El mejor novelista que ha dado Estados Unidos después de William Faulkner, uno de los escritores más enigmáticos de la literatura contemporánea, describió con una hondura y delicadeza excepcionales el paisaje americano en obras que se destacan por su densa oscuridad y violencia. La versión cinematográfica de una de sus novelas, No country for Old Men (Sin lugar para los débiles) que realizaron los hermanos Joel y Ethan Coen, colocó en el centro de la atención a un narrador que ha concedido pocas entrevistas porque “no era bueno para la cabeza”. El thriller policial protagonizado por Tommy Lee Jones, Javier Bardem y Josh Brolin ganó el Oscar a la mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y actor de reparto. Cormac McCarthy, el autor de La carretera (2006), ganador del Premio Pulitzer de ficción por esta historia en la que relata una huida sin rumbo de un padre con su hijo menor en un mundo postapocalíptico, murió este martes, a los 89 años, en Santa Fe (Nuevo México).

Vida austera

El escritor, que nació como Charles McCarthy el 20 de julio de 1933 en Providence, Rhode Island, Estados Unidos, no se escondió como lo hizo desde el principio Thomas Pynchon. Creció en Knoxville, Tennessee, donde transcurre su última doble novela, publicada en 2022: El pasajero/ Stella Maris (Random House). Criado en el seno de una familia de origen irlandés, cambió su nombre Charles por su equivalente gaélico, Cormac, para que no lo asociaran con el muñeco Charlie McCarthy del ventrílocuo Edgar Bergen. Reservado, solitario y muy celoso de su intimidad, tuvo una vida austera, casi en el límite con la pobreza, hasta poco antes de cumplir los 60 años. 

Se movía en una camioneta destartalada, escribía en habitaciones de hotel, y ninguno de sus primeros títulos, como por ejemplo su primera novela, El guardián del vergel, vendió mucho más de un par de miles de ejemplares, a pesar de haber escrito varias obras maestras. Harold Bloom afirmó que Meridiano de sangre (1985), un western gótico, brutal y desesperanzado que captura la enfermedad de las armas en Estados Unidos, es la mejor novela americana de la segunda mitad del siglo XX.

La vida del escritor, que intuía que la memoria es la única capaz de transformar la tristeza en belleza y encontrar en lo tiznado un pequeño resplandor, cambió cuando apareció Todos los caballos hermosos (1992), que fue llevada al cine con Matt Damon y Penélope Cruz y fue el primer volumen de una trilogía sobre la frontera, integrada por En la frontera y Ciudades de la llanura, donde explora los territorios fundacionales de Estados Unidos. 

Pronto empezó a recibir diversos reconocimientos como el Premio Nacional del Libro y Premio Nacional de la Crítica, sus libros comenzaron a venderse por millones y Hollywood posó su mirada en una obra que se había escrito a espaldas de las vidrieras mediáticas literarias y cinematográficas. Estuvo 16 años sin publicar porque en ese tiempo se dedicó a la escritura de un guion, El consejero (2013), una película de narcos de Ridley Scott, y a un ensayo sobre el origen del lenguaje, “The Kekulé Problem”, que publicó en la revista científica Nautilus. La relación de McCarthy con el cine se materializó con las versiones de La carretera (John Hillcoat, 2009), “un bildungsroman extremista” y “un catálogo de angustias casi insoportable”, como la define Sergio Kiernan; y Sin lugar para los débiles, de los hermanos Coen.

Sin lugar para los débiles.

McCarthy, que publicó doce novelas, dos obras de teatro, cinco guiones y tres historias cortas, declaró a The New York Times, en una de esas entrevistas que se cuentan con los dedos de una mano, que “no existe la vida sin derramamiento de sangre”. “Creo que la idea de que la especie puede mejorarse de algún modo, de que todo el mundo podría vivir en armonía, es una idea realmente peligrosa”. 

La más importante de todas las entrevistas fue en el show televisivo con Oprah Winfrey. “No creo que sea muy bueno para tu salud mental el andar por ahí hablando de cómo se escribió un libro y todo eso”, confesó el escritor que nunca vivió su aislamiento deliberado como algo sufrido y que agregaba que le parecía “muy aceptable” ser reconocido en vida porque él escribía porque quería ser leído. Ni más ni menos. Como recuerda Rodrigo Fresán en Homo Cormac, el escritor trabajó en el Santa Fe Institute, un centro de investigación multidisciplinaria donde compartió experiencias con “las personas más interesantes que jamás he conocido; partiendo de la base de que, entre todas las cosas que me interesan, escribir está muy pero muy abajo en la lista”, aclaraba el narrador estadounidense, interesado por la física, la descomposición de la materia, la ciencia, la mística, la religión católica y la paternidad tardía, que en 2008 decidió vender su archivo con cartas, originales y trabajos inéditos a la Universidad de Texas por dos millones de dólares.

Pesimista existencial

Fresán plantea que en la obra el escritor estadounidense hay “una nueva articulación del Idioma McCarthy”, que consiste en “una puntuación muy personal, ausencia de guiones de diálogo y de comillas y punto y coma, abuso del polisíndeton y la conjunción enumerativa y, a menudo, ninguna identificación acerca de quién dice qué cosa y, ‘las más simples y declarativas oraciones posibles’ acaso inspiradas por su admiración por las tradicionales y narrativas baladas de los Apalaches”. 

Una beca de la Fundación Rockefeller le permitió viajar a Ibiza (España), donde terminó su segunda novela, La oscuridad exterior (1968), a la que siguió Hijo de Dios (1973) y Suttree (1979). En 2022 publicó sus últimas dos novelas, El pasajero (unas 400 páginas) y Stella Maris (unas 200 páginas), conectadas entre sí porque cuentan la historia de amor entre dos hermanos, los Western, obsesionados con su pasado porque su padre era físico y contribuyó a desarrollar la bomba atómica. Lanzada en un solo volumen en la edición en español, en la obra aparecen temas como los límites del conocimiento humano y la naturaleza de la locura. Fresán, que define a las dos novelas como “thriller de ideas”, subraya que lo que importa es el viaje y no el destino, un tópico que atraviesa la narrativa de McCarthy.

“El gran tema de Cormac McCarthy es la opacidad de las personas", explica Sergio Kiernan. "Este novelista de lo terrible, este pesimista existencial, tiene la convicción profundamente norteamericana de que en el fondo es imposible conocer al otro. Cada página que alguna vez escribió respira la misma señal: se ven los gestos externos, se escuchan las palabras, se sabe poco y nada. La broma parece ser que uno apenas se adivina a sí mismo, ni hablar del que se ama, del amigo, de ese que pasaba por acá. Es una obra con un relator omnividente, que todo lo ve y lo cuenta, pero no sapiente. Ni él entiende qué hacen sus criaturas”.