Si mañana, en la altura de Quito, la Selección termina clasificándose para el Mundial de Rusia, por lo menos gana la chance del repechaje ante Nueva Zelanda o se queda afuera de todo, Jorge Sampaoli o quien pueda ocupar su lugar como director técnico, tendrá que asumir la ingrata tarea. Hacer borrón y cuenta nueva y renovar a fondo el plantel resulta imprescindible para cambiar las energías de un vestuario complicado, entablar una relación diferente con un nuevo grupo de jugadores y crear una nueva expectativa hacia adentro y hacia afuera luego de las tres finales perdidas y antes del futuro que pueda venirse: la Copa del Mundo del año próximo o la Copa América de Brasil en 2019. 

No se trata de lanzar por la ventana a futbolistas que pudieron haberle dado al fútbol argentino un título del mundo y dos títulos continentales y, al final, no le dieron nada. Tampoco es la idea sacrificar en la hoguera del exitismo extremo a una generación de jugadores que como Sergio Romero, Nicolás Otamendi, Javier Mascherano, Lucas Biglia, Ever Banega, Gonzalo Higuain, Sergio Agüero, Angel Di María y el mismísimo Lionel Messi triunfan en sus equipos europeos. Pero sufren cada vez que cruzan el Océano Atlántico para calzarse la gloriosa camiseta celeste y blanca. La carga de las últimas frustraciones se les ha tornado insoportable. Y eso los predispone mal y les genera un fastidio, un bloqueo mental y un repliegue sobre sí mismos que no beneficia a nadie. A ellos y mucho menos al equipo que dicen querer defender.

El grupo se siente amenazado por todos lados. Los cambios constantes de técnicos y de línea futbolística, las críticas periodísticas despiadadas y los malos resultados acosan a un plantel que ve enemigos por todas partes y aliados en ningún lado. Y que ya desde los últimos tiempos de la gestión de Alejandro Sabella decidió autogestionarse y blindarse hacia afuera. Desde el Mundial de Brasil en adelante, Mascherano, Messi y el resto de los jugadores decidieron liderarse por sí solos y no reconocer la conducción de los directores técnicos que se fueron sucediendo.

Gerardo Martino, Edgardo Bauza y ahora Sampaoli, jamás pudieron llegar al corazón de este grupo que ya lleva una década en la Selección y saber verdaderamente que es lo que les pasa. No pueden averiguar si están contentos, tristes, amargados, preocupados, exultantes o ansiosos. Desde lo profesional, a la hora de los entrenamientos, los viajes, las concentraciones y los partidos, la actitud y la entrega son irreprochables. Pero cuando se sale del día a día y se pretende una convivencia más franca y sana, el grupo se repliega y se reúne en la habitación de Mascherano o Messi para hablar de sus cosas. Nadie nunca pudo conocer afuera lo que se trama allí adentro pero se supone. Nunca conspiraron abiertamente contra los técnicos. Pero tampoco se jugaron la ropa para apoyarlos. Desde que Alfio Basile se fue de la selección en 2008, funcionan así.

En este contexto, resulta funcional la vigencia de la veda de contactos con la prensa que el plantel mantiene desde el partido con Colombia en San Juan. En su último viaje a Europa, Sampaoli le insinuó a Messi la necesidad de levantarlo o al menos aflojarlo. Y Lio como capitán del equipo firmemente se negó. “Mantiene unido al grupo”, dijo para ratificar la política de aislamiento que quiere a todos lo más lejos posible.   

Por eso, suceda lo que sucediese mañana ante Ecuador, haya clasificación angustiosa, repechaje o eliminación, se hace imperioso romper esta lógica de enclaustramiento y armar un vestuario nuevo con la cabeza limpia y sin líderes negativos sin tanta historia mala detrás. Que se entienda bien: no se trata de terminar con el invento del “club de amigos de Messi”, de enrostrarles su condición de millonarios supuestamente aburguesados ni de culparlos por las finales que no se pudieron ganar. Simplemente, de crear las mejores condiciones para arrancar desde cero, la nueva etapa que se viene. Con o sin Sampaoli, entrando al Mundial por la ventana o mirando por la tele, como los otros lograron los laureles que nosotros no supimos conseguir.