En los últimos años se lució con una serie de películas novedosas, memorables, en las que distintas experiencias y cuerpos que casi no estaban representados en el cine argentino se mostraban en clave intimista: en Un año sin amor (2004), basada en una novela de Pablo Pérez, un escritor gay enfermo de sida se entregaba a las prácticas sadomasoquistas y la búsqueda del amor; en Encarnación (2007) Silvia Pérez le prestaba la piel a la cámara para mostrar, en una vedette entrada en años que vivía el fin de su carrera, una historia preciosa de traspaso de sensualidad entre esa mujer y una sobrina adolescente. Por tu culpa (2010) contó en clave de suspenso y en el transcurso de una noche de hospital la sospecha sobre una madre que llegaba a la guardia con un hijo que se había golpeado, y Aire libre (2014), como versión de la historia de amor más triste y más realista que se pueda imaginar, encaraba el fin del amor como un misterio inexplicable pero, también, cargado de violencia. Anahí Berneri tiene muchas ideas y sobre todo preguntas, pero lo que más tiene es una sensibilidad especial para construir a sus personajes como personas reales que, ante todo, están presentes en el mundo como cuerpos. Desde ese lugar se acerca también a Alanís, la prostituta que interpreta Sofía Gala en la película homónima que está a punto de estrenarse, para poner ante la mirada de lxs espectadorxs unos pocos días en la vida de esa mujer que busca un lugar adonde instalarse con su hijo, después de que la policía irrumpa en el departamento donde vive y trabaja y la deje, literalmente, en un limbo que es urbano y tiene el ritmo y el ruido de las calles de Once.

Sebastián Freire
Anahí Berneri

 

Alanís está basada en un corto, ¿me podés contar por qué te interpeló y cómo surgió la idea de hacer una película a partir de ese material?

–Yo pertenezco al PCI, Proyecto Cine Independiente, una asociación de directores que tiene muchos años, y surgió, en acuerdo con SAGAI (la asociación que maneja los derechos de los actores), una colaboración para hacer un concurso de cortometrajes. El premio era que se realizaba los cortos y PCI aportaba los directores. Así me llegó el guión de Alanís, me lo pasaron como diciendo “este es perfecto para Anahí”. La historia era la de una chica en un privado y estaba confundido el tema trata con prostitución, yo dije que me interesaba pero si trabajaba con prostitución y no con trata. De hecho la diferencia entre trata y prostitución me llevó a investigar qué pasaba con las leyes argentinas, y con las últimas políticas que veían a todas las prostitutas o trabajadoras sexuales como víctimas de trata. Y se asume siempre que hay un tratante, por más que la supuesta víctima no lo entienda así, entonces se busca quién es, como pasa al comienzo de la película. 

¿Cuánto tuvo que ver la elección de Sofía Gala en la conformación del personaje?

–El guión del corto ya estaba escrito cuando se lo propusimos, la propuesta concreta fue trabajar con su hijo. Hubo muchas situaciones de las escenas cotidianas con el hijo en las que ella me decía “mirá, hacé esto”, “Si yo hago así me va a decir tal cosa”, entonces íbamos por ahí. En lo que es la relación con su hijo sí trabajamos mucho, hicimos trabajo de mesa de todo el guión y lo conversamos mucho, todo lo que yo investigaba se lo iba pasando a ella y lo discutíamos para la construcción del personaje. La verdad es que ella tiene una postura hasta más radical que la mía, y otras certezas.

Quizá la decisión más importante de la película es que la protagonista, además de puta, sea mamá. ¿Cómo llegaron a esa figura?

–El tema maternidad es central en mis personajes; por otro lado más de la mitad de las mujeres que ejercen la prostitución son madres, y el insulto más grande que se puede decir es “hijo de puta”, entonces ahí las representaciones se hacen más poderosas. Yo quería que Alanís no solo fuera madre sino que estuviera amamantando, y en ese camino fue que empezamos a pensar qué actriz podía ser, vimos que Sofía acababa de tener un bebé y pensamos en ella. Enseguida hubo una conexión increíble con Sofía, charlamos mucho con ella el personaje y Javier (Van de Couter, co-guionista) me dio mucho valor. Parece que no pero a las mujeres con el tema prostitución nos cuesta tomar una posición, de hecho es un tema que divide al feminismo.

Además de lo que se narra en la película hay una potencia de la imagen, como cuando ella está amamantando al bebé en la cama con una postura muy poderosa, elegante.

–Sí, hay algo de reina popular en ella. Pero una reina sin maquillaje, que está amamantando a su bebé. Esa era la idea, me parece que lo fuerte es mostrar una mujer que genera deseo sexual y a la vez es madre y está amamantando. Lo digo también por las reacciones que ocurrieron con el afiche; hubo una cadena de cines que no quería ponerlo, pero después cuando vienen esas películas donde muestran mujeres en culo y tetas exhibiéndose no es ningún problema. O sea, cuando la mujer aparece como objeto sexual está todo clarito y está todo bien; ahora, si es objeto sexual pero a la vez es madre se me juntan los papeles, no se puede. Se junta la puta con la madre. 

¿Cómo pensaron esta presencia del cuerpo desde la puesta en escena?

–Hay un privilegio del cuerpo con respecto al primer plano o al rostro como única parte del cuerpo que a través de su gestualidad transmite o cuenta. De hecho hay muchos planos donde está la cabeza cortada del personaje. Y como son pocos planos y trabajamos con encuadres fijos, no hay movimiento de cámara, siempre es el cuerpo el que está componiendo y generando tensión en el cuadro con lo visto o lo no visto de los otros cuerpos. Por ejemplo, en la escena de sexo con el cliente, cuando van a un telo, trabajamos muchísimo con marcas en el suelo y en el espacio para generar una tensión entre lo que se ve y lo que se oculta, y siempre la cámara está en una posición que no es normal, más baja, a la altura del pecho. Ella tiene muchos moretones en el cuerpo, filmamos siempre sin maquillaje, quisimos ponerlos en primer término. El cuerpo siempre está componiendo y dando belleza y ritmo al encuadre.

Alanís parece dialogar con una nueva manera de ver el trabajo sexual que se dio muy recientemente gracias a la militancia de las putas. ¿Estuviste pendiente de esos debates? ¿Nutrieron de algún modo la escritura del guión?

–Sí, hablé con Georgina Orellano, también con gente de la AMADH, que habiendo ejercido la prostitución luchan para que desaparezca e igualan prostitución a trata. Investigué con asociaciones como Ammar, entre otras, desde distintas miradas: desde la lucha por que se termine la prostitución -y se habla de abolirla- a reconocer derechos de trabajadores y trabajadoras sexuales. Mi lugar para entender la película fue pensar que más allá de cuál es la solución si es que la hay, o de qué forma reflexionar sobre la prostitución, lo cierto es que hay persecución. Si bien Argentina tiene acuerdos internacionales por los cuales no puede perseguirla ni penarla, al no haber tampoco espacios para ejercerla se dan estas situaciones de que se persiguen y se clausuran los privados y se les pide a las chicas que los hagan pasar por casas de masajes, etcétera. No se puede habilitar ningún espacio para ejercer la prostitución, no puede ser perseguida pero no es legal: es un limbo. Y suele suceder, como pasa en la película, que se acuse a una de tratante, generalmente a las mayores, incluso que se las lleven detenidas por tratantes cuando en realidad no lo son. Esa es la situación inicial de la película y era la situación inicial del corto. A mí me interesaba exponer esta situación puntual de la persecución, del no espacio, de echar a una persona del lugar donde vive con su familia y donde ejerce su trabajo. Ahí empezaron las conexiones entre trabajo y vivienda, trabajo y hogar, que también están mostradas en la relación de Alanís con la tía, que vive en el local donde trabaja. Y sobre una cierta precarización de otros trabajos también. 

En general la representación de la prostituta en el cine tiene que ver con la víctima o con la mujer descarriada que hay que volver a integrar a la sociedad, y no hay muchas variantes. Cuando escribiste la película ¿tenías en mente algunos de estos personajes de putas del cine?

–Sí, yo me fui a Jeanne Dielman, me fui a Chantal Akerman, a la puta que trabaja en su casa, que tiene a su hijo, que limpia el hogar, todo lo mantiene en un orden muy pulcro, que termina de coger y le dice al cliente “está llegando mi hijo” y ordena la casa… Me fui a ese lugar, quería correrme por completo. De hecho en la película se la muestra a ella en una situación con un cliente donde no la pasa bien, pero no por eso es una víctima, no se la muestra denigrada. Ella está tomando una lección de vida, las opciones que tiene para elegir son muy pocas, y una podría decir que en realidad el tratante es el Estado por darle muy pocas opciones para sobrevivir con un hijo. Pero hay una cierta libertad del personaje, por supuesto condicionada, como todos estamos condicionados en cuanto a qué hacemos o qué dejamos de hacer en nuestros trabajos.

¿Te pensás como una directora mujer? ¿Cómo te suena cuando se habla de una “mirada femenina” en relación a tus películas?

–Yo tengo una mirada que es desde el género, sí, miro con mi cuerpo que es distinto que el cuerpo de un hombre, funciona distinto. Si es femenino o no… yo creo en una mirada que ponga el acento en el género, pero eso no es necesariamente una mirada femenina. Pero siempre que viajo me toca alguna charla al respecto…Me entrevistaron el otro día en Toronto de Woman in Hollywood, el año pasado en Panamá la gente de CNN había hecho una mesa con mujeres directoras, vas a Cuba y siempre hay mujeres feministas hablando de las directoras y el lugar de la directora como lugar de poder. Se habla todo el tiempo sobre la cantidad de mujeres que filman en el mundo, que es mínima con respecto a los hombres. Una todo el tiempo está respondiendo a ciertas cuestiones y yo no dejo de decir que siento orgullo por Argentina en estos términos, cuando me preguntan cómo es que hay tantas mujeres dirigiendo. Me parece que tiene que ver con el lugar de las escuelas de cine, donde entraron muchas mujeres y lograron mostrar su talento. Eso habla muy bien de nosotros como sociedad, que haya tantas voces. En todo caso, tantas miradas femeninas distintas. No me molesta hablar del tema, me parece que empodera a otras mujeres. Cuando dije que quería estudiar cine mi papá me dijo “¿Te parece? Mirá que las mujeres no dirigen”. Y en realidad yo estudié producción, porque la producción es el lugar de la mamá, la que gestiona todo, que cuida al equipo, la que organiza, etcétera. Me pareció que era un lugar más para una mujer, a diferencia de ser directora que es ocupar el lugar de la jefa.