que inscribirse en la misma lista, cumplir con los mismos requisitos que determina la justicia argentina. Es decir que quien quiera hacerlo hoy debe inscribirse en el RUAGA (Registro Unico de Aspirantes a Guarda) y someterse a consideración de un juez de menores que certifique idoneidad. También debe cumplir con lo que exige la legislación de Haití que, por ejemplo, no admite adopción de parte de dos madres o dos padres. La adopción legal la hizo una de las dos. ¿Velocidad? Depende de la suerte. Desde que empezaron el trámite hasta que pudieron ir a buscar a Moise, pasaron casi dos años. Para entonces el niño tenía 2 y medio. Seguramente hablaba y pensaba en creole que era su lengua materna en el instituto donde vivía. Aunque las madres antes de viajar a buscarlo trataron de aprender todo lo posible sobre el idioma y la historia del país que aporta el hijo, no llegaron a decodificar esas primeras palabras dichas a media lengua. Le hablaban en castellano y con el cuerpo, él respondía igual, hasta que en menos de un mes todos se instalaron en un mismo idioma. 

Gabriela Mambretti: Una vez que cumplís con los requisitos, una ONG de allá asigna un niño que está en condición de ser adoptado. A mí me pasaba algo rarísimo durante esa espera. Sonaba el teléfono, era de Haití y yo me metía corriendo en nuestro cuarto, aunque con la puerta abierta para escuchar todo. María, que es la que inició el trámite, era la que hablaba con la gente de allá. Un día le dijeron que había un niño llamado Moise. Me acuerdo de verla desde el cuarto, ella emocionada en el teléfono y yo acurrucada en la cama. Dijeron su nombre. Escuché “Moise” y yo supe que era nuestro hijo. Le leyeron una serie de situaciones médicas, estado general para ver si estaba de acuerdo. Escuchamos el nombre y las dos dijimos sí, sin importarnos qué hubiera en esa lista. Desde ese día tuve pesadillas pensando en lo que pudiera pasarle. Me despertaba pensando qué estaría haciendo y me dormía con la misma pregunta. Nos mandaban fotos, lo veíamos crecer. Aprendí temporadas de huracanes, deportistas famosos, situación política y comidas, todo lo que se acercara a la vida de Moise.

¿Cómo se cuentan entre ustedes el comienzo de la historia?

María Anezin: Yo me acuerdo perfecto el momento en que se lo dije a Gabi. Estábamos comiendo en el Lezama. “Mirá Gabi he decidido adoptar. Voy a  hacer los trámites. Si me querés acompañar…” 

G.M.: Exacto. Fue tal cual. No me dijo: “Gabi quiero que tengamos un hijo”.

¿Como te cayó una propuesta en esos términos?

G.M.: Raro… Un poco mal. Nos han enseñado a que hay un “nosotros” (sí, encima es con o) para esta decisión. Pero por otro lado, agarré viaje en el acto. Porque lo que ella no sabía es que estaba proponiéndome algo que yo había querido hacer mucho tiempo antes de conocerla. Incluso llegué a armar una carpeta de adopción unos 15 años atrás. Y debo reconocer que cuando lo pensé, también lo había pensado en solitario. No tenía pareja en ese momento. Después lo analicé mejor y no presenté la carpeta.

 ¿Por qué lo dejaste? 

G.M.: Trabajaba como jefa de toda la producción de Radio Mitre lo cual me llevaba más de 10 horas por día. Me di cuenta de que era algo irresponsable, yo me sentía bien, tenía un bienestar y quería compartirlo con un hijo, pero me di cuenta de que no lo iba a poder hacer sola. ¿Voy a adoptar un chico para que me lo cuide mi mamá? Y dejé ese deseo ahí… Tanto que ni siquiera fue jamás un tema que apareciera en mi relación con María.       

María, ¿qué significa acompañar? ¿Hay una madre legal y otra en una situación subalterna?

M.A.: ¿Te parece que acompañar es subalterno? A mí no. Yo los acompaño a ellos. Nos encontramos los tres, nos estamos acompañando, cada uno en su rol. Yo lo que dije ese día fue a conciencia: “Es una decisión mía porque lo sentí así, pero el vínculo que armen ustedes dos, ése es el que va a ser. Y yo lo voy a respetar”.

G.M.: Es difícil de entender, ya lo sé, pero es así. No armamos esta familia pensando la idea de mamá y mamá ni mamucha y mamacha. También confieso que no sabía como íbamos a nombrarnos. El vínculo legal de María es de “la madre” y ella llegó a Haití y lo tomó muy suelta de cuerpo: “Hola, yo soy tu mamá”, dijo en cuanto lo vio antes de que él supiera el idioma. ¿Y yo cómo me llamo? Pensé. Moise a los pocos días me empezó a decir “Cacú”. No sabemos qué quiere decir. Si tiene un origen creole, si responde a alguna palabra o figura conocida de antes, o si yo tengo algo que despierta ese sonido. 

¡Fuiste bautizada por tu propio hijo!

Moise (levantando la vista del minecraft): Sí, a mi mamá le digo Cacú, no sé por qué le digo así, nos salió. Y nos gusta.

M.A.: El otro día una compañerita del colegio le dijo a su mamá: “¿Por qué yo no tengo una Cacú? Yo quisiera tener una.” Aquel primer día yo había dicho “voy a respetar el vínculo”. Y como verás, el vínculo lo armaron con todo. Gabi es una madraza increíble. Y para mi ella es fundamental para la felicidad de nuestro hijo y para la mía. Yo lo que estaba diciendo también era: el vínculo entre ustedes no lo voy a imponer yo.                                                                     

Me parece que vos sabías a quién se lo estabas proponiendo.

M.A.: Por supuesto. Gabriela es con la única persona que yo hubiera hecho este proceso de adopción. Y lo volvería a hacer hoy.

¿Piensan que la ley de matrimonio igualitario funcionó en muchas lesbianas como un habilitador del deseo de maternidad? 

G.M.: Puede ser que haya habilitado, sobre todo las técnicas de fertilización. Pero no me parece nuestro caso. De hecho nosotras no nos casamos, nunca nos quisimos casar antes.

M.A.: Y lo haríamos ahora que ya no somos pareja si fuera la única vía para que Gabriela tuviera acceso legal a la maternidad de Moise. 

G.M.: Si bien el matrimonio no está en ninguna meta, creo que tampoco es lo ideal casarse para cumplir el fin de tener un derecho y que el chico lo tenga. Gracias a los cambios en el nuevo código, no es necesario estar casadas, creo.

Hoy es posible hacer una adopción sin necesidad de casarse, se llama “adopción por integración” y el requisito es demostrar una “unión convivencial”. Pero aquí recomiendo consultar con el grupo de Lesmadres (lesmadres.com.ar) que no sólo lo tienen bien claro sino que lo explican muy bien.  

M.A.: Muchos nos dicen que en estas condiciones no vamos a conseguir nueva pareja. Pienso todo lo contrario. A veces la gente se separa, arranca para otro lado y se lleva toda la historia a cuestas. Acá la historia está y no estamos arrastrando. La persona que sea será alguien que entienda esto. No es tan difícil.

En un artículo donde reflexiona sobre las discusiones sobre el matrimonio igualitario que se dieron en Estados Unidos, la feminista Rebeca Solnit argumenta que no tiene sentido negar las acusaciones de la derecha y de la iglesia cuando dicen que el matrimonio igualitario atenta contra el “matrimonio normal”. Guste o no la idea de casarse, te cases o no te cases, el “matrimonio igualitario” entendido ya no como “para todos” sino literalmente “entre iguales” genera un descalabro en el otro matrimonio donde la igualdad está negada. Tiembla el matrimonio “normal” entendido dentro de una jerarquía donde uno de los dos es más sencillamente porque es el hombre de la casa, el jefe del hogar. Esto no quiere decir que en las parejas del mismo sexo no exista la lucha de poder, ni la violencia, ni la opresión, sigue Solnit: la diferencia es que existe un horizonte donde consensuar, pelear o no por esas jerarquías que no vienen dadas de antemano. 

M.A.: ¿Te acordás qué me contestaste cuando te hice la propuesta?

G.M.: Sí. Te dije: vamos para adelante. Porque cuando aquella vez arrumbé la carpeta yo me había dicho a mi misma: “Y bueno. Si yo voy a tener un hijo, ese hijo me va a caer del cielo.” 

Moise sonríe. No sé si porque ha triunfado en la batalla contra los malditos que explotan o porque la idea de caer del cielo resulta fascinante aunque sea una metáfora.

Los sin por qué

¿Cómo aparece la idea de que el hijo viniera de Haití?

M.A.: Estaba sentada fumando en este mismo sillón y pensé que mi hijo vendría de allí. 

¡Fumando un porro!

M.A.: No. Podría haber sido pero no, fumaba tabaco común y miraba televisión. Pero hablando en serio, la verdad es que no te lo puedo explicar, lo sentí. Le dije a gabi y ella seguía con que todo para adelante.

¿Tal vez sea el equivalente a la épica del embarazo? La épica de la espera, de la búsqueda…

M.A.: Yo entiendo que haya una especie de necesidad de explicar, de rellenar con alguna lógica. Pero te insisto en que no lo sé.

Y cuando se rellena, se suele rellenar con sospechas.

M.A.: Es lo que pienso cuando se habla tan livianamente de las celebrities como Madonna o Angelina Jolie que hicieron adopciones de niños con otro color de piel. Ayudaron a visibilizar que los hijos no tiene por qué venir de tu misma sangre pero además los niños en situación de ser adoptados no necesariamente tienen que venir de tu mismo país. ¿Es snobismo? El precio es muy alto, tener un hijo por más famosa y millonaria que seas no vale una extravagancia. Como mínimo, lo pongo en duda. 

Nosotras y los miedos

¿Qué pasa cuando este proyecto que aparentemente implica tres personas, de pronto se encuentra con el resto del mundo y sus instituciones: médicos, escuelas, etc? 

G.M.: María es más insensible a la discriminación. Ella avanza. Yo me vuelvo loca.

M.A.: Es verdad, no me doy cuenta. Contale la del coche en el camino a las Leñas…

G.M.: Esto es antes de la llegada de Moise. Vamos en la ruta, nos para un gendarme. Ve los papeles en regla y nos dice: “Pongan las cadenas en las ruedas y vayan con cuidado… Hace poco chocaron dos mujeres allá adelante”. Quiero que me expliques a qué venía ese dato de las dos mujeres. “¿Viste que nos quiera atemorizar?”, le digo yo. María ni se había dado cuenta. 

M.A.: Pero en cuanto apareció Moise me avivé. Nunca había pensado que había que estar alerta, y ahora lo entiendo como una gran oportunidad para marcar la diferencia y que Moise aprenda a disfrutar de quién es, de cómo es.

¿Qué cosas pasan en la calle?

M.A.: La gente le toca el pelo, hay gente que cree que trae suerte, hay gente que se persigna vaya a saber por qué. 

G.M.: Una vez vi a un tipo que estaba filmando a María y al nene. Ellos se paraban en una vidriera y el tipo atrás. Lo tuve que perseguir para que borrara lo que había grabado.

M.A.: Pero lo más loco es que cuando les decís: “Señor, ¿qué hace? No se puede sacar una foto a un niño”. La gente se enoja, no entiende por qué. El aquí empezó a entender que no hay por qué saludar a alguien que uno no conoce, a estar atento que no es lo mismo que paranoico, a reflexionar sobre el sentirse abusado.

G.M.: Pero también está el tema de pasarse para el otro lado. Por ejemplo, en uno de sus primeros cumpleaños de jardín cuando tocamos el timbre salieron sus amiguitos con mucha alegría y lo recibieron diciendo: “Vengan que llegó el negrito.” La madre, toda avergonzada retó al nene del cumpleaños: “No le digas así” 

M.A.: ¿Por qué no le van a decir negrito? Si los chicos lo ven así, es así y además lo dicen con alegría. Es complejo, a veces la buena intención coloca un prejuicio donde pudo haberse evitado. También nos dimos cuenta de que esa insistencia nuestra en el reconocerte como negro aquí y allá también es otra imposición molesta. A veces, cuando algo es tan pesado e insistente es comprensible que tengas ganas de negarlo, de que no se tematice. Eso fue un aprendizaje para nosotras.

G.M.: Creo que la mayor preocupación de la gente, ante dos mujeres, ante un niño negro con dos madres blancas, etc, es la evidencia de algo que surge y que es algo de lo que no se quiere hablar.

¿Tenés un ejemplo para explicarme eso?

M.A.: El otro día, estábamos en la pileta y de pronto viene un nene que le dice “Yo sé tu historia”. ¿Sí? Yo escuchaba el diálogo. “Que tu papá se murió.” Casi me muero yo. 

G.M.: Cuando hablo con la madre me dice que ella le había inventado eso a su hijo porque el nene le había preguntado por el papá y como no sabía qué decirle le inventó eso. Pero no es verdad, le dije yo. Pero bueno, me dice ella tan tranquila: “algo le tenía que decir.” Ahora, yo le pregunto: Y si no sabés…¿no se te ocurre decirle no sé? ¿No se te ocurre preguntar? Es alevosa la necesidad de rellenar huecos en la historia de los demás para no tener que sentir los propios.

M.A.: Nos sirvió para pensar[ nadie puede venir a decirte cuál es tu historia. Las historias se construyen y se reconstruyen. Pero no hay nadie que sabe por vos.

Un niño, un país. Un hijo, una patria

Antes de su primer viaje a Haití, María comenzó a escribir un diario: “Mi primer contacto con la existencia de Haití fue a través de las imágenes que transmitían por TV sobre la catástrofe del terremoto el 12 de enero de 2010. No sabía que mi vida tomaría un contacto trascendental con ese país. Hoy, a dos años y cuatro meses, me encuentro a una semana para tomar el vuelo que me llevará a conocer a mi hijo: Moise que nació dos meses y  tres días después del terremoto, un lunes 8 de marzo de 2010, en la Capital de Haití, Puerto Príncipe….”

Este diario que inició con tanto ímpetu no tiene más páginas que ésa. La vida cotidiana arrasó con las palabras. Hay, eso sí, un enorme álbum de fotos donde se lo ve crecer sin las madres y una cantidad de selfies donde va creciendo con ellas. Estas ultimas se multiplican y se enciman como pasa hoy con los registros fotográficos. 

Ese diario inconcluso termina con una reflexión, que bien podría ubicarse entre el mantra y el recordatorio ante posibles olvidos propios: “No somos héroes ni súper mujeres salvando vidas en una isla olvidada del Caribe. Creerse salvador no es más que escudarse en algo inexistente para justificar un deseo individual que aporta a institucionalizar el tráfico de menores. Ojalá entendamos esto y estemos a la altura de este encuentro. Uno comienza por una cosa y termina descubriendo otras que van marcando los pasos, que van construyendo y reconstruyendo lo que somos, lo que fuimos. Siempre con la posibilidad de reivindicar lo que queremos ser”.  

Sebastián Freire