Harto sabido que, las pasadas semanas, un hashtag se volvió grito colectivo de denuncia, resistencia y sororidad: el ya afamado #MeToo y sus traducciones por el globo (en castellano,#YoTambién; en francés, #MoiAussi…), solidaria consigna que -cual alud- se precipitó en redes para expresar tantísimas mujeres que ellas también han sido víctimas de acoso y abuso sexual. Un grito puesto primeramente en el cielo virtual por la actriz norteamericana Alyssa Milano, antaño brujita de Charmed, que frente a las numerosísimas acusaciones de colegas contra el productor predador Harvey Weinstein, propuso que cualquiera que hubiera sido abusada y/o acosada escribiese la sucinta frase en su red social, amén de “transmitir la magnitud del problema”. Las réplicas, conforme suele suceder con las campañas que devienen virales, no tardó en llegar; y en menos de 24 horas el mensaje fue compartido unas 500 mil veces en Twitter, sin sumar –por cierto– los 12 millones de posteos que se hicieron eco vía Facebook, evidenciando cuán arraigada y prevalente es la violencia machista en la sociedad. De latitudes todas, dicho sea de paso: porque el #Me Too circuló con fuerza en Estados Unidos, sí, pero también en México, Canadá, los países nórdicos, Emiratos Árabes, Gran Bretaña, India, incluso a nivel local… Mujeres reunidas por un hashtag para decir “Yo también”, para decir “Ya no más”, para decir “No nos quedaremos calladas”, para decir “Los agresores intocables –por más poderosos que sean- caerán”, para decir “Se acabó lo que se daba: basta de impunidad”. 

Pues hete aquí la cuestión: en miras de la enorme popularidad que cobró la consigna, feministas afroamericanas señalaron que el movimiento Yo También no es tan reciente como la vasta mayoría cree; aún más: data de mucho antes que el uso de hashtags siquiera se hubiera popularizado. Tiene, sin más, 10 años, y acreditan su origen a la estadounidense Tarana Burke, activista de larga trayectoria, una mujer que lleva más de dos décadas trabajando en diversas áreas de justicia social. En especial, y como actual directora de la organización non-profit Girls for Gender Equity, ayudando a niñas y adolescentes negras a dar pulseada al sexismo, la discriminación racial, la homofobia, la transfobia y el acoso. Burke es la creadora de Just Be Inc, un programa que da herramientas a purretas afro de 9 a 16 años para que se conviertan en líderes de sus comunidades; además de haber fundado –como ya se ha dicho– el movimiento Me Too tiempo atrás, una campaña que busca empoderar a sobrevivientes de abuso, asalto sexual, explotación. 

Sobre sus orígenes, cuenta Burke que, siendo consejera novata en un campamento de verano, una muchachita de 13 años se acercó a ella para confesarle que había sido violada por su padrastro. La joven Tarana se quedó sin palabras; no supo qué decirle: “No tuve una respuesta para darle, no encontré el modo de ayudarla. Y eso me persiguió durante muchos años”. “Por aquel entonces, yo misma estaba lidiando con mi propia historia de abusos, y no tuve el coraje de compartir mi experiencia personal con ella. Con el tiempo comprendí que el mero hecho de decir ‘yo también’ es sumamente poderoso: por un lado, es una declaración audaz que declama ‘No siento vergüenza’, ‘No estoy sola’. Por el otro, es un statement de sobreviviente a sobreviviente, un modo de expresar: ‘Te veo, te escucho, te entiendo y estoy acá para acompañarte’”. De joven no pudo decirlo, pero hace ya una década promueve el Me Too como mensaje. 

Y es que la frase, asegura Burke, “es una forma radical de sanar colectivamente”, de “empoderarnos desde la empatía”. Y aunque lamenta que haya sido necesario que actrices de Hollywood la usaran para que se volviera expresión masiva, y admite que inicialmente temió que la narrativa excluyera a las mujeres afro norteamericanas, hoy se muestra “feliz de que la campaña haya crecido, florecido en forma tan bella, tan extraordinaria”. De hecho, admite que sería egoísta intentar adueñarse de una expresión que, en realidad, pertenece a todas las mujeres. Con todo, llama a mantener viva la llama del movimiento; ruega que no se extinga cual chispa pasajera y pide que los esfuerzos sean interseccionales: “Lo que sucede en la industria cinematográfica es un microcosmos de lo que pasa en el mundo, en la cotidianeidad de comunidades, familias, hogares. Por cada Harvey Weinstein, por cada Bill Cosby, por cada R. Kelly, hay miles de sacerdotes, maestros, tíos, primos, almaceneros, vecinos que cometen los mismos crímenes. El problema es generalizado, y hay que seguir trabajando”. 

Por lo demás, vale recordar otras manifestaciones masivas y espontáneas, viralizadas en redes, que ayudaron a visibilizar la misoginia y la violencia machista estos últimos años. Bajo el hashtag #EverydaySexism, fueron miles las mujeres que denunciaron situaciones sexistas que afectan su día a día; con #FirstHarassed, se animaron a compartir historias de la primera vez que padecieron acoso y/o abuso (el denominador común: en general no pasaban los 10 años); con #Yes AllWomen, millones revolucionaron la web al grito de “Sí, todas las mujeres somos blanco de agresiones, violencias, violaciones, asesinatos. Sí, es momento de decir BASTA”. Después   de #MeToo, ojalá, ¡ojalá! no sea necesario seguir creando hashtags...