Poderes ocultos                    5 puntos

De uskyldige; Noruega, 2021

Dirección y guion: Eskil Vogt.

Fotografía: Sturla Brandth Grovlen.

Música: Pessi Levanto.

Intérpretes: Rakel Lenora Flottum, Alva Brynsmo Ramstad, Mina Yasmin Bremseth Asheim, Sam Ashraf.

Duración: 113 minutos.

Estreno: en salas únicamente.

Un complejo habitacional de una pequeña ciudad de provincia, un oscuro bosque cercano, un grupo de niños con características “especiales”, por decir lo menos. Esos son los elementos básicos con los que cuenta el director noruego Eskil Vogt como punto de partida para su film fantástico Poderes ocultos, que participó de la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes 2021.

La tradición del género tiene ya toda una profusa genealogía con niños inquietantes o -lisa y llanamente- siniestros, que va desde la seminal El pueblo de los malditos (1960) hasta las incontables versiones de la novela Otra vuelta de tuerca de Henry James. Que el título original del film de Vogt sea “Los inocentes” no parece precisamente una inocencia: remite a la adaptación más famosa y lograda de ese texto, The Innocents (1961), del británico Jack Clayton. Pero aquí no hay fantasmas, como los que sugería James, sino poderes paranormales al modo de Stephen King, que el film adjudica primero a un niño y que luego se van extendiendo -como si se fueran conectando online- a otras niñas, una de ellas autista.

Las virtudes del segundo largometraje de Eskil Vogt son evidentes; sus defectos también. Entre las primeras, hay que destacar el uso del punto de vista de los niños, que ven al mundo adulto como lejano y difuso: no siempre es fácil distinguir claramente los rostros de sus padres y madres, como si habitaran una realidad diferente, mientras que la de los niños en cambio tiene una materialidad hiperrealista. La concentración espacial en ese complejo habitacional y un diseño de sonido que convierte los ruidos más banales –la tapa de una olla girando sobre un piso de mosaico, por caso- en elementos dramáticos también son logros del realizador, que prescinde casi por completo de efectos especiales para confiar en la potencia de la puesta en escena.

Los problemas de Poderes ocultos están en todo caso en su guion, porque el director Vogt, también libretista, va acumulando situaciones de modo caprichoso y errático, apuntando en varias direcciones a la vez, con uno de sus ejes en la niña autista, lo que no deja de ser un golpe bajo.

Otra objeción posible a Poderes ocultos es de orden ideológico. A diferencia de dos estupendas películas suecas del género fantástico, Criaturas de la noche (2008), de Tomas Alfredson, y Border (2018), de Ali Abbasi, basadas ambas en relatos de John Ajvide Lindqvist, que empatizaban con aquellos que son diferentes, aquí en cambio el noruego Vogt utiliza la sociedad multiétnica que es hoy su país para poner esos “poderes ocultos” en manos niños que provienen de culturas ajenas a la escandinava, como si junto con sus traumas de exilio trajeran también otras heridas y resentimientos. No parece una buena idea.