Producción: Mara Pedrazzoli

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Fenómeno mundial

Por Genaro Grasso (*)

A partir de los años ’70, los economistas comenzaron a criticar toda estrategia de desarrollo basada en el direccionamiento de los flujos financieros hacia la producción nacional, llamándolas políticas de “represión financiera”. Se promovió, por lo tanto, la liberación de los flujos de capital, la privatización de la banca pública, y la eliminación de los bancos de desarrollo. Fue en el auge anti-estatal de esas décadas en el que se privatizó nuestro Banco Nacional de Desarrollo (BANADE), nuestro Banco Hipotecario y hasta se planteó privatizar los Bancos Provincia y Nación. Este último se encontraba en la mira del Fondo Monetario Internacional en todos sus programas económicos hasta que el ex presidente Néstor Kirchner saldó la deuda con el organismo.

Pero ¿es cierto que el sector financiero se encuentra liberalizado en todos lados del mundo? La realidad es muy diferente a la teoría. El país que más creció, se industrializó y sacó personas de la pobreza, la República Popular China, posee un sistema financiero en el que la banca internacional ocupa un lugar marginal (1,5 por ciento aproximadamente), y la banca estatal, particularmente la banca de desarrollo, alcanza niveles muy altos: los principales 4 bancos de China, que son los primeros 4 bancos del mundo en materia de activos, el Industrial and Commercial Bank of China, el Agricultural Bank of China, el China Construction Bank y el Bank of China, son de propiedad pública. Otros bancos importantes son el China Development Bank y el Eximbank de China. El resto se distribuye entre bancos más pequeños de capital mixto y cooperativas de crédito de diversa índole.

Un punto aparte podría decirse de los bancos de desarrollo plurilaterales que ha creado China con socios comerciales y financiero, en particular, el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, al cual Argentina accedería a partir del primero de enero de 2024, con su adhesión a dicho conjunto de naciones.

Las personas que lean esta nota podrán pensar que se trata de una anomalía por el carácter político de la República Popular. Sin embargo, en el vecino y capitalista Japón, el cuarto banco en activos es el Japan Post Bank, cuya titularidad indirecta le corresponde al Estado por acción de oro sobre la empresa Japan Post Holdings. Esta empresa posee unos 2 billones de dólares en activos, a los cuales habría que sumarles unos 300.000 millones de dólares de la Japan Financial Corporation y el Development Bank of Japan, dos bancos de desarrollo y financiamiento del comercio exterior del país del sol naciente. Más cerca aún del gigante Rojo, el dictador Park Chung-Hee estatizó casi todo el sistema financiero coreano para impulsar la industrialización por la que hoy utilizamos celulares coreanos. En la actualidad, Corea todavía mantiene su Korea Development Bank, con activos por más de 230 mil millones de dólares.

Este fenómeno no es solo un sueño asiático. Podríamos citar en Europa el muy importante KfW, con activos por medio billón de euros y siendo el tercer banco más importante, entre otros. También podríamos mencionar al Eximbank en Estados Unidos, la agencia de crédito del gobierno, o Fannie Mae y Freddie Mac, dos entidades, la primera estatal y la segunda garantizada por el Estado para el acceso a las hipotecas, aunque su éxito ha sido evidentemente escaso.

Incluso en la región, México pose un sistema de banca de desarrollo con varios bancos y oficinas de crédito públicos, y destaca Brasil con el segundo banco más grande (Banco do Brasil con el 70 por ciento de acciones públicas), el cuarto (Caixa Económica Federal) y el quinto (el famoso BNDES).

A ello habría que agregar que, dentro del sector privado, tanto en Japón, China, Alemania, Francia o Brasil, el sector cooperativo adquiere un rol sustancial que los privados con fines de lucro no pueden seguir, y aportan capilaridad al direccionamiento del crédito a la producción por parte del Estado.

Se pueden seguir nombrando ejemplos, pero la evidencia es contundente: todos los países desarrollados, y los países que se desarrollaron, se apalancaron en un modelo bancario donde el Estado dirigía el crédito, intervenía directamente con bancos estatales y propiciaba el crédito social y solidario. Es posible discutir el peso, la eficiencia, la coordinación del sistema y sus objetivos, pero no se puede deducir matemáticamente que el agua no moja. Al fin y al cabo, aquellos que se quejan siempre de que la represión financiera constituye un cepo a la libertad terminan liberando las finanzas, encepando el desarrollo productivo y reprimiendo el malestar social.

(*) Lic en Economía UBA y docente en Unqui.

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Un pilar del desarrollo

Por Juan Garriga y Alejandro Schachter (**)

En la antesala de una nueva contienda electoral, vuelven a ponerse en discusión las distintas corrientes económicas impulsada por los principales candidatos. Tanto la derecha como la ultra derecha coinciden en la idea de achicar el Estado para solucionar los distintos problemas que aquejan a la sociedad. Esta discusión también se traslada al sistema financiero, el cual sigue regido por la ley de entidades financieras promulgada durante la última dictadura cívico militar, y cuyo espíritu era dejar librado el sistema financiero a las decisiones del mercado, con una muy baja fiscalización.

Dicha ley da un trato igualitario tanto a la banca privada como a la banca pública, a pesar de que la banca privada tiene un carácter principalmente lucrativo. Por su parte, la banca pública persigue otros objetivos, que van desde mejorar los ratios de inclusión financiera, motorizar el desarrollo productivo o impulsar el crecimiento de las exportaciones.

Por otro lado, con dicha ley también se eliminaron otros tipos de entidades financieras no bancarias como eran las cajas cooperativas de crédito, que gracias a lucha tenaz que dio en plena dictadura el movimiento cooperativo de crédito referenciado en el IMFC, lograron convertirse en bancos cooperativos para poder seguir operando.

Varias décadas después, vemos que este escenario de libre mercado no trajo el crecimiento esperado por los defensores de la autorregulación. Luego de varias décadas de gobiernos comprometidos con el neoliberalismo (con la excepción de algunos periodos de mayor intervención estatal) y también por efecto de distintas crisis domésticas, el alcance del sistema bancario se encuentra muy por debajo del promedio de la región. Por ejemplo, mientras en la Argentina los préstamos otorgados por las entidades bancarias representan alrededor de un 10 por ciento del PBI, en otros países de la región como Chile o Brasil superan el 70 por ciento.

En este contexto, sostenemos que el fortalecimiento de la banca pública es un pilar para un mayor desarrollo de un sistema financiero al servicio de los usuarios y la producción. Si bien cuando hablamos de banca pública puede surgir inmediatamente la referencia a la banca estatal, también existen otros modelos de gestión en este espectro. Uno de ellos es el modelo cooperativo, que puede definirse como de “gestión pública no estatal”.

La experiencia internacional en países desarrollados como Alemania, Francia, Holanda o Canadá muestra un rol protagónico de la banca cooperativa en sus sistemas financieros, participando de manera significativa en los depósitos y las financiaciones hacia las personas y las empresas.

El crecimiento de las instituciones cooperativas en estos países, cuyos sistemas financieros se encuentran altamente desarrollados, se ha dado precisamente porque desde su concepción han estado ligados a las comunidades de las que forman parte, priorizando la calidad en la prestación del servicio y no la maximización de la ganancia. A modo de ejemplo, en Alemania la banca cooperativa, con sus 850 entidades, es uno de los 3 grandes pilares del sistema financiero, junto a las cajas de ahorro municipales y los bancos comerciales, mientras que en Holanda el sector cooperativo concentra cerca de un tercio de los depósitos del sistema.

La experiencia de la banca cooperativa en Argentina inspirada en el cooperativismo transformador y liderada desde hace más de cuatro décadas por el Banco Credicoop, permite visualizar sus aspectos distintivos y el rol social de la misma. Comenzando por la composición de su cartera, donde más del 70 por ciento de las financiaciones están dirigidas a las Mipymes, siguiendo por su distribución geográfica (50 de sus filiales están radicadas en pequeñas localidades donde el Credicoop es la única entidad bancaria o bien comparte la plaza con la banca oficial), y por su política de rentabilidad mínima necesaria (opuesta al concepto de maximización de beneficios), la cual ubica las comisiones y tasas de interés cobradas por el Credicoop considerablemente por debajo de los bancos privados, generando así un beneficio concreto para las empresas y personas asociadas. Es preciso puntualizar su estructura organizativa, en la cual cada una de sus filiales cuenta con una Comisión de Asociados representada por asociadas/os de la localidad y que participan en la toma de decisiones de la entidad.

En base a este breve recorrido podemos apreciar que la banca cooperativa ocupa un lugar relevante, conjuntamente con la banca estatal, en la construcción de un sistema financiero al servicio de sus usuarios, y que sin duda debe ser uno de los pilares a fortalecer en el camino hacia un desarrollo autónomo y sostenible.

(**) Economistas del Departamento de Economía Política del CCC.