“Convencidos como estamos de que toda lucha significa un triunfo -porque la lucha es símbolo de fuerza y el que no lucha no vive- consideramos un deber levantar hoy más alto que ayer nuestro pendón de combate”, proclama en 1903, La Protesta, el periódico anarquista surgido en épocas de profundo malestar social. El anarquismo es una filosofía político social contraria a todo tipo de jerarquización, su blasón es la libertad.

Se asumían libertarios los anarquistas surgidos en las postrimerías decimonónicas. La historiadora Lila Caimari, refiriéndose al anarquismo argentino, asevera que su ideal libertario (nada que ver con la ideología liberal) es la fuerza principal para organizar las protestas y el motor tras las grandes huelgas. Las premisas liberadoras (nada que ver con la libertad de mercado) a su vez, fortalecían el fantasma del conflicto social, ya que las protestas anarquistas en defensa de les trabajadores podrían estropear la imagen brillante con que la oligarquía argentina se encaminaba a la celebración del Centenario.

Ahora bien, libertario es un término polisémico y hasta contradictorio, ya que remite a les anarquistas, que luchan contra las formas de exclusión del sistema capitalista, contra las jerarquías y las clausuras defendiendo la emancipación de los grupos discriminados, entre otros objetivos de izquierda. Pero el termino remite también a las ideologías libertarias, es decir, de ultraderecha que, lejos de rechazar las jerarquías promueven las más crueles, las del capitalismo.

El libertarismo financiero sordo, ciego y mudo a las necesidades sociales y todo oído para la oligarquía genocida, a pesar de su crítica furibunda contra la casta política, cartonea entre los contenedores conservadores y recolecta lo más abominable del pasado. Forma posible plataforma de gobierno con negacionistas, militaristas, defensores de genocidas, violadores, torturadores, apropiadores de niñes. También hay acreedores buitres. Estos depredadores del Estado se autodefinen como no políticos desde una candidatura o gestión política.

Queda claro que estas posiciones autoritarias, retrógradas y vigilantes son opuestas al movimiento anarquista. Solo las une una palabra -libertad- y las separa el espanto de sus mutuas y opuestas ideologías. La perspectiva anarquista rechaza las jerarquías -una de ellas es el Estado- pero no batalla para acabar con él. Aspira a la liberación de las coacciones, a la justicia laboral, la equidad con las mujeres, a movilizarse contra las opresiones. La perspectiva libertaria, por el contrario, quiere libertad para el mercado, para quitar derechos laborales, para disolver el Estado y para la especulación financiera. ¿Y la mujer?, como diría la reina en el país de las maravillas: ¡Que le corten la cabeza! Dejemos para seguir pensando la molotov de sentido del término anarcocapitalistas.

Si el anarquismo es inconmensurable con el libertarismo, ¿existe algún movimiento sociopolítico realmente liberador, cuyas estrategias y tácticas se asemejen al anarquismo? “Existe -dice la epistemóloga Alejandra Gabriele-, se puede pensar en el movimiento feminista, que es heterogéneo. No hay una sola forma de feminismo. Todas tienen espíritu crítico, aunque algunas se configuran a partir de prácticas de control que clausuran algunos conceptos, pero, en general, el movimiento feminista tiene la capacidad de organizarse y desorganizarse. Algo semejante ocurre con el anarquismo”. En tiempos de la Patagonia Rebelde y la Semana Trágica les anarquistas se subdividieron entre organizadores y antiorganizadores. Siguieron otras divisiones, pero mantenían el ideal emancipatorio. Fueron grupos anarquistas quienes constituyeron los sindicatos en la Argentina.

El movimiento feminista (como el anarquista) no tiene un principio unificador como el Papá de les católicos o el Führer de les nazis. No existe “Papisa” de los feminismos ni “Presidente” de les anarquistas. Son grupos rizomáticos que circulan por la sociedad, que emergen y se sumergen según las vicisitudes históricas, pero sus ideales de libertad en la equidad permanecen como flamas votivas.

Estos movimientos liberadores y nómades sacuden el poder, que no es piramidal como pretenden las jerarquías; sino reticular. Una red que atraviesa las comunidades. La trama de su tejido es muy densa en algunas zonas (el poder real) y muy rala en otras (víctimas de los poderes prepotentes). La movilización de esa red para redistribuir con equidad es la función de las micromilitancias, del activismo social, de la movilización hormiga independientemente -o al mismo tiempo- que la militancia macro o plegada a partidos políticos. En esta problemática, ¿cuál es el enemigo a combatir? El patriarcado en un caso, el autoritarismo en el otro, en fin, la injusticia social fogoneada por las derechas antipueblo que nos arrojaron a un abismo crepuscular y huérfano de alboradas.

El papel impuesto a la mujer por la sociedad es utilizado por el pensar ácrata como paradigma de injusticia y desigualdad. Además, hubo y hay anarquistas feministas, Mary Wollstonecraff, Louise Michel y Emma Goldman suelen ser las más citadas, pero el espíritu de liberación vital las moviliza. Ese espíritu atravesó corazones y se infiltró en las políticas de gobierno.

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Un maullido de gran felino despertó la voluntad de la gente que quiere hacer algo para cambiar votos. Entrar en Tik Tok, hablar con vecinos y hasta con gente desconocida, implementaron una micropolítica que parece escapada de libros de Deleuze, Foucault o Guattari. Un rizoma entre heterogéneos que confluyen en un punto innegociable: movilizarse contra el fascismo. No son tiempos de “almas bellas” votando ideales sin posibilidades de toma del poder. No son tiempos de purismo, sino de (digno) pragmatismo. Hay tres opciones: Milei, Bullrich, Massa (que ejerce el poder, pero no logra bajar la inflación). El primero y la segunda son defensores de -o afines con- criminales, torturadores, violadores, apropiadores de bienes y de niñes. Por el contrario, el tercero no hace apología del genocidio. Definitorio. Al principio, tragarse un sapo, después, taparse la nariz -ahora- ante el aluvión fascista y antipatria, quienes rechazan el odio decidieron salir del closet y difundir el voto a Sergio Massa