De lunes a viernes, la inglesa Ella Hawkins -historiadora especializada en diseño e indumentaria- da clases en la Universidad de Birmingham, labor académica que pone en pausa los fines de semana, cuando se entrega a un encantador pasatiempo: hornear galletitas. Aunque domina variedad de sabores, parece que las que le quedan de rechupete son las de naranja, cardamomo y vainilla, favoritas que cubre con una fina capa de glaseado antes de compartirlas con su círculo íntimo. Así las cosas, las delicias de esta repostera amateur y autodidacta conquistan no solo a través del paladar: las decora con diseños tan maravillosos que, incluso quienes nunca han probado siquiera una miga, se declaran fans de su arte comestible.

Es que las galletitas resultan lienzos en las duchas manos de Hawkins, que pinta diminutos e intrincados patrones inspirados en: manuscritos iluminados del Medioevo, cerámicas de la Antigua Grecia, mosaicos romanos, telas isabelinas, portadas de libros antiguos, lámparas Tiffany, tapices y bordados del brit William Morris (referente del movimiento Arts&Crafts), por mencionar algunas de sus musas. “Es una forma de dar vida a obras históricas; las personas miran el arte de antaño de una manera ligeramente diferente cuando lo observan en un dulce”, ofrece Ella, que creció en el condado rural de Shropshire, y horneó su primera tanda cuando tenía 12 años.

Desde entonces, no ha abandonado el hobby, aunque recién lo perfeccionara durante la pandemia, cuando empezó a incorporar impresionantes motivos apañándose con colorante para alimentos y vodka (que oficia de diluyente). Si bien no vende sus piezas, no siente pena cuando un amigo o familiar las devora. “No dejan de ser galletitas”, se carcajea la dama, aunque reconoce que hay una excepción a la regla: un retrato comestible que hizo de Jane Austen, que vive en una caja de su cocina a resguardo de glotones. Nadie tiene permitido hincarle el diente a la escritora de Orgullo y prejuicio, se planta Hawkins, mientras trabaja en próximas delicias.