Difícil imaginar un espacio más tenebroso que un teatro abandonado. Durante 9 años, esta fue la realidad del teatro Presidente Alvear. Aun cuando a la calle Corrientes, de nuevo angosta, semipeatonal y cercada por canteros que, gusten o no, consiguieron darle una nueva vida, el teatro se mantuvo como un fantasma, recordatorio de una gran deuda. Poco antes de que se cumpliera una década perdida, el gobierno de la ciudad tomó la decisión de reabrir sus puertas. Pero, ¿quién se haría cargo de semejante tarea? La imaginación macabra y las malas lenguas hablan de nidos de ácaros, ejércitos de ratones y quien sabe si no antiguas glorias enfurecidas esperando salir a escena…

Finalmente, la persona encargada de volverlo a la vida es una artista, escenógrafa que 11 años atrás ya habia encarado con éxito otra tarea monumental: el diseño y realización de un telón nuevo para el teatro Colón. Esta entrevista se realiza un poco antes de la apertura del Alvear. Para quienes no podemos sacarnos de los ojos el clisé, Julieta Ascar a simple vista parece frágil, muy delgada, habla en voz baja y no se la ve avanzando con paso firme entre operarios diversos que le consultan algo o le plantean un problema de último momento...

Ante la pregunta automática sobre cómo ha sido trabajar con mayoría de hombres que no parecen acostumbrados a tratar con mujeres que trabajan, su respuesta consigue esquivar el clisé:

--Mirá, en el diseño de escenografías o espacios escénicos siempre interactuás con hombres porque en el mundo de la realización teatral predominan los varones. Por (des)herencia o a la fuerza me hice “alfa”, no me asusta tomar al toro por las astas. Cuando fue lo del telón, trabajé con 40 tapiceros del teatro, 2 artesanos que tejían flecos y borlas y una cantidad de operarios de esta misma fábrica que ahora convoqué para realizar el jacard que hoy recubre las paredes del ingreso al auditorio del Alvear. Nosotras éramos 5: dos diseñadoras textiles, mis dos asistentes y yo.

Pasaron 12 años del trabajo del telón. ¿Notás diferencias en el trato cotidiano?

--En ese momento estaba embarazada, en medio del trabajo tuve una niña que nació con 900 gramos. Aquellos caballeros y el telón fueron una gran contención para la angustia y la tristeza de haber parido prematuramente. Pero, es verdad, entonces no faltó algo que hoy muy fácilmente detectamos como machismo: ¿podés creer que aunque la dupla eramos Julueta Ascar/Guillermo Kuitca, no había modo de que no se hablara de “el telón de Kuitca"? Esta vez, en cambio, lo más difícil estuvo en la cotidianidad de la obra porque tuve que trabajar con rubros nuevos para mi, por fuera del mundo del teatro. Electricistas, gente de incendios, de obra civil… Tuve algunos “cortocircuitos” a causa del deslenguaje, sin embargo el liderazgo y la conducción de la obra, finalmente se logró.

¿Cómo se logró?

--Definitivamente sin ocupar el lugar de “la jodida” (que muy fácilmente lo pre-juzgan) sino pudiendo regular el ponerse de igual a igual y recordarle al otro que una no es su “asistonta” sino que piensa con autonomía y propia experiencia. Y, tengo que decirlo: con mucha paciencia …

¿Cuánto tiempo te llevó volver el Alvear a la vida? ¿Con qué te encontraste el primer día y por dónde decidiste empezar?

--Me convocaron en septiembre del año pasado. El trabajo duró poco más que 9 meses, como un parto a término. El mensaje de Gabriela Ricardes decía : “Quiero que te imagines el Alvear, creo que necesita un poco de amor. ¿Venís a verlo?”. Lo que más me impactó fue encontrar en el foyer unos tabiques de durlock blanco borrando todo indicio de ingreso a la sala. Me pareció un gesto por demás elocuente, desaparecer rastro de acceso a platea y escenario. ¿Un teatro amordazado? Cero amor. Creo que ahí apareció mi punto de partida: detrás del durlock permanecían las puertas vaivén originales. Al desmontar los tabiques esas puertas volvieron a moverse, facilitando que el espacio volviera a respirar.

Las puertas del Teatro Alvear, recién liberadas del durlock.

Las puertas te abrieron las puertas ….

--Sí, porque me llevaron hacia un estilo muy definido que es el de la época del cine-teatro que se regía por una arquitectura con tendencia art deco. El estilo del Alvear es algo así como una imitación, una versión libre, un pretendido art deco . Conservamos las lámparas de la entrada, las puertas de cedro que tenían unos recortes de zócalo y manillar de bronce, que ya no estaban y tuvimos que reponer. Esas dos materialidades, bronce y madera, trazaron el andarivel para seguir.

Diría que el nuevo-viejo Alvear es de una gran belleza y de una elegancia austera. ¿Estás de acuerdo?

--La arquitectura de este teatro refleja el pensamiento y búsqueda de una época. La de la sobria elegancia, pero al mismo tiempo la de la igualdad de posibilidades. Por ejemplo: sorprende que en el subsuelo haya más de 20 camarines para artística y otros 15 para las áreas escenotécnicas. Ninguno tiene baño propio. Se comparten vestuarios. Es un teatro cuya arquitectura considera a la “compañía” como forma de hacer. Una mirada socialista sobre la práctica artística que, me parece, la contemporaneidad ha olvidado.

¿Dónde dirías que reside la gran innovación?

--Definitivamente, en el aporte tecnológico al edificio. Que quedó plasmado en distintas capas del proceso de restauración. Es decir, la parte más estructural de la obra contempló el desarrollo de infraestructura eléctrica y de sistemas de incendio a nuevo. En eso trabajaron ingenieros y técnicos especializados. Mi participación estuvo limitada a procurar que no se alterara drásticamente la funcionalidad que reviste una arquitectura teatral, en el caso del proyecto de obra de sistemas de incendio. Y de diseñar la iluminación edilicia, como anexo indispensable de la obra eléctrica.

La entrada del Teatro Alvear después de la remodelación dirigida por Julieta Ascar.

También se incluyeron nuevas tecnologías en la concepción de la caja escénica, el escenario. En el detrás de escena se mantuvo la parrilla a la italiana “de maderitas” para poleas y carretes del sistema tradicional de carga y de tramoya teatral de principios del siglo XX, la cual se complementó con otra estructura de carga para disponer allí un sistema de suspensión mixto: mecánico y eléctrico, que organiza las subidas y bajadas de decorados. La renovación siempre se articuló con lo que pre-existía. Todo convive. Es como si el siglo XXI reposara sobre el XX en la sala y en el escenario.

En las butacas hay un gesto bastante disruptivoNo son todas del mismo color… Y no son de color rojo o bordó…

--En uno de los cuantos estudios que se habían realizado como anteproyectos de obra (otros) se encontraba un análisis de las diferentes capas ó estratos de paredes: aparecía un verde neutro y clarito que decidí reponer. Siempre con el bronce y la madera como rectores cromáticos. Con la luz, ese verde se vuelve bronceado. Y en contraste con el piso de madera que revitaliza al patio de butacas en la platea baja, el color lila entraba para romper y avanzar hacia una paleta contemporánea. Luego vino esa idea de que alguna tinta se escapara hacia la platea, me gusta lo disonante. Esas butacas salpicadas son mi capricho.

En la marquesina se ha eliminado la palabra “Presidente”… la palabra “Alvear” da espacio a una V de la victoria al derecho y al revés… Los baños están señalizados con alusión al lenguaje inclusivo… ¿Cómo fue que tomaste estas decisiones?

--A eso llegué con la clara intención de subvertir el orden del canon arquitectónico tradicional. Con extrañamientos. Para subvertir no siempre hay que explotar, a veces es muy efectivo “extrañar”. Esta parte se realizó en colaboración con Alejandro Ros y su cabeza zarpada de síntesis, humor y sutileza. Podría darte varias razones. Nos pareció que el nombre, el título, era muy largo. Preferimos dar espacio a la persona que, tanta sensibilidad había tenido por la cultura, que no deja de ser “El señor Alvear”. Además queríamos una marquesina con esta proporción en doble altura, como había sido su cartel cuando se lo renombró “Teatro Enrique Santos Discépolo” . Entonces, además, hay una evocación a esos dos momentos en la historia, en los dos gobiernos de Perón, en que este mismo teatro fue otro siendo el mismo.

Una vista de los palcos en el "antes" del Teatro Alvear.

Hiciste el telón del Colón estando embarazada y el teatro Alvear con una hija ya pre adolescente. ¿Como fue esa experiencia?

--Fue una experiencia compartida y casi en espejo. Una estudiando para su ingreso a la secundaria y la otra trabajando en horarios atípicos para mí. Sirvió para que deje de ir a buscarla a la escuela porque no nos daban los tiempos. Fue de profundo crecimiento, creo, para las dos. Nina me acompañó muchas veces a la obra, asistió a reuniones tensas, subió los 25 metros de la parrilla conmigo, caminó entre los pasillos de camarines en plena obra, detectaba energías que no y energías que sí… Creo que además de todo lo que te cuento, sirvió para reforzar su idea de que nunca en su vida va a ser escenógrafa ni nada que se le parezca…  

Platea y palcos después de la remodelación.