“Poner el pasado en presente, magia del presente”, escribió el cineasta Robert Bresson (1901-1999) en  Notas sobre el cinematógrafo, un compendio de aforismos que condensan su perspectiva como creador. ¿Qué hacer con la memoria histórica? ¿Cómo evitar su institucionalización? ¿Es posible hacer de un campo de exterminio un espacio de reflexión sin que se termine convirtiendo en un mero objeto de consumo, en una parada más dentro de un recorrido turístico? La proyección de Austerlitz, una película del ucraniano Sergei Loznitsa sobre la experiencia vivida por las miles de personas que visitan el campo de concentración de Sachsenhausen en Oranienberg (Alemania), que se realizará hoy a las 18 en el Centro Cultural Haroldo Conti (Av. Libertador 8151), con entrada libre y gratuita, en el marco de “El futuro de la memoria”, un proyecto impulsado por el Goethe Institut, permitirá desplegar posteriormente algunas hipótesis que serán debatidas por la directora del Parque de la Memoria, Nora Hochbaum; la directora del Museo Sitio de Memoria ESMA, Alejandra Naftal, y la cineasta Albertina Carri, con la moderación del periodista Julián Gorodischer

“El gran desafío es cómo un espacio como el Parque de la Memoria se articula con la educación, con el arte, con otros espacios. No hay una receta o un protocolo. Hace más de diez días atrás no teníamos a Santiago Maldonado desparecido y esto nos tiene que tener en una posición de alerta diaria, pero sin perder el horizonte a largo plazo”, plantea Hochbaum a PáginaI12. La directora del Parque de la Memoria reconoce que las selfies que se sacan los visitantes que recorren el lugar produce una “tensión virtuosa” y a la vez compleja. “El Parque es un lugar diferente a un campo de concentración; siempre estuvo concebido como un lugar bello a orillas del Río de la Plata, donde el corazón es el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, pero ese corazón está rodeado de arte y de naturaleza –analiza Hochbaum–. Queremos que la gente entre y venga, que se saquen selfies, tomen sol y hagan picnics. Al mismo tiempo sabemos que el que entra no puede no ver el Monumento, no puede obviar esa contundencia. Ahí se produce un diálogo entre el público y la memoria muy distinto a otros lugares: la gente camina, va a mirar el río, pasa por el monumento, se detiene; los hijos preguntan y los padres cuentan. Y se empiezan a producir diálogos que se nos escapan. El público va más allá”.

Naftal advierte que las tensiones de los espacios de memoria son las tensiones del presente. “El Museo Sitio de Memoria ESMA tiene la función de denunciar el terrorismo de Estado como práctica genocida en el período 1976 a 1983, y narra los hechos que sucedieron en este lugar a través de las voces de los sobrevivientes, que son los únicos que hablaron de lo que pasó porque las fuerzas armadas no hablaron nunca. Si pensamos en el futuro, esta es una historia abierta que también se lee desde el presente: cómo se recuerda y qué es lo que se olvida. Hay personas que vinieron acá y me dijeron: ‘este lugar está bien por lo que dice y por lo que no dice’. El Parque es un espacio público y no necesita que el visitante vaya con algún tipo de preparación: se encuentra con las esculturas, con el monumento. En cambio en la ESMA hay una visita que requiere una preparación previa –compara Naftal–. Para nosotros es muy importante la primera sala con el contexto histórico, que introduce al visitante en lo que va a recorrer después. Este no es un lugar donde puedan gritar o reírse, como si podrían hacerlo en un museo de arte o un museo interactivo. Hay una tensión cuya palabra conocida es la banalización. Yo creo que es un término discutible hoy en día”.

   Hochbaum recuerda que al principio, cuando se empezó a pensar el Parque de la Memoria, las Abuelas y las Madres tenían su prurito respecto a que los visitantes tomaran sol o hicieran un picnic. “Hoy, cuando llegan al Parque y lo ven llenos de niños con guardapolvos, están felices. Hay un límite difícil en relación con las fotos en el Monumento –reconoce la directora—. No queremos que el público sienta que hay muchos impedimentos para entrar. Cuando la gente entra, hay respeto y cuidado. Pero te grafitean las esculturas, se suben a las esculturas, y hubo un caso de alguien que quiso hacer fotos para la revista Para Ti. Hay que acercarse y explicarles si ellos saben dónde están y por qué eligieron ese lugar para sacarse fotos. El valor simbólico del Parque es que está a orillas del Río de la Plata, adonde se arrojaron a los detenidos-desaparecidos en los ‘vuelos de la muerte’. El río opera de tumba, pero también trae otras cosas”.

“Siempre me hago esta pregunta –admite Naftal–. ¿Conocer estos lugares donde se produjeron crímenes contra la humanidad, donde se produjo la barbarie del hombre contra el hombre, donde se muestra lo que pudo hacer un ser humano con otro ser humano, convierten a las personas en mejores personas? ¿El visitante que viene acá sale sintiendo que hay algo que lo convierte en un ser humano que va a reflexionar sobre ese límite de la humanidad? Yo no sé… De lo único que estoy segura es que el futuro de la memoria se construye desde el presente”.