El jueves 8 de marzo, en el marco del #8M, me tomé unos minutos durante mi programa de televisión Intrusos del espectáculo para reflexionar sobre la importancia de esta lucha para todas las personas que expresan su femineidad de múltiples modos. "Hoy se conmemora la lucha por los derechos humanos de las mujeres, lesbianas, travestis, trans, bi, no binarias, e intersex de todas las edades", fueron mis palabras introductorias que buscaban reflejar este abordaje. La catarata de insultos que recibí en redes sociales por haber incluido a todas estas identidades en esta "celebración que solo lo pertenece a las mujeres" fue interminable.

Hace un tiempo en esta columna me preguntaba cómo era posible que una palabra de cinco letras (mujer) expresada a modo de definición identitaria generase respuestas con tanto odio. Desde hace años, la excusa perfecta para odiadores compulsivos y transfóbicoses la repetición maquinal y desactualizada de los discursos biologicistas, para intentar sostener un argumento insostenible que viene perdiendo fuerza y se está desvaneciendo con el paso del tiempo.

Lamentablemente aún hay muchas personas desinformadas que no comprenden el significado del #8M, y mucho menos el de esta lucha feminista. Es verdad que inicialmente el sujeto político del feminismo eran solo las mujeres. Pero también es cierto que las disidencias aún no eran sujetos de derecho. Faltaban muchos años para las leyes de identidad de género, que llegaron para cuestionar lo binario y la heteronorma madre de todas las violencias, dos de las causas más importantes en esta lucha.

Hoy por suerte somos muchas/es quienes peleamos para que en este mundo nadie quede afuera. Sin ir más lejos, en España el mismo día, Irene Montero, ministra de Igualdad, psicóloga y feminista, también fue atacada en un acto del #8M por defender a las mujeres trans. En el evento, un grupo de feministas radicales irrumpieron para reclamarle a Montero su postura, exigiéndole que explicitara su definición para el término "mujer", dejando en claro que para ellas, esto dependía exclusivamente de una realidad biológica: "no se puede pensar en mujer si se tiene pene" fue el argumento. La ministra, entonces, les respondió que no reconocer a las mujeres trans es un problema de derechos humanos. Y sostuvo que sus enemigas no eran las mujeres trans, sino el patriarcado de todos los días.

Siguiendo la línea de la ministra, es muy claro que el blanco de esta lucha es el machismo. Según el monitoreo de la sociedad civil Mumalá de 2022, se registraron 233 femicidios, de los cuales 9 fueron transfemicidios o travesticidios. De las más de 125.000 llamadas atendidas por la línea 144, 24.558 comunicaciones fueron derivadas a distintos canales de asistencia para su seguimiento y el 91% corresponde a situaciones de violencia doméstica (en todos estos casos, los victimarios están dentro del círculo cercano de la víctima). Es decir, las personas trans estamos incluidas en las estadísticas de crímenes cuyo motor es una cuestión de género. Los femicidios que sufre nuestro colectivo tienen doble motor de odio: odio hacia la mujer y odio hacia quienes deseamos expresar nuestra identidad de género como mujeres.


¿Qué es ser mujer sino una cuestión cultural, construida simbólicamente? ¿Quién estableció lo que son las cosas de mujeres?¿Qué ley dictaminó que sean para las mujeres las uñas pintadas, las faldas, los tacos altos, los vestidos, las muñecas, el color rosa? ¿O acaso que las mujeres usen bijou es un fenómeno que se dé naturalmente? ¡Claro que no! Es algo que aprenden las niñas cuando se les ponen los primeros aritos abridores, sentenciando que ese acto servirá para diferenciarlas de los varones. Las construcciones culturales de género son asimiladas desde la infancia. Si decimos que algo es femenino, es porque nos lo enseñaron así. Cuando determinamos que alguien es más femenino o más masculino, lo hacemos a partir de parámetros que establecemos nosotres mismes, que fuimos construyendo desde la infancia.

Y si vamos a lo biológico, tampoco el binarismo es la opción que se encuentra en la naturaleza de manera única y exclusiva. Ya lo hemos hablado en esta columna muchas veces y lo voy a seguir repitiendo hasta el cansancio: desde el punto de vista de la biología, el sexo también presenta un espectro. Entre masculino y femenino hay grados intermedios, intersexualidades que son igual de naturales. Por eso, el ser mujer o ser hombre está más bien relacionado con sentirnos mujeres u hombres en términos de parámetros culturales.

Nos queda mucho camino por recorrer, mucho prejuicio que desarmar. Por suerte contamos con el feminismo, que debería ser una filosofía de vida para todes, una identidad, un posicionamiento político con respecto a los derechos humanos, con perspectiva de géneroen búsqueda de la equidad y de la libertad para desarmar todas las formas de opresión, discriminación y violencia (no solo las que a mí me afectan). El feminismo no es un partido político determinado por doctrinas de líderes individuales: es un movimiento horizontal que se construye de manera colectiva, pero se vive individualmente.