En la Era del Antropoceno el accionar humano modifica el entorno natural. El arte iza las banderas de la preocupación ambiental. La piel en movimiento de lo cotidiano puede derivar hacia lo extraño. Las cerdas de escobillón, en manos de Gaspar Libedinsky, devienen corales que conforman un arrecife inmersivo. Las nubes de botellas de agua mineral vacías, interconectadas por Esteban Álvarez, almacenan aire para respirar las reservas envasadas de un horizonte incierto. El aire escribe, con la caligrafía transparente de los gases y el vapor de agua, pensamientos temblorosos en nuestras bocas. La 4° edición de Bienalsur, que comenzará este sábado en el MAR (Museo de Arte Contemporáneo de la Provincia de Buenos Aires, Mar del Plata), se extenderá hasta diciembre en más de 70 ciudades y 27 países de los cinco continentes con muestras y acciones centradas en la problemática del medio ambiente, la perspectiva de género, la construcción de relatos, las fake news y la democracia.

EXTRA/ordinario es el nombre de la exposición de apertura, que reúne la obra de 20 artistas de Argentina, Colombia, Uruguay, Brasil, Turquía y Francia, una muestra que invita a deshabituar la mirada sobre las cosas de todos los días para develar su potencial subversivo, cuestionando el canon de lo cotidiano y poniendo en evidencia un nuevo orden. El escenario del MAR resignificará las obras de los artistas participantes, los argentinos Gaspar Libedinsky, Esteban Álvarez, Mariana Telleria, Delia Cancela, Liliana Porter, Amadeo Azar, Leonardo Damonte, Mimi Laquidara, Eugenia Calvo, Daniel Basso, Irina Kirchuk, Juliana Iriart y Nicolás Bacal; la francoargentina Marie Orensanz; la brasileña Regina Silveira; los uruguayos Pedro Tyler y Marco Maggi; la colombiana Olga Huyke; el francés Pierre Ardouvin y el turco Ali Kazma.

El día de la apertura en el museo marplatense, uno de los más grandes de la Argentina, el Biscoito Arte con que Regina Silveira invitaba en 1976 a los espectadores a comer literalmente su obra, documentado fotográficamente y expuesto en el museo, alcanzará una dimensión performática y se ofrecerán las mismas galletas para que el público pueda consumir arte con todos los sentidos; al mismo tiempo que se exhibirá el histórico dispositivo y las imágenes documentales de aquella icónica intervención. 

Bienalsur, plataforma internacional de arte contemporáneo impulsada por Aníbal Jozami (director general) y Diana Wechsler (directora artística) desde la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF), vuelve a confirmar su carácter de red colaborativa global que reivindica el derecho a la cultura, defendiendo lo singular en lo diverso y lo local en lo global. En esta cuarta edición participarán por primera vez Argelia, Croacia, Noruega, República Dominicana, Senegal, Túnez y Turquía. De julio hasta diciembre se inaugurarán muestras y se realizarán distintas acciones en España, Francia, Italia, Marruecos, Australia, Japón, Perú, Guatemala, Paraguay, Colombia, Bolivia, Brasil, México, Uruguay, Chile, Costa Rica y Arabia Saudita.

El Biscoito Arte de la brasileña Regina Silveira

Arrecife y lombrices saltarinas

Florencia Battiti, curadora de la muestra EXTRA/ordinario junto con Fernando Farina, reflexiona sobre los diálogos posibles entre los dos polos condensados en el título. “Muchas de las propuestas de los artistas contemporáneos presentan lo ordinario, lo cotidiano, aquello con lo que lidiamos todos los días, de una manera otra, resignificada, que podríamos también llamar extraordinaria”, dice la curadora a Página/12 y confirma que la muestra inaugural de Bienalsur en el museo MAR apunta específicamente “al modo en que el arte contemporáneo resignifica artefactos y objetos cotidianos, mostrando y extrayendo de ellos un potencial que, a primera vista, parece estar dormido”. Battiti revela que la curaduría busca trastrocar los registros perceptivos del público. “La idea sería que ante la obra de Gaspar Libedinsky, un arrecife hecho con escobillones, cada vez que alguien agarre el escobillón para barrer en su casa, ya lo vea y perciba de otra manera. Lo mismo con la intervención de Irina Kirchuk, con sopapas, en los ventanales del museo: un elemento que suele ser mas bien degradado en el uso cotidiano y sólo tenido en cuenta por su carácter utilitario, en las manos de Irina se vuelve lúdico, y esas sopapas, de pronto, parecen lombrices saltarinas”.

Marcel Duchamp (1887-1968) planteaba que cualquier cosa podría ser una obra de arte si un artista decía que lo era. A más de un siglo de “La fuente”, mingitorio o urinario, ¿en qué aspectos seguimos bajo el influjo o sombra de Duchamp? ¿Tal vez en esa “nueva mirada” sobre el mundo de los objetos, donde se despliega la subjetividad como fuente de la experiencia estética? “Lo de Duchamp fue un gesto de descontextualización radical. Y, claro, él vino a decirnos que ese urinario también podía ser percibido como fuente. Pero su gesto antinstitucional y provocador hoy en día ya es prácticamente un clásico”, explica Battiti. “Sin duda la relación con Duchamp a partir del uso que él hizo de varios objetos cotidianos (no solo el urinario, también el perchero y la máquina de escribir con su funda) es válida, pero en este caso Fernando y yo apuntamos más a proponer un itinerario poético por el mundo de la cotidianeidad, para ofrecer nuevos modos de ver, percibir no solo los objetos de todos los días sino también sus usos y hábitos de consumo”, agrega la curadora de EXTRA/ordinario.

Los artistas marplatenses Daniel Basso y Amadeo Azar ofrecerán dos sitios específicos en el museo MAR, espacio donde emergerán los exagerados copos de crema y la extravagante cereza rubí con que Basso le da una profundidad rosa chicle a lo superfluo; y las líneas simples y despojadas del lenguaje modernista de Azar. Marco Maggi retomará sus cuestionamientos a la ontología del dibujo con una instalación hecha de lápices. Qué nuevos sentidos pueden adquirir las cosas que nos rodean al ser reconfiguradas estéticamente es el interrogante que convoca a Leonardo Damonte con Figuraciones contradictorias en tres ficciones y algunas variables, una instalación lumínica de gran tamaño (12 metros por tres); a Mimi Laquidara con sus Intenciones muralistas, a partir de dibujos de objetos que recogió en mercados, tianguis y tienditas mexicanos, y a Eugenia Calvo con sus breves relatos visuales sobre lo peculiar en lo cotidiano. El tiempo será objeto de la instalación Taxonomía de una línea, hecha con mecanismos de relojes desarmados por la colombiana Olga Huyke (Barranquilla, 1991), del video Clock master, de Ali Kazma, y lo es también en la acción festiva y celebratoria Lanzamiento, de Juliana Iriart, quien se ha pasado días recortando el material que luego lanzará en dos minutos en la explanada del MAR, siguiendo una especie de partitura de color.

Aire envasado

En el hall de entrada del MAR, los ojos de los visitantes se posarán sobre una nube gigantesca de botellas de agua mineral acurrucadas de las que cuelgan mascarillas para respirar el aire que circula en ellas en la instalación Un año de aire, de Esteban Álvarez. Las botellas, obtenidas de material de reciclaje, volverán al circuito de reciclado una vez terminada la Bienalsur, como parte de una práctica artística comprometida con la sustentabilidad del planeta. “Desde una impresión inicial de aire y pureza, la nube evoca la idea de los elementos sin valor reciclados para convertirse en un sistema de último rescate. Es un reflejo ante el pánico, no desesperado sino empecinado, una actitud asimilada por la transformación en rutina de la contemplación de esta última circunstancia, de la peor situación. El sistema de construcción es simple, los cálculos prácticos, y la escala sólo se puede calificar como humilde o megalómana luego de decidir cuánto vale un año de aire, y para quién”, escribió Andrés Duprat, curador de esta instalación que se presentó por primera vez en el museo Malba en 2002.

“Hace unos años era un poco extraño comprar agua como si fuera otra de las bebidas que vendían en el supermercado, y ahora se volvió normal. A veces me pregunto cuánto tiempo va a pasar hasta que empecemos a comprar aire de diferentes calidades, también me pregunto en qué tipo de envases se podrá comprar”, confiesa Álvarez (Buenos Aires, 1966). “La obra tiene que ver con la problemática medioambiental desde la economía. La desesperación por el crecimiento que lleva a la superpoblación de desechos que ahora tienen valor. Un día la basura se convirtió en mercadería, y el crecimiento económico por ahora trae consigo un paquete de problemas medioambientales”, precisa el artista que cuando inauguró la obra en 2002 le había interesado la idea de construcción de un refugio, “un último espacio como una forma de salvación frente a una catástrofe inminente”, en un tiempo que se hablaba de cartoneros que “robaban” la basura. “En 2001 había clubes de trueques y mucha gente buscaba formas de subsistencia que incluían recolectar desechos para venderlos a compañía recicladoras”, recuerda Álvarez.

Objeto de deseo

La vida inesperada de los objetos podría ser el subtítulo de Arrecife, instalación del artista visual y arquitecto Gaspar Libedinsky (Buenos Aires, 1976). “La naturaleza es conquistada por el plástico. Mares y montañas de plástico. ¿Puede el plástico evolucionar como vida? Si el plástico desea ser naturaleza pues dejémoslo ser. El deseo intrínseco del plástico por una vida superior. El plástico comienza su vida como derivado del petróleo para ser luego transformado en botella de gaseosa a ser comprada, consumida y descartada. Su circuito continúa con su recolección en manos de cooperativas de recuperadores urbanos para ser reciclado y posteriormente convertido en cerdas de escobillón”, argumenta el texto que repasa el itinerario de un objeto central en esta instalación: los 700 packs de cerdas rojas, reorganizadas como corales que conforman un arrecife inmersivo. De descarte y elemento marginal a objeto de deseo.

“Vivimos la Era del Antropoceno en la que el accionar humano modifica el entorno natural. Una biodiversidad compuesta de nuevas especies de vegetación diseñadas conforma un paisaje de corales de 100 metros cuadrados hecho de 100% plástico reciclado”, se lee en el texto de esta instalación cuyo paisaje submarino toma la sala principal del MAR. “La producción de este paisaje efímero de cinco meses de vida tiene una huella de carbono neutral. Se trata de una instalación generada sin la utilización de nuevos recursos ni la producción de nuevos deshechos”. Libedinsky confirma que tras la exhibición los atados de cerdas sintéticas serán devueltos a la cadena productiva para ser finalmente convertidos en 3.000 escobillones y ser vendidos en las góndolas de bazar y limpieza. “Mi trabajo como artista se centra en una serie de ideas-fuerza: la transformación de lo ordinario a lo extraordinario; la conversión de lo marginal a objeto de deseo; la producción de obra a partir de reorganizar objetos existentes; la revelación del deseo intrínseco de los elementos ordinarios por una vida más elevada”, enumera el artista visual y arquitecto. Bajo estas premisas Libedinsky transforma los trapos en prendas, los escobillones en pinceladas, los plumeros en avestruces o cerdas de escoba en corales. Los elementos domésticos salen de su espacio marginal para ocupar lugares estelares.

Algoritmo imperfecto

 

Un libro por el que asoman hojas secas de un árbol. Cajitas de cartón. Un vaso de vidrio con agua y una bandita elástica. En la instalación Días en que todo es verdad (2012-2023) de Mariana Telleria (Rufino, Santa Fe, 1979) aparecen una serie de objetos que surgen de la articulación e intervención de cosas ya existentes en el taller de la artista. “Les llamo movimientos rápidos a estos ejercicios, cuando funciono como una especie de máquina de algoritmo imperfecto: veo un objeto y tengo ganas de cambiarlo, de expandirlo, de hacerlo parecer otra cosa, juntarlo con un objeto de otro orden material y ver qué pasa ahí donde se encuentran”, cuenta Telleria. “Como sucede en la construcción de un poema, del mundo, la realidad o una ensalada de frutas, los elementos que los conforman pueden confluir, reordenarse y resignificarse en nuevas e infinitas combinaciones, contagiarse entre ellos y encontrar sincronías entre formas y sentidos que en apariencia podrían resultar lejanos”. Para la artista estas formas son como un glitch, “una interferencia en lo supuestamente lógico, certero, claro e imperturbable que debería ser nuestro sistema operativo”, aclara la trastienda simbólica de su trabajo. “Apuntando a esa confusión creo que hago cosas: ser un glitch que altera, aunque sea un poquito, todo lo derecho que el mundo intenta estar”.