Podría pensarse que el valor de las enciclopedias se redujo notablemente con la aparición de Internet; la fascinación digital parecería indicar que cualquier información hoy se encuentra en un clic. Sin embargo, al abrir un volumen como Borges babilónico. Una enciclopedia (Fondo de Cultura Económica) queda claro por qué esta herramienta fue fundamental en la vida de Jorge Luis Borges como lector y también en su producción literaria. A Jorge Schwartz –director de la edición– le gusta decir que “es mucho más que un diccionario y algo menos que una enciclopedia porque un diccionario no tiene entradas firmadas y una enciclopedia en general tiene varios tomos”. En el prólogo cuenta que hubo tres reglas claves para organizar el corpus: evitar la interpretación de textos, no repetir información de fácil acceso en Internet y que todas las entradas aludieran a la obra de Borges.

“Fue condición sine qua non porque eso no lo encontrás en Google. Podemos saber quién es John Wilkins en Internet, pero es totalmente original lo que aparece en relación a los cuentos de Borges y las especulaciones sobre ese lenguaje universal. Esa es la originalidad de este trabajo. Hoy uno encuentra todo en Internet pero no estos ganchos, y es una manera graciosa de leerlo”, dice Schwartz con entusiasmo. El director nació en Posadas en 1944 pero desde 1960 reside en Brasil. Se graduó en Estudios Latinoamericanos y Literatura en la Universidad Hebrea de Jerusalén, es magister, doctor, investigador y profesor emérito en la Universidad de San Pablo y ahora está de visita en Buenos Aires para presentar el libro. La entrevista se programó en un café situado a pocas cuadras del Jardín Botánico, que figura como una de las entradas entre “Japón” y “Jardín Zoológico”.

Esa clase de conexiones propicia la lectura del Borges babilónico, que reúne una asombrosa cantidad de palabras que configuran las constelaciones de la galaxia Borges: sus lecturas, sus autores queridos (y no tanto), los conceptos presentes en su obra, su relación con Buenos Aires, pasajes autobiográficos, el vínculo con sus antepasados, sus amigos, sus amores, entre muchas otras cosas. “Yo nunca pensé en hacer un diccionario de Borges porque no es mi especialidad”, asegura Schwartz, y cuenta que lo habían llamado de Emecé para responsabilizarlo por las traducciones al portugués de los cuatro tomos de las Obras completas con la única cláusula de no incluir notas explicativas. “Eso me generó un gran problema porque en el extranjero es necesario explicar ese mundo argentino, entonces tuvimos que investigar muchas cosas y quedaron tantas dudas que me pregunté por qué no hacer una guía de lectura de Borges para Brasil”.

Así comenzó este proyecto monumental que llevó una década de trabajo junto a estudiantes de grado de Español e Historia de América: “Estuvimos dos años armando el corpus: se llegó al número delirante de 7 mil entradas y notamos que era imposible abordar eso entonces decidimos reducirlo a las mil que componen el Borges babilónico. Después el proyecto fue creciendo con encargos a especialistas”. La edición brasileña fue publicada en 2017 por Companhia das Letras y en Argentina ya está disponible el volumen editado por el FCE que Schwartz destaca por su elevada calidad: “Yo digo que es una edición aumentada y mejorada. Con Patricia Artundo y Gênese Andrade hicimos una lectura de lo que no era necesario explicar para el lector argentino y también aproveché para rellenar algunos baches: creo que el peor en la edición brasileña es Bustos Domecq, pero me lo perdono. Invitamos a varias personas, casi todas de Argentina, para escribir nuevas entradas”. De 66 colaboradores iniciales pasaron a 75, con destacados aportes como los de Horacio González, Beatriz Sarlo o Ricardo Piglia, entre otros.

La norma era no incluir personajes, pero algunos terminaron imponiéndose por su peso específico en el universo borgiano: es el caso de Beatriz Viterbo, Pierre Menard, Emma Zunz, Ts’ui Pên o el mencionado heterónimo Bustos Domecq. “Beatriz Viterbo es nada menos que la traidora de Borges en ‘El Aleph’ y se lo encargué a Adriana Astutti, quien falleció muy joven y era dueña de la editorial rosarina que llevaba el nombre del personaje. Pierre Menard lo escribió Michel Lafon, un gran borgiano en Francia que tiene una novela sobre el autor ficticio. No quería que estuviesen ausentes”, dice Schwartz, y destaca hallazgos como las entradas sobre “apócrifos” o “autofiguración”, a cargo de Alfredo Alonso Estenoz.

Pueden mencionarse algunas curiosidades que promueven una lectura actualizada (aunque no forzada) del autor de Ficciones. Sobre la entrada “homofobia”, Schwartz comenta que es un término de los últimos años. “La escribió Daniel Balderston, que estudió bastante ese tema. La cuestión de la homofobia aparece muy poco en su obra y él señala cuáles son: ‘La intrusa’ y ‘La secta del fénix’. De donde viene el mayor número de groserías en relación a eso es en las conversaciones con Bioy. Borges menciona una dialéctica fecal, lo cual es increíble, y hay otro ejemplo de hombría donde el agente activo jode al pasivo y sale como héroe. Está eliminada la sospecha de un Borges homosexual porque realmente no lo era, pero es muy curioso el vínculo de una vida entera con Bioy Casares, mujeriego por excelencia. Creo que se complementaban”.

Cuando se asocia el nombre de Borges a la política aparece la polémica. El director destaca el trabajo de Nicolas Shumway sobre esta dimensión y aclara: “Borges formaba parte de un grupo de la oligarquía porteña muy antiperonista. En los ’60 y ’70 fue muy demonizado por las izquierdas y el cosmopolitismo. Quien lo recuperó de una forma extraordinaria fue Beatriz Sarlo en la revista Punto de vista a partir del concepto de criollismo de vanguardias. Sin embargo, aunque eso no aparezca en su obra, tuvo muchas metidas de pata al ensalzar a Pinochet, diciendo cosas terribles sobre los negros, con ideas políticamente incorrectas. María Kodama lo llevó a escuchar testimonios de las Madres de Plaza de Mayo y creo que eso lo hizo cambiar de idea. No creo que Borges merezca un estudio sobre la política porque no es lo de él y no se ven esas cosas en su obra, pero los tiempos actuales llevan a una relectura”.

Sin embargo, en la página 385 hay una entrada sobre el concepto de “memoria”, a cargo de Ricardo Piglia, que alude a la política en la ficción de Borges pero desde otro lugar: allí el escritor cita cuentos como “La memoria de Shakespeare” o “La lotería en Babilonia” para hablar de la función de los Estados en tanto aparatos de vigilancia a la hora de inventar memorias inciertas, construir una experiencia impersonal y manipular la identidad. Resulta interesante esa lectura en tiempos de fake news e inteligencia artificial. “La cultura de masas (o mejor sería decir la política de masas) ha sido vista con toda claridad por Borges como una máquina de producir recuerdos falsos y experiencias impersonales. Todos sienten lo mismo y recuerdan lo mismo y lo que sienten y recuerdan no es lo que han vivido”, escribe Piglia.

En una enciclopedia sobre la obra borgiana, ¿a quién encargarle la entrada “Borges”? El director de la edición se enfrentó a ese desafío y lo resolvió de un modo ingenioso y brillante: la dejó a cargo de la pluma del propio autor. “Creo que, de todas las entradas, la más original es esa. Es muy impresionante por su originalidad y el humor con que lo hace. A propósito escribe ‘José’ Luis Borges y yo puse un [sic] para que no piensen que es un error tipográfico. No es un texto muy conocido porque entró como epílogo en 1974; es brillante leer cómo se imagina cien años después”. La entrada funciona como una síntesis magistral de su vida y obra y, con la ironía que lo caracterizaba, imagina ese texto como parte de una supuesta enciclopedia que sería publicada en Santiago de Chile un siglo después, es decir, en 2074.

Cuando se le pregunta a Schwartz por el lector en el que pensaron a la hora de elaborar este libro, responde: “Es una invitación más a la lectura que a la consulta. Eso es lo que hacía Borges con la Británica o la Brockhaus, era un gran lector de enciclopedias y además tiene un papel fundamental en su obra, pensemos en ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’. Podría hacer un chiste y decir que con este libro se puede jugar al I Ching: abrís cualquier página y te va a sorprender porque salta de una cosa a otra todo el tiempo y aparece esto de la ‘buena vecindad’”. El investigador confiesa que no deja de asombrarlo el mundo mental de Borges: “Con estas mil entradas uno entiende que todo eso pasó por su cabeza como referencia, como mención, como cita, como intención. Él era un Google ambulante”.

Borges y el limbo legal

El propio Schwartz fue quien escribió la entrada “María Kodama” y cuenta: “Aunque responde más a la cuestión biográfica que a la literaria, no podía faltar. No me quise arriesgar entonces yo mismo la escribí y se la mandé. Me llamó por teléfono muy enojada porque había escrito que era secretaria de Borges y quería aclararme que nunca lo fue. Por supuesto modifiqué eso”. Cuando se le consulta por su opinión sobre el limbo legal en el que se encuentra hoy la obra de Borges, asegura que le resulta “inexplicable que una mujer que dedicó 35 años de su vida para garantizarle calidad a esa obra no haya dejado un testamento. Es como si hubiese una negación de su propia muerte; creo que fue eso, porque escribir un testamento significa que aceptás la idea de que te vas a morir”.