Se trata de encontrar y señalar las persistencias en la historia de nuestro país. Esto nos entregará la posibilidad de una intelección profunda que tendrá su eje en las categorías de persistencia y desgaste. Por ejemplo, antes que la unión es la antinomia o el enfrentamiento lo que predomina en nuestra historia. Los campos políticos diferenciados son los que toman forma una y otra vez. Los períodos de unidad tienden más a un acuerdo de circunstancia que significa el triunfo de una Parte que busca consagrarse como unidad del Todo. Cuando se dice ni vencedores ni vencidos, vienen días difíciles para los vencidos. Vencer es siempre la dialéctica, por decirlo así, que le permite a una Parte asumirse y ser reconocida como el Todo. Una revolución, le escribe Salvador María del Carril a Lavalle, es un juego de azar en que se gana hasta la vida de los vencidos. Propone también: en una revolución hay vencedores y hay vencidos. Esta certeza abre el espacio conceptual para matar a Dorrego, un vencido. Los que dijeron “ni vencedores ni vencidos” en 1955 ya habían bombardeado la Plaza de Mayo y al que lo dijo (Lonardi) lo descabezaron en dos meses. Ese bombardeo requiere una lectura similar al famoso de Guernica, que pintó Picasso. Cierta vez, los alemanes le preguntaron “¿Usted hizo eso?”. “No. Lo hicieron ustedes”. Si no es cierto, está bien armado.

Mayo es el surgimiento del centralismo porteño. Que se prolonga en la Asamblea del año XIII y en la declaración de la independencia. Largamente habrán de enfrentarse el frac del porteñaje ilustrado y el chiripá de las provincias. En el Facundo de Sarmiento se trazan esas antinomias. Siempre parten de la madre de todas: Civilización/ Barbarie. Y luego tienen diferentes expresiones: 

Ciudad/ Campaña.
Levita/ Chiripá.
Artillería/ Caballería.
Paz/ Quiroga.
Lavalle/ Rosas.
Constitución/ Anarquía.
Buenos Aires/ Provincias federales.
Racionalidad/ irracionalidad.

En base a estas antinomias se escribe Facundo, que apela a la estética romántica del contraste. Otra antinomia que marca Sarmiento es la de Europa y América. Las burguesías siempre intentan complementarse con Europa, el pueblo de las campañas no: busca el proteccionismo.

Las Provincias saben que el triunfo de Buenos Aires implicará su ruina. En 1820 las tropas federales de Ramírez y López entran en la ciudad portuaria. Lo otro de la cultura toma la casa de los iluminados. Los federales atan sus cabalgaduras en la pirámide de Mayo. Han tomado la casa. Y la casa es de los centralistas, no se puede tomar. Hacerlo es una injuria a la civilización.  Esas riendas de las cabalgaduras de los gauchos federales tienen el contenido agresivo que tendrá el 17 de octubre. Es una persistencia la de tomar la casa. También lo es su defensa y su reconquista. Es el lugar del centralismo, del poder de los sectores y clases dominantes. En 1820 es la burguesía mercantil de Buenos Aires la que desea centralizar. Para eso derrotan a Artigas, caudillo argentino que lleva su lucha cuando aún no ha sido creado el Uruguay. Esta creación será resultado de los portugueses del Brasil y de la diplomacia británica. Los ingleses podrán navegar los ríos con esa entrada amable que lograrán del recién creado Uruguay, derrota de Artigas en Tacuarembó mediante. 

La llamada anarquía del año 20 es la ofensa de los federales al entrar en la ciudad del puerto y de la aduana, fuentes de la riqueza de los burgueses liberales de Buenos Aires y de los ganaderos de la pampa húmeda. El país centralista se consolida con el gobierno de Bernardino Rivadavia. Se dicta la Constitución de 1826. Es rechazada por todas las provincias. Rivadavia, como buen unitario, conocía más las ideas que la realidad del país en que vivía. Sarmiento habrá de escribir dura y sarcásticamente sobre la figura del unitario. Y los jóvenes del Salón literario lo rechazarán por completo. El de Rivadavia es un constitucionalismo a priori. Su emisario llega a Santiago del Estero con frac en una tarde de sofocante calor y el caudillo federal Ibarra lo recibe en calzoncillos. Rivadavia inaugura la constante centralista del empréstito. Le pide uno enorme a la Baring Brothers e inaugura la sombría saga de la deuda externa, otra vez prolongada durante los días actuales. Entre tanto hay una guerra con Brasil en la que se destaca Lavalle, el cóndor ciego. (Tan valiente en la batalla como ciego en la política.) Que vuelve con sus tropas a Buenos Aires y pone al ejército libertador al servicio de los intereses de la burguesía mercantil derrocando y fusilando a Dorrego. Así como Rivadavia da origen a la deuda externa, Lavalle encabeza el primer golpe cívico militar. Del que San Martín se niega a participar. Porque era un cóndor, pero no ciego. Le niega su espada al grupo faccioso de Buenos Aires y luego se la entregará a Rosas en reconocimiento a una de las más importantes gestas anti colonialistas, la de la batalla de Vuelta de Obligado. Cierta vez un escritor me dijo: tenemos un apasionante siglo XIX. No se equivocaba.