Un día como hoy, hace 30 años, se apagó la voz de Héctor Lavoe. Y con su silencio se cerró unos de los capítulos más brillantes en la historia no sólo de la salsa, sino también de la música popular latinoamericana. Ese martes 30 de junio de 1993, el llamado “Cantante de los cantantes”, uno de los tantos títulos nobiliarios que recibió de parte del pueblo, falleció de un paro cardíaco en el Memorial Hospital de la ciudad de Nueva York. Tenía 46 años, pero ya estaba muerto desde mucho antes. Sólo esperaba a que la parca lo viniera a recoger. Si bien padecía de VIH, tras haber usado una jeringa contaminada a raíz su adicción a la heroína (entre otras tantas drogas), y más en una época en la que la medicina se encontraba sin tantas herramientas para combatir o controlar la epidemia, el asesinato de su hijo lo sentenció. En 1987, el menor de sus vástagos, Héctor Pérez Jr., recibió un impacto mortal de bala mientras un amigo suyo limpiaba su pistola.

Nadie en la música popular del Caribe fue capaz de transformar el dolor en júbilo como lo hizo el cantante y compositor boricua. Su historia personal fue demasiado dolorosa, por no decir kármica. Quizá fue el precio que pagó por hacer lo que más amaba: cantar. Incluso hoy, esos soneos extendidos que van tomando impulso en clásicos como “El día de suerte”, incluido en el álbum Lo mato (de 1973 y perteneciente a su etapa con Willie Colón), provocan tormento. Golpean el pecho, el corazón y el espíritu hasta la inconsciencia. Justo esa canción devino una especie de himno para los desesperanzados. “Muchas veces me pongo a contemplar que yo nunca a nadie le he hecho mal”, versa uno de sus pasajes. “Por qué la vida así me ha de tratar, si lo que busco es la felicidad. Trato de complacer la humanidad, pero mi dicha aquí ha sido fatal”. Y esto lo interpretó en clave de bomba y plena puertorriqueñas, dos de los ritmos más alegres de las Antillas Mayores. Qué paradoja.

El año previo a su muerte, en febrero de 1992, el también llamado “Rey de la puntualidad” ofreció su última entrevista, para la cadena estadounidense Telemundo. La notera puertorriqueña Gloria Soltero contó tiempo después que, tras ver las condiciones en las que estaba la otrora estrella de la sala, llamó a su productora para avisarle que iba a cancelar la nota. No deseaba que los telespectadores se sorprendieran con su estado, en las antípodas de esa alegría que invadió a millones de hogares en Latinoamérica y los Estados Unidos. Al final, la convencieron para que la hiciera. Le dijeron que la idea era poder ayudarlo. Lavoe vivía en ese momento en Nueva York, en un departamento pequeño y precario, donde el vaho del humo del cigarrillo se había arraigado en el lugar. Fumaba tanto que tenía los dedos manchados por el tabaco. Antes de mirarle las manos, la periodista vio salir al artista de un cuarto oscuro. Estaba tan deslucido que tuvieron que llamar a un maquillador para resucitarlo.

Pese a que la entrevista duró dos horas, en la emisión televisiva se pasaron sólo seis minutos. Además de su casi imposibilidad para hablar, destacó la negación del músico a su enfermedad y el desconsuelo por la pérdida de su segundo hijo. “Me quiero morir rápido”, llegó a decir en la nota. El accidente que acabó con la vida de Héctor Pérez Jr. fue el corolario de una serie de eventos desafortunados. A comienzos de 1987, una colilla de cigarrillo causó un incendio en su casa, por lo que tuvo que saltar por la ventana. Se malogró todo el cuerpo. Al poco tiempo, asesinaron a su suegra y a su vástago, lo que provocó su recaída en las drogas. Pero lo peor estaba por venir, cuando en 1988 le informaron que tenía SIDA. Todo esto provocó un cuadro depresivo que lo llevó a intentar suicidarse. Saltó del noveno piso de un hotel en Puerto Rico, aunque sobrevivió porque cayó sobre la plataforma de aluminio del sistema de aire acondicionado. Se fracturó todo. Incluso el alma.

En esa misma isla, pero en la ciudad de Ponce, Héctor Juan Pérez Martín nació el 30 de septiembre de 1946. Desde pequeño se interesó por la música campesina de su país (también llamada “jíbara”), a través de Chuito el de Bayamón y Florencio Morales Ramos. Más tarde se sintió atraído por cantantes de música afrocaribeña como Daniel Santos, Ismael Rivera y Cheo Feliciano. A los 16 años, y contra el deseo de su padre, Héctor viajó a Nueva York, donde vivía su hermana Priscila, para cumplir su sueño de ser cantante. Mientras se ganaba la vida como mensajero, maletero, limpiavidrios o conserje, se probó en varios grupos de música latina. Hasta que en 1966 conoció al músico y empresario Johnny Pacheco, quien le ofreció grabar con el entonces enfant terrible de esa escena: Willie Colón. Esta sociedad plasmó en total 11 discos, entre los que sobresalen Lo mato (1973), Asalto navideño (1970) y The Good, The Bad, And The Ugly (1975).

El dúo le inyectó a la entonces incipiente salsa la impronta callejera. Willie Colón lo hizo con ese sonido arrabalero orquestado desde su trombón, en tanto que Héctor le dio ese matiz malandra a historias sobre la realidad latina en la Nueva York de la primera mitad de los '70. Sin embargo, la sociedad se quebró. Colón quiso seguir solo, y Lavoe, con esa sensación de traición, no tuvo más remedio que seguir por su cuenta. Lo bien que le vino, porque en esta instancia consiguió su consagración. Pero su ex socio no le soltó la mano. En 1975 apareció su debut solista, obra maestra del género: La voz. Para esa época, era cantante estable de la superorquesta de salsa Fania All-Stars (compuesta por artistas del sello Fania Records, del que era parte), que tuvo su cenit en 1974 cuando actuó en Zaire (está registrado en un homónimo álbum en vivo). Fue el preámbulo de la mítica pelea de boxeo entre Muhammad Ali y George Foreman.

Héctor Lavoe pasó a la inmortalidad con su tercer disco, Comedia (1978), que incluye su tema manifiesto: “El cantante”, cuya letra fue compuesta por Rubén Blades. “Me alegra que la haya grabado él y no yo”, dijo el panameño en 2022. “Le dio un tono de honestidad y sinceridad que yo no hubiera podido dar porque no estaba atravesando los problemas de él en ese momento”. Nueve años más tarde, el “Rey de la salsa” grabó su último álbum de estudio, Strikes Back. Sin embargo, el 2 de septiembre de 1990, en Nueva Jersey, se presentó por última vez con Fania All-Stars. Cinco minutos duró su participación, en la que apenas se entendía lo que cantaba. Dicen que cuando terminó el recital, Johnny Pacheco se puso a llorar frente a su orquesta. Cheo Feliciano también lloraba, Ray Barretto se inclinó sobre sus congas y Roberto Roena quedó paralizado junto a las suyas. La prensa llamó a ese show “La noche en que Lavoe cantó en silencio”.