El hombre que no estaba ahí

Kishin Shinoyama pasó cinco días con John Lennon y Yoko Ono en 1980. Una de las fotos de esa serie íntima devino en tapa de Double Fantasy, el disco que se publicó en 1980, poco antes del asesinato de Lennon. “Creo que aquellos fueron los días más felices de John y Yoko así que me siento privilegiado de haberlos fotografiado”, dijo Shinoyama, que falleció hace unos días, a los 83 años. Nacido en Tokio, tomó su primera foto a los diez años. “Un vecino que vivía cerca de casa tenía un pastor alemán y le tomé una foto con la cámara de mis padres. Era una imagen muy buena, que el hombre me agradeció mucho. Desde entonces, decidí ser fotógrafo como forma de hacer feliz a la gente”, contó alguna vez. Shinoyama se convirtió en fotógrafo freelance en 1968 después de trabajar para una agencia de publicidad. A partir de entonces, ganó fama por sus imágenes de celebridades, incluida una de Yukio Mishima. También se especializó en desnudos pero allí comienza la polémica porque en ciertas oportunidades, durante los noventa, eligió modelos de una juventud escandalosa. “Soy bueno desapareciendo de escena”, fue todo lo que dijo cada vez que fue cuestionado y hubo una época donde poco se supo de él. Tras su fallecimiento, sin embargo, Yoko Ono eligió reivindicarlo y contó la historia detrás de Double Fantasy en su cuenta de X. “Cuando John y yo decidimos hacer el álbum, rompiendo un silencio de cinco años, nos preguntamos a quién deberíamos pedirle que tomara las fotografías. Entonces se nos vino a la mente Kishin Shinoyama. Yo dije: ‘Por una vez, me gustaría tener un fotógrafo japonés’ y John estuvo de acuerdo”, comentó. Dijo que la discreción casi glacial de Shinoyama le llamó la atención (finalmente, cualquier fotógrafo moría por hacer imágenes de la pareja del momento) pero que el resultado para ellos “fue perfecto”. “No hubo una sola foto que no me gustara”, aseguró Yoko.

La lengua recobrada

Blas Omar Jaime vive en Paraná y tiene 89 años. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que pudiera cumplir la promesa que le hizo a su madre: recuperar y preservar la lengua originaria de ella, la lengua chaná. El desafío fue importante porque el chaná es básicamente oral y porque se consideraba extinto desde el siglo XIX. Sin embargo, Ederlina Yelón le contó a su hijo que fueron las mujeres descendientes de este pueblo extendido a lo largo del río Paraná, en Argentina pero también en Urugay, las que preservaron la lengua hablándola entre ellas. Con todo este acervo, recién cuando Jaime se jubiló, empezó a rastrear a posibles conocedores y conocedoras del chaná. El trabajo fue arduo pero ha dado como resultado un diccionario que reúne mil palabras, escrito por Jaime con colaboración de José Viegas Barrios, lingüista, filólogo e investigador del Conicet. “El lenguaje es lo que te da identidad y lo que mantiene vivo a un pueblo”, ha dicho Jaime, que viene dando charlas a lo largo del país y logró que el chaná esté incluido en el Mapa de Lenguas de la Unesco. Ahora está trabajando junto a su hija Evangelina Jaime, quien ha aprendido chaná y lo está enseñando a otros. No está claro cuántos descendientes de este pueblo nómade quedan en Argentina. Los conquistadores españoles, en el siglo XVI, fueron los primeros en dejar constancia de esta lengua, y luego los jesuitas la recopilaron en un libro que fue rescatado pero que solo contenía setenta palabras.

Una minucia

Existe la creencia de que cada huella dactilar en la mano de una persona es completamente única, pero ahora una investigación de la Universidad de Columbia lo cuestiona. Un equipo de la universidad estadounidense entrenó una herramienta de inteligencia artificial para examinar 60.000 huellas dactilares y ver si podía determinar cuáles pertenecían al mismo individuo. Los investigadores afirman que la tecnología podría identificar, con una precisión del 75 al 90 por ciento, si las huellas de diferentes dedos provienen de una misma persona. Pero el modo de resolverlo de la IA echa sombras sobre si en verdad, algunas personas no podrían compartir algunos patrones dactilares. Los investigadores creen que la herramienta de IA estaba analizando las huellas dactilares de una manera diferente a los métodos tradicionales, centrándose en la orientación de las crestas en el centro de un dedo en lugar de la forma en que las crestas individuales se bifurcan, lo que se conoce como “minucias”. Y allí quizás existan patrones comunes. El profesor Lipson dijo que tanto él como Gabe Guo, un estudiante universitario, quedaron sorprendidos por el resultado. “Éramos muy escépticos... tuvimos que comprobarlo una y otra vez”, dijo. Se trata de una investigación incipiente, aclararon los investigadores. Pero advierten que la IA está incorporando otro método de análisis que podría alterar ciertos resultados históricos con impacto en la ciencia forense.

La muerte le sienta bien

La vida de Charles Lindberg tuvo un antes y un después en marzo de 1932. En 1927, se había convertido en el primer aviador en cruzar el océano Atlántico, uniendo así el continente americano y el europeo en un vuelo solitario, sin escalas y sobre un monoplano. Comparado con Rodolfo Valentino, se convirtió en un superhéroe que dio charlas en todo el mundo. Durante su viaje a México conoció a su futura mujer, Anne Morrow, hija del embajador norteamericano. Y al poco tiempo traerían al mundo a Charles Augustus Lindbergh Jr. El problema es que el niño fue robado de su cuna, literalmente, aquella noche de marzo de 1932. Todo Estados Unidos se movilizó en su búsqueda e incluso gente como Al Capone ofreció ayuda (el mafioso estaba en la cárcel pero siempre tenía muchachos a su servicio) pero el chiquito apareció muerto seis semanas después. El crimen culminó con la ejecución de Bruno Hauptmann, un inmigrante alemán. Ahora, una jueza retirada de California cree que Lindbergh pudo haber sido responsable de la muerte de su hijo, reflotando los vínculos que el aviador tuvo con el nazismo, del que era partidario. Así lo aseguró Lise Pearlman, jueza jubilada y escritora de best sellers, en una entrevista con el San Francisco Chronicle. Su teoría apunta a que Lindbergh entregó al chico a su amigo Alexis Carrel, científico y ganador del premio Nobel, porque no lo consideraba agraciado. Pearlman piensa que el científico experimentó con el pequeño de 20 meses para ver si se podían conservar los órganos fuera del cuerpo el tiempo suficiente para trasplantes, un logro que habría sido revolucionario en los años '30. Sí es verdad que tras la muerte del chico, la familia se fue a vivir a Europa y Lindbergh se declaró partidario de la eugenesia. Pero si de crear ideas demencialmente pródigas se trata, Philiph Roth sigue llevando la delantera con su novela La conquista de América (que también fue serie en HBO). Allí plantea lo que hubiera pasado si en las elecciones presidenciales de 1940, en lugar de ganar el demócrata Franklin Roosevelt, hubiera ascendido al poder Lindbergh, dando comienzo a una persecución contra los judíos del país. Está claro que cincuenta años después de su muerte (falleció en 1974), cada tanto el aviador retorna como un fantasma. Lise Pearlman asegura, además, que ese fantasma vuelve de visita con su hijo en brazos.