"Mi sobrino Nicolas siempre saca una actuación maravillosa de su sombrero, incluso de niño podía imitar a una computadora. Su trabajo en Pig [2021], de Michael Sarnoski, y su actuación más reciente en El hombre de los sueños, de Kristoffer Borgli, van más allá de la alabanza de un viejo tío". Con estas palabras en un reciente posteo en la red Instagram, el director Francis Ford Coppola homenajeó a aquel sobrino que debió cambiarse el apellido para no verse envuelto en el huracán de la tradición familiar como nunca lo había hecho antes. En su despegar como actor allá por los tempranos años 80, Nicolas Cage sustituyó el Coppola paterno por el Cage -prestado del superhéroe de Marvel, Luke Cage- y forjó su personalidad a contrapelo de esa vorágine, primero sumergido en los coletazos de la desgracia de su tío cuando en películas como La ley de la calle o Cotton Club intentaba pagar las deudas de su productora Zoetrope, luego renaciendo en los 90 con el Oscar por Adiós a Las Vegas, más tarde emergiendo como un héroe de acción, un artista fronterizo entre el histrionismo y la autoparodia, un obrero de las pantallas también para pagar deudas y demandas. Y este año su actuación en El hombre de los sueños lo convierte en uno de los candidatos sorpresivos para la temporada de premios, un merecido resurgimiento de alguien que ya conocemos demasiado.  

En el especial de la revista W sobre las mejores actuaciones del 2024, Nicolas Cage destaca que pese a estar en Hollywood desde hace más de medio siglo puede contar con los dedos de una mano los proyectos que lo han deslumbrado. "He filmado más de cien películas y El hombre de los sueños es uno de los mejores guiones que he leído en toda mi carrera. Los otros fueron El beso del vampiro, Adiós a Las Vegas, El ladrón de orquídeas y Educando a Arizona. No quería cambiar ni una palabra de ninguno de ellos". Esos podrían ser algunos de los hitos en la carrera del actor, pero su versatilidad y su insistente predisposición a la supervivencia lo hicieron llegar a un presente que lo confirma como uno de los intérpretes menos predecibles, más arriesgados a la hora de decidir cada nuevo proyecto. La idea de El hombre de los sueños le llegó de la mano del director y productor Ari Aster (El legado del diablo, Midsommar) y de A24, una de las productoras indies con más predicamento en el cine contemporáneo. "Soy un gran admirador de Ari Aster y habíamos hablado de hacer algo juntos", revelaba en una entrevista con The New York Times en noviembre pasado. "Entonces me envió este guion. Lo leí y de inmediato respondí con un listado de todo lo que podía aportarle a Paul Matthews".

Es difícil imaginar a otro actor dando vida al protagonista de El hombre de los sueños, y al mismo tiempo cuesta pensar cómo ese personaje silencioso e introvertido pudo encontrar su mejor fisonomía en Nicolas Cage. Paul Matthews es un profesor universitario de biología evolutiva que vive una vida tranquila y sin aparentes sobresaltos. Sin embargo, bajo esa superficie de pasividad, se agitan algunas frustraciones: la eterna postergación de la escritura de su libro sobre algoritmos e inteligencia en las colonias de hormigas, el destrato de sus colegas con aspiraciones intelectuales, la indiferencia de sus alumnos, incluso la tácita convicción de su familia sobre su propia intrascendencia. Por ello si Paul parece no hacer nada en la vida, tampoco lo hará en los sueños en los que se hace presente misteriosamente. En el primero que vemos en la película, su hija menor lo proyecta como un testigo impávido de su repentina abducción. Pero esa es solo la punta del iceberg: de repente distintas personas comienzan a soñarlo con la misma actitud. Algo terrible o impresionante sucede y Paul asoma con su parsimonia habitual, su vestimenta ajada y descolorida, caminando tranquilo, con su media sonrisa congelada, sin hacer nada. Nada de nada, solo estar ahí.

Esa pequeña revolución local llega a las redes y se hace viral. Una antigua novia que lo divisa durante una función teatral le consulta si puede escribir sobre esa extraña experiencia onírica. Paul, halagado al sentirse especial por primera vez, acepta. El artículo se propaga y de pronto irrumpe como una inesperada celebridad en todos sus círculos: el protagonista de los sueños ajenos. Los que antes lo ignoraban, ahora sienten curiosidad. Incluso su esposa Janet (Julianne Nicholson) consigue un nuevo proyecto en su trabajo gracias a la extravagancia de estar casada con 'el hombre de los sueños'. Pero la fama siempre tiene un inesperado revés. Para Paul, la repentina celebridad puede ser la mejor estrategia para conseguir lo que cree que merece: la publicación de su libro, el respeto de sus pares, el orgullo de su familia. Pero cuando esos sueños se convierten en pesadillas, los que antes ansiaban ver sus fantasías hechas realidad, aún bajo el aspecto de un señor calvo y cabizbajo, ahora escapan de las más horribles experiencias. En un abrir y cerrar de ojos, Paul se ha convertido en el más temido de los villanos.

"Esta película podría pensarse como un estudio sobre la experiencia de la fama", reflexiona Cage en la entrevista con The New York Times, y confirma que lo que aportó al guion proviene de un episodio viral que lo tuvo como protagonista en los tiempos previos a la era de las redes sociales. "Cuando leí el guion pensé que yo podía contribuir con mi experiencia del 2008 o 2009 cuando buscando algo en Google me encontré con un video en YouTube titulado 'Nicolas Cage Loosing His Shit'. Alguien había compilado escenas demenciales de varias de mis películas sin preocupación por cómo cada personaje llegaba a ese estado de crisis. El video se hizo viral y las imágenes se convirtieron en memes. Estaba confundido, frustrado y estimulado al mismo tiempo. Por una lado pensé que tal vez eso motivara a alguien a ver la película completa y descubrir cómo el personaje había llegado a ese punto. Pero, por el otro, pensé: 'Esto no es lo que tenía en mente cuando me convertí en actor'. Esos sentimientos fueron los que alimentaron a Paul Matthews".

Escrita y dirigida por el noruego Kristoffer Borgli, conocido por la extravagante comedia (anti)romántica Enferma de mí (2022) -disponible en Mubi-, El hombre de los sueños propone algo más que una exégesis de la fama efímera del presente, alimentada por las redes sociales y la emergente cultura de la viralidad y el hate, sino que explora el deseo inalienable de agradar a los otros que motiva la exposición de la propia imagen hasta el punto de tornarla descartable. Es significativa, en ese sentido, la escena en la que Paul decide visitar las oficinas de 'Ideas', una agencia virtual destinada a promocionar productos y servicios en redes asociados a las llamadas 'celebridades poco convencionales'. El CEO de la compañía, interpretado por Michael Cera vestido informalmente con jean y gorra de béisbol, le ofrece asociar su imagen a la campaña de Sprite. "Te veo como la persona más interesante del mundo", le dice con un sobreactuado entusiasmo. Pero lo que Paul busca, como de alguna manera el propio Cage con su actuación, no es quedar reducido a un meme que impulse la venta de una bebida de lima limón sino algo más. Ver su libro publicado, sentirse validado por aquellos que hasta entonces lo habían ninguneado, ser respetado por su propia familia. Nada de eso puede surgir de convertirse en la burla de sí mismo. ¿O sí es posible en la errática cultura contemporánea?

Salir del anonimato.

Nicolas Cage esquiva a su manera la exposición contemporánea. No tiene cuenta en X ni en Instagram ni en TikTok, apenas concurre a eventos públicos y prefiere mantener un aura de misterio como en el viejo Hollywood. Todavía recuerda cuando era un desconocido e iba al cine con su tío y el público murmuraba '¿Francis Coppola?', subyugado por el fenómeno de El padrino. Pero luego le llegó su propio tiempo, el lento despegar en películas como Peggie Sue, su pasado la espera (1986) y Hechizo de luna (1987), el triunfo en el Festival de Cannes con Corazón salvaje (1990) de David Lynch, el Oscar con Adiós a Las Vegas (1995), la etapa de héroe de acción con La Roca (1996) y Con Air (1997), el desfile con los grandes directores de los 70 -Ojos de serpiente (1998) con Brian De Palma, Vidas al límite (1999) con Martin Scorsese, más tarde Un maldito policía en Nueva Orleans (2009) con Werner Herzog- y después de algunas producciones olvidables para solventar gastos, llegó el renacimiento de la mano de noveles directores como Panos Cosmatos en Mandy (2018), Michael Sarnoski en Pig y Tom Gormican en El peso del talento (2022). "Es interesante ser redescubierto por alguien de otra generación -confiesa el actor-, ya que todavía no les han arrebatado sus sueños y tienen potencial e imaginación. Eso siempre te mantiene activo y fértil".  

En El hombre de los sueños, Paul insiste en sus clases, y en cada oportunidad en la que es pertinente la analogía, con el hecho de que las cebras no pueden camuflarse en el ambiente sino en la manada. Su llamativo pelaje de rayas blancas y negras no permite confundirlas con la vegetación de la selva pero sí en un amontonamiento que las protege mutuamente de los depredadores. ¿Dónde termina una y dónde comienza la otra? "Los predadores necesitan identificar a su presa, no pueden atacar a todo el grupo. Así que si asomas la cabeza, te conviertes en un objetivo", concluye Paul como parábola de su propio anonimato. Y mientras señala las fotografías de las cebras en la pantalla del salón, sus alumnos cuchichean sobre los sueños compartidos. Su protectora invisibilidad está a punto de desvanecerse: al asomar a la arena de la fama se convierte en un blanco involuntario. ¿O es él en realidad el responsable de haberse visto seducido por esa posible condición de 'especial' que tanto obsesiona a la cultura del presente? Cuando Paul pase de ser un espectador pasmoso en los sueños ajenos a ser el monstruo de las espeluznantes pesadillas de los soñantes, la misma manada que antes lo opacaba ahora lo persigue. Le escupen la comida, le niegan la asistencia al acto escolar de su hija, le rehúyen como a un sarnoso. Pero Paul no hizo nada, ni antes ni ahora. Entonces, ¿qué fue lo que cambió?

La película asume los contornos de la comedia negra como límites de su movimiento pero en lugar del desenfado habitual de la burla opta por una subterránea tristeza que invade el ánimo de Paul a medida que su pequeño mundo confortable se desmorona. La relación con su esposa Janet es la más afectada. Para ella, en cuyos sueños Paul nunca aparece, la presión externa se torna insoportable: la angustia de sus hijas ante la oscura fama del padre, las presiones laborales, el desprecio social. La vorágine envuelve al matrimonio y la impotencia de Paul se deslinda del habitual cinismo que esconde la sátira para desnudar un conflicto existencial que resulta desolador. Borgli ensaya un juego surrealista en el que a la larga sueño y realidad, como verdad y fake news, ya no pueden distinguirse. Esa frontera permeable que antes, en el cine de directores como Buñuel o Lynch, hablaba de los miedos personales y las angustias inconfesables, ahora se define por una cultura mediática voluble que permite pasar de la fascinación más demencial al odio desenfrenado. No es un mundo fácil para recorrer de punta a punta sus extremos.

"Alan Moore, el gran novelista gráfico, afirmó que nos estamos dirigiendo a un momento en el que la información se va a desplegar tan rápido que a la larga todos nos vamos a evaporar", concluye Cage en la extensa entrevista del Times. La cita a Moore sintoniza con la tensa lógica que recorre a El hombre de los sueños, un péndulo que conecta fama y exposición, con sus falsas profecías y sus sueños de eterno bienestar. Cage y Borgli consiguen unir sus miradas, director y actor dan cuerpo y voz a un personaje que sin grandes discursos ni sesudas elocuciones presta su perpleja mirada a un tiempo que parece invadirlo sin que pueda hacer nada. "Creo que a la gente le gusta la autenticidad, del mismo modo que sienten una conexión con una actuación que les parece real. Pero, de nuevo, estamos en una época en la que todo se reutiliza. A mí me pasa a veces, y sabemos por qué: el clickbait vende. Pero voy a optar por ser auténtico, y no voy a dejar que eso nos impida mantener una conversación que sea estimulante de alguna manera. No puedo permitirlo. No quiero vivir con miedo a decir lo que pienso".