Nació bajo el nombre de Maurice Joseph Micklewhite y creció al sur de Londres. Su madre era una empleada de limpieza y su padre un peón de pescadería en el puerto de Billingsgate. Durante los años 60 se convirtió en una gran estrella del cine británico. Ahora, cincuenta años después, Michael Caine está revisitando la década que le dio mayor fortuna en una nueva película, My Generation, que se exhibió ayer fuera de competencia en el Festival Internacional de Cine en Venecia. El documental, que Caine coprodujo y en el que se encarga de la narración, ofrece una visión íntima de una era que significó toda una transformación para la sociedad inglesa, cuando el sistema de clases al fin empezó a eclosionar y estalló toda clase de colores en un mundo hasta entonces gris.

La película exhibe los Swinging Sixties a través de los ojos de Caine, y también a través de la mirada de algunos contemporáneos ilustres a los que entrevistó: Twiggy, Roger Daltrey, Paul McCartney, Marianne Faithful y David Bailey, entre otros. El empresario Simon Fuller inició el proyecto, que fue dirigido por David Batty y guionado por Ian La Frenais y Dick Clement. Para su forma final, los realizadores hicieron una amplia investigación sobre una enorme cantidad de material de archivo. “Fue una cuestión de esperar hasta que estuvieran disponibles. Son personas muy importantes, extraordinariamente ocupadas”, dice Caine sobre sus entrevistados. Llevar a cabo los arreglos para hablar con todos ellos aparentemente llevó un trabajo de dos años y medio, aun cuando a uno le resulte difícil imaginar que tantos de ellos hayan tenido esperando a Michael Caine.

Si uno quiere encontrar las verdaderas raíces de los Swinging Sixties, Caine (que hoy cuenta con 84 años) sugiere que el sistema educativo británico es el lugar donde hay que comenzar. “Yo gané la beca escolar de once años”, recuerda. “Una de las cosas más asombrosas es que en todas las entrevistas que realicé para esta película, a cada joven cantante masculino de rock and roll con el que hablé le pregunté deliberadamente dónde había ido al colegio. Cada uno de ellos fue a escuela de lenguas”. Recibieron “educación elegante” para nada. Aun cuando estuvieran determinados a dedicarse a pasarla bien, Caine y sus contemporános fueron todos estudiantes a conciencia, y mantuvieron una rígida ética de trabajo. “Cada persona que conocí se volvió rica”, dice él.

En el documental, Marianne Faithfull señala la elección del Gobierno laborista de 1946 como “el punto en el que comenzaron los ‘60”. Hubo “un cambio de dieta, un cambio en el cuidado de la salud pública y buena educación para todos”. El panorama que Caine pinta de la vida en los pre-sesenta británicos es extremadamente monótona. El nació en la era de la Depresión y creció durante la Segunda Guerra Mundial. “Esperábamos cada día que llegara un telegrama diciendo que nuestro padre había muerto”, recuerda hoy. “La guerra terminó, y entonces nos mandaron a Malasia y a Corea a matar gente. Después volvimos, y a mediados de los años cincuenta teníamos una existencia miserable, con el smog, el racionamiento y todo eso. Entonces llegaron los sesenta, y decidimos que ahora íbamos a pasarla bien”.

Al principio, “pasarla bien” era una lucha cuesta arriba. La BBC no pasaba música pop: Caine y sus amigos tenían que escucha Radio Luxemburgo o la red de las Fuerzas estadounidenses. Imperaba la Guerra Fría y existía la amenaza de una aniquilación nuclear que podía borrar todo del mapa en cuestión de minutos. Pero todo eso, de todos modos, simplemente sirvió para concentrar las mentes de esa generación. Les ayudó a cimentar la determinación de divertirse mientras pudieran. Nada ni nadie iba a detenerlos, ni la desaprobación de sus mayores ni el prospecto de un Armagedón nuclear.

La carrera de actuación de Caine había empezado cuando apareció en el escenario en una pantomima escolar. Sus pantalones cayeron, todos rieron y él quedó “enganchado”. En ese momento, de todas maneras, el cine y el teatro no ofrecían muchas oportunidades para un chico de clase trabajadora en el South London. Hoy habla con desdén de las películas que los británicos estaban haciendo. Todas presentaban arquetipos de clase alta con cuyas vidas no podía ni empezar a relacionarse. “A juzgar por la manera en la que hablaban, pensaba que todos los actores eran duques y duquesas”, dice en el documental. 

Una de las películas que Caine y sus maigos encontraban enormemente ridícula era una historia de amor de 1946 titulada Brief Encounter (Lo que no fue, de David Lean), sobre un romance ilícito entre un ama de casa de mediana edad (Celia Johnson) y un doctor (Trevor Howard) al que conocía por casualidad en una plataforma de tren. Hoy se la reconoce como uno de los clásicos de todos los tiempos del cine inglés, y se suele señalar su carácter extraordinariamente conmovedor en la difícil situación de los frustrados amantes. “Era una muy buena película sobre esa clase de gente”, dice Caine. “Pero el problema es que eso era todo: no eran películas sobre nosotros. Cuando era un joven actor, estudié a fondo a Peter O’Toole en The Long And The Short And The Tall (Siete contra la selva, de Leslie Norman) que lo convirtió en una estrella... curiosamente, para mí esa fue la primera historia realmente escrita sobre los soldados ingleses. Recuerdo que cuando era joven siempre íbamos a ver películas de guerra estadounidenses porque trataban sobre los soldados. Nunca íbamos a ver las inglesas porque trataban sobre los oficiales”.

Las luchas de Caine como joven actor están bien documentadas. Habla de manera sombría sobre sus dos días de trabajo con su amigo Oliver Reed en pequeños papeles para un film de Norman Wisdom, una experiencia que no disfrutó en absoluto (“Wisdom no era muy agradable con los actores secundarios”, dice). Caine habría sido feliz con solo hacer “un par de bolos”, con dificultades para ganarse la vida pero al menos recibiendo una paga. Cambió su nombre primero a Michael White y luego por Michael Caine: tomó el nombre de El motín del Caine, que tenía por protagonista a su actor favorito, Humphrey Bogart. Para el momento en que consiguió el papel que le dio fama, como el oficial de clase alta de Zulu (1964), ya había llegado a los 30 años. Había sido seleccionado originalmente para interpretar a un cabo de acento cockney, pero el director del film, el estadounidense Cy Endfield, notó que era alto, delgado y rubio. “Me llamó de nuevo y me dijo ‘para mí, lucís más como un oficial que como un cabo. ¿Podés hacer un acento elegante?’. Le dije que llevaba nueve años en el oficio y que podía hacer cualquier maldito acento”.

Caine aún insiste con que nunca le habrían dado el personaje (que fue el puntapié inicial de su carrera) si el director de la película hubiera sido inglés. Las actitudes algo snobs estaban demasiado encajonadas, aunque todo empezaba a aflojarse. El actor y sus coetáneos estaban encontrando un camino dentro de mundo previamente cerrado para ellos. Como señala Paul McCartney en el documental, “de pronto la gente se dio cuenta que la clase trabajadora no era tan bruta como parecía, y que tenía talento”.

En los sesenta todos se fueron a Londres. Había un florecimiento, no solo en la música pop y el cine sino a través de todas las artes. My Generation da cuenta de varios fotógrafos que hicieron un registro del Swinging London, David Bailey entre ellos. Bailey le dice a Caine que se metió en la fotografía porque aprendió a procesar imágenes en la Kodak Brownie de su madre, y  porque le gustaba tomar fotos de pájaros. Eso lleva a una carcarjada: Bailey se refiere a los animalitos alados y no a las chicas de minifalda, aun a pesar del célebre dicho que señalaba que “Bailey hace el amor todos lo días”. Uno de los aspectos refrescantes del documental, de todas formas, es la ausencia de sexismo. Mary Quant (diseñadora de la minifalda), las actrices y modelos Twiggy y Jean Shrimpton y otras fueron el corazón de los sesenta tanto como Bailey o Caine.

El actor menciona a su viejo amigo David Baron, un actor desempleado que decidió dedicarse a escribir obras de teatro. “El me dijo ‘David Baron no es mi nombre real. Cuando empiece a escribir libretos usaré mi nombre verdadero’. Cuando le pregunté cómo se llamaba me dijo ‘Harold Pinter’. Pinter escribió una obra y Caine actuó en ella. Cosas como esa simplemente sucedían. Estabas de alguna manera forzado a no fracasar... así fue como los sesenta cambiaron al país”.

En los relatos estadounidenses de la cultura hippie y el verano del amor, la resaca comienza con Altamont, Charles Manson y los asesinatos en la mansión de Sharon Tate. Caine sugiere que lo que trajo el final de los Swinging Sixties en Gran Bretaña fueron las drogas. El no se dedicó mucho a ellas. Richard Harris le dio marihuana una vez y se rió tanto “que casi me causé una hernia”, dice. “Era medianoche. Yo estaba tratando de conseguir un taxi en Grosvenor Square y estaba parado en la esquina, riéndome de manera maníaca. Ningún taxi iba a levantarme. Tuve que caminar todo el trayecto a casa en Notting Hill”. Después de eso nunca volvió a fumar marihuana. “También te afecta la memoria y, como actor, tengo que recordar mis líneas”, señala. El documental incluye el relato de una resonante operativo antridogas llevado a cabo en la casa de campo de Keith Richards. Marianne Faithful entrega su colorido testimonio de primera mano del momento en que la policía irrumpió en el lugar.

Caine puede haberse esmerado en escapar de su origen, pero regresa continuamente a sus orígenes en el viejo sur de Londres. En el documental pueden verse imágenes de archivo que lo muestran como una exitosa estrella joven del cine, encontrándose con una amable y ya anciana ex vecina en algún lugar cerca de Walworth Road. Ella lo saluda con notorio deleite, y le dice que se ve exactamente igual a su padre. En su autobiografía, Caine cuenta una extraña historia que tiene que ver con una visita al célebre cruce de calles de Elephant y Castle, donde vio a un hombre que pasaba inadvertido entre la gente y que estaba haciendo su propia revisita nostálgica al barrio de su infancia. Era Charlie Chaplin. El legendario comediante no podía ocultar su tristeza ante el modo en que “los desarrolladores urbanos habían destruido toda el área”. Caine se acercó y le habló, y después Chaplin se fue por la calle. “Casi pude ver los cómicos zapatones y el bastón mientras caminaba, pasando a través de una multitud de personas que no lo notaban, los mismos niños de su pasado”. 

Caine cuenta que volvió a Elephant y Castle dos años después... y volvió a ver a Charlie Chaplin allí, en otra de sus visitas anónimas. “Finalmente no lo puse en el libro porque pensé que nadie iba a creerlo. Pero él acostumbraba ir allí a menudo, igual que yo”. Ahora, esa zona cambió más allá de toda posibilidad de reconocimiento. Hace poco, el actor volvió con un equipo de televisión estadounidense que quería filmarlo en el mismo lugar donde había crecido. Fueron al sitio donde estaba el pub Elephant and Castle. “Miré por la ventana y había un rascacielos. No había ningún pub. Todo se había ido”.

Pasados los ochenta años, Caine sigue tan ocupado como siempre. Acaba de terminar de filmar una película que lo tiene como protagonista, sobre el resonante robo de 2015 en Hatton Garden, cuando cuatro experimentados ladrones saquearon una caja fuerte subterránea y se llevaron cerca de 200 millones de libras. El interpreta a uno de los atracadores: “Intenté conocerlo en persona, pero la policía no lo permitió”, relata. Aunque haya hecho una profunda revisión de los sesenta en My Generation, Caine no gusta mucho de escarbar en el pasado. “No siento nostalgia, nunca miro hacia el pasado. Me siento extraordinariamente afortunado, no por mi talento o algo por el estilo, sino por el timing de todo el asunto”, dice sobre la década que lo impulsó a él y a incontables otros. Los sesenta ayudaron a forjar a Caine... aunque, por supuesto, Caine ayudó también a forjar los sesenta.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.

En el documental, el actor entrevista a Twiggy, Marianne Faithfull y Paul McCartney, entre otros.