Serendipia en Bucarest

Cosmin Garlesteanu cuenta que a veces, cuando toma fotos, hace asociaciones rápidas, que duran un chispazo y que luego emergen con más claridad una vez que la imagen ya es suya. Por ejemplo, en 2019 estaba en el subte de Bucarest y vio a una mujer leyendo el diario. No podía ver su cara sino su mata de pelo y los lentes de sol apoyados sobre ella, como si ese pelo tuviera vida propia. A la foto la llamó “Chewbacca”. Él viene documentando la vida urbana de Bucarest durante la última década. Nació allí en agosto de 1984 y estudió en la Academia de Estudios Económicos, pero su pasión por la música le llevó a buscar un trabajo diferente: la radio. Actualmente trabaja además como editor de video en televisión. Ha expuesto en festivales de fotografía callejera en Londres, Miami y Bruselas. Su trabajo es una celebración del paisaje en constante cambio de Bucarest, un testimonio de su resiliencia y adaptabilidad. “En Bucarest, cada rincón contiene una historia esperando ser descubierta”, dice y asegura ser “un adicto a la fotografía urbana”, al igual que su mujer, la fotógrafa Cristina Garlesteanu. “Me gusta pensar que la fotografía es la mejor medicina, al alcance de la mano y económica. Y creo que se lleva bien con la música”, dice Garlesteanu, quien además forma parte de On Spot, el colectivo más grande en Rumania de fotógrafos urbanos. “Al principio me sentí atraído por los elementos más gráficos de la fotografía callejera. Poco a poco me fui interesando más por momentos, estados de ánimo y cosas así. Entonces comencé a observar el comportamiento humano, teniendo en cuenta los ciclos repetibles. Es que tenemos comportamientos similares la mayor parte del tiempo y podés anticipar ciertos momentos”, dice este fotógrafo. Cuando se le pide que sintetice en una palabra su búsqueda, responde “serendipia”; es decir, la capacidad de hacer hallazgos valiosos de manera accidental.

Las zapas del tío Donald

Después de que la Corte en Nueva York lo obligara a pagar millones por fraudes hechos por sus empresas, Donald Trump apareció en Sneaker Con, un festival para fans de zapatillas, en Filadelfia. Allí promocionó una línea de edición limitada de zapatillas altas doradas decoradas con la bandera de Estados Unidos, llamadas “Never Surrender High-Top”. Hubo muchos abucheos entre la multitud, pero ninguno proveniente de Roman Sharf, un comerciante que terminó comprando un par autografiado. Antes, realizó una oferta de nueve mil dólares en una subasta celebrada a través de la aplicación Whatnot. “Aún son nuevos, huelen a pegamento”, dijo Sharf mientras se acercaba los zapatos a la cara y los olía. La firma del expresidente apareció en tinta negra espesa en la brillante puntera derecha. El sitio web que vende los zapatillas aclara que no están “diseñadas, fabricadas, distribuidas ni vendidas por Donald Trump", y agrega que "GetTrumpSneakers.com no es político y no tiene nada que ver con ninguna campaña política". Pero la compañía está utilizando la marca de Trump a través de un acuerdo de licencia. Descriptas en el sitio web donde se venden como “atrevidas, brillantes y resistentes, como el presidente Trump”, tienen una insignia “T”. El sitio también presenta otros dos estilos de zapatillas más baratas por poco menos de doscientos dólares. Sharf es el único que se alzó con el par más lujoso. Se comenta que Milei le estaría mandando un ejército de trolls de pura envidia.

El panqueque no se mancha

La tradición viene desde 1445 cuando, se asegura, una mujer salió de su casa escandalizada al escuchar por primera vez las campanas de la iglesia. Tan extraño le resultó el sonido que olvidó dejar la sartén y allí estaba, literalmente con la sartén por el mango. Esta historia se retomó en 1948 y desde entonces la ciudad de Olney, en Inglaterra, afirma albergar la carrera anual de panqueques más antigua del mundo. La carrera ha soportado una rivalidad amistosa con una pequeña ciudad de Kansas, aunque la gente del lugar asegura, claro, que la inglesa es mejor y se toma muy en serio su carrera anual de panqueques del martes de carnaval. A tal punto que durante el confinamiento por coronavirus en 2021, una señora solitaria recorrió los 400 metros con su sartén para que la tradición no se corte. “Sólo son mujeres pueden participar y hay que haber vivido o trabajado en Olney durante al menos tres meses”, dice Ruth Martin, del comité de carrera de panqueques de Olney. “Tenés que usar falda y te damos un delantal, un pañuelo en la cabeza y un molde para panqueques. Pero debés traer tu propio panqueque, que se lanza al principio y al final de la carrera”, puntualiza la señora Martin. Las corredoras parten del mercado de Olney y se dirigen a la puerta de la iglesia de San Pedro y San Pablo. “Y no podés participar si ya la has ganado tres veces, como la ganadora de 2022, Katie Godof”, sigue diciendo la señora Martin, impávida frente al alegre montón que anda a las corridas por ahí cerca.

Muerte busca nuevo dueño

Para Neil Gaiman, no se trata de comprar arte y asumirlo como propiedad sino como custodia. “Es tu trabajo mantener esa obra segura y esperar que la casa no se queme mientras esté bajo tu cuidado”, cuenta en una nota con The New York Times. “Entonces alguien más puede hacer lo mismo. Y esperar que su casa tampoco se queme”, agrega. Si bien el autor de The Sandman sabe cómo soñar despierto aún en medio de casas que amenazan con incendiarse, él fue uno de los tantos que no la pasó del todo bien durante el confinamiento pandémico. Entonces compró objetos como un dibujo original de Winnieh-the-Pooh y su amigo Piglet, del artista británico E. H. Shepard. Llegaban las obras, asegura, y él se sentía contento. “Si alguien viene a la casa, le digo: ‘Vení y mirá esto’. Y le muestro la ilustración de Shepard. Si es el tipo de persona adecuado, se va a enamorar como yo de ese dibujo”, cuenta. Como un chico que adora mostrar sus juguetes en tanto raros hallazgos, también sabe que sus amigos adoran una ilustración de Muerte, uno de los personajes más populares de Sandman, realizada por Jean Giraud, conocido como Moebius, quien murió en 2012. “Me encanta y ha estado en mi pared mucho tiempo. Pero hay más gente a la que le encantaría verla. Es el único dibujo que Moebius hizo de Muerte”, comenta. Y Gaiman ha decidido que la Muerte siga su camino. Es también hay otras obras, objetos, libros y memorabilia que él ha venido coleccionando durante años. Y por primera vez en su vida les dice adiós. Por eso decidió subastar parte de su colección, exhibida en Heritage Auctions, en Dallas. Hay más de cien piezas a la venta. Por ejemplo, una muñeca que se usó para el film de animación de Coraline o ejemplares chinos de The Sandman. Pero la estrella es una página original del número número 7 de Watchmen, de 1987. La página es un obsequio del escritor Alan Moore y el artista Dave Gibbons como agradecimiento por el aporte de Neil a esa serie, que se adaptó a una película en 2009 y a una serie para HBO. Heritage estima que esa página tiene un precio base entre 200 y 300 mil dólares. Gaiman se inspiró en el gesto de su amigo Geoffrey Notkin, de la serie Meteorite Men, quien subastó algunos ejemplares de su colección de meteoritos. Gaiman donará parte de las ganancias a Hero Initiative, un fondo para creadores de cómics, y Authors League Fund, que beneficia a escritores con dificultades financieras.