No sabe leer ni escribir y su voz une y separa las palabras como si quisiera cortarlas y volverlas a enmendar. La poesía del texto viene de esa torpeza, del desconocimiento de un lenguaje que usa de forma vacilante pero que le sirve como una descripción despojada de referencias, solo sustentada en su capacidad de clasificar y organizar los hechos mientras los vive y los padece.

Estamos en el siglo XVI en Inglaterra. Una niña casi púber trabaja en el campo sin sosiego. Explotada por sus padres, maltratada por su hermano, un día descubre que es un prodigio del canto. De nada le sirve porque las mujeres no pueden entrar a la escuela comandada por la iglesia donde los niños conforman un coro. Entonces Ellyn se corta el pelo, se pone la ropa de Tomas (ese hermano que ahora va a sustituirla en la tarea brutal de ordeñar la vacas y limpiar la mierda) y se convierte en John Pitcher. 

Nosotrxs, lxs lectorxs, sabemos que es una niña y conocemos sus pensamientos porque Nell Leyshon escribe desde una primera persona que no se deja ganar por la mímesis realista. La autora británica hace de la precariedad del lenguaje una poética, un estilo que da cuenta de una crítica sobre la condición de desprotección de la protagonista. Cuando Ellyn aprende a leer y a escribir, cuando su talento le depara beneficios materiales y consideración afectiva, cuando conoce un mundo más allá del establo y los retos de su madre, tiene como interlocutora a su hermana Agnes que por el momento es una bebé recién nacida pero que en unos años tendrá que enfrentarse a las mismas penurias que ella. Ellyn quiere que todo sea diferente, que a su hermana nadie la descalifique por ser una niña.

Leyshon es dramaturga además de novelista y La escuela de canto (Editorial Sexto Piso- traducción Mariano Peyrou) podría ser un largo monólogo. Tiene la depuración del texto poético: las frases son cortas, la disposición sobre el papel deja espacios entre las frases y se vale del punto y aparte para construir sentidos.

El cuerpo es determinante. No solo por la transformación de Ellyn en Jonh que recuerda al teatro shakesperiano donde las mujeres se travestían para andar por los caminos, sino porque la naturaleza, el desarrollo de esta niña que se convierte en adolescente, es algo imposible de detener. Su biología, la sangre de la menstruación, las tetas que cada vez son más difíciles de disimular, trazan la urgencia y el conflicto de una historia que a la protagonista le permite reconocerse y aceptarse.

Todo lo que sucede es relatado por Ellyn en un gesto narrativo de autonomía. La voz es lo que permite la emancipación a nivel argumental pero también es el procedimiento que estructura la novela. La mirada de la protagonista parte del desconocimiento absoluto (ser analfabeta en el siglo XVI implicaba no reconocer las letras ni los números y carecer de toda información sobre la organización social y política de su entorno), Ellyn describe los lugares que ve por primera vez como si se trataran de territorios jamás imaginados. Una mesa, una cama, la configuración de una iglesia tienen para ella un efecto mágico. 

Leyshon, que es una intelectual feminista y ese componente le permite alejarse de la novela histórica para darle una cualidad contemporánea al texto, defiende esa ingenuidad porque allí se funda también una excepcionalidad y un arrojo para no dejarse abatir por las condiciones sociales. No saber es lo que le da a Ellyn el coraje de cambiar y cuando experimenta cierto confort, cuando disfruta de una mejor alimentación, considera que la distribución de los recursos es injusta. No lo hace desde un discurso forzado sino desde esa misma inocencia que es un instrumento para cuestionar lo evidente. Si Ellyn es capaz de abandonar la resignación en la que está sumida toda su familia es porque decide defender ese talento que habita en ella y que le da la oportunidad de ser otra. 

Si hubiera sabido los riesgos a los que se enfrentaba tal vez nunca se hubiera animado a salir del establo. Para Leyshon esa ignorancia es la que la impulsa a no aceptar el límite de su situación de clase.

Las acciones son comprimidas por esa voz porque el mundo pasa a ceñirse a la mirada de Ellyn. Jonh es un personaje pero Ellyn es la narradora. Esta diferenciación es cada vez más fuerte para la protagonista. Siempre se refiere a sí misma como mujer, nunca duda que su transformación como chico es nada más que una estrategia a la que se aferra para no volver al horror de la casa de sus padres donde todo es imposible pero no quiere ser un chico para siempre, lo que quiere es no tener que negar su condición de mujer. 

La escuela de canto pasa de lo fáctico, de la voluntad de armar un plan para salir de la impotencia, a establecer un conflicto más íntimo entre la protagonista y su invención. Como si John fuera la voz y Ellyn el cuerpo. Esta disociación le permite a Leyshon describir la separación entre el desarrollo de las cualidades sociales y la reclusión doméstica pero Ellyn nunca se siente completamente identificada con John y la intimidad se convierte en el relato entre la protagonista y lxs lectores. La voz es la escritura, un procedimiento que marca el territorio de la oralidad (propio del personaje) y la palabra escrita reproduce los errores del habla de Ellyn como si quisiera dejar en el papel (que siempre es un documento) la característica de una voz iletrada que deviene poema.