Querides lectorius:

Quienes y quienas frecuenten esta columna conocerán seguramente mi actual estado de enojo inconmensurable. Muches lo atribuirán al despojo consuetudinario con que nos agasaja Su Graciosa Tujestad y su gabinete de canes fenecidos reencarnados en funcionarios diversos. Mas no es esa la principal causa de mi inquina irredenta. No. Porque de ellos sabíamos que querían hacer esto. Lo que no esperábamos era que pudieran o pudiesen hacerlo, ni que la democrática voluntad republicana sufragara de esa manera, más o menos como si alguien a quien no le gusta el color de las paredes de su casa hiciera estallar una bomba atómica, destruyendo entonces las paredes, la casa y el vecindario completo. Vaya uno a saber cuánto daño nos harán las radiaciones que nos inflige este gobierno, y por cuántas décadas.

Dirán entonces que mi bronca sin fusiles y sin bombas, bronca con los dos dedos en V –como decían Pedro y Pablo– apunta sus dardos a quienes, en aquel lejanísimo noviembre de 2023, colocaron en las respectivas urnas el nefasto papel con los nombres de nuestros destructores. Es cierto que estoy enojado con todos, todas y cada une de elles, pero ese sería, a estas alturas, un “enojo histórico”.

Podrían imaginar, tal vez, que me sublevan el hematocrito aquellos que aducen ignorancia, que “no sabían”, que pensaron que no iba a ganar (¿de verdad?, ¿votaron a alguien esperando que perdiera?), que lo hicieron porque “así como estaba no se podía seguir” (perdón: ¿pagando el colectivo 50 pesos en el AMBA, menos de 1.000 pesos un café, reivindicando las Malvinas, teniendo medios de comunicación de todos, no se podía seguir?), “porque la corrupción era insoportable” (¿por eso ahora tenemos un ministro que hace unos años nos recontraendeudó con el FMI?), “porque el gobierno anterior era blando” (¿es mejor quien propone escupir a los diputados y mear a los gobernadores?), “porque era poco democrático” (¿es más democrático quien deroga leyes con el sabio dedo, manda un DNU con 600 artículos y una Ley Base donde propone que no haya casi leyes?). Sí, todos esos argumentos podrían encresparme, pero casi casi que forman parte de la fauna de la que trato de estar distante.

Quizás crean, entonces, que son los mismísimos opositores, que sí se sienten extranjeros en cualquier lugar, que no son de aquí ni son de allá, y que se lanzan al optimismo surrealista cuando algún oráculo progre vaticina que es probable que dentro de cinco meses y medio la imagen positiva de la hermana del Primer Autoritario descienda un 0,00006% y ello lleve irrevocablemente a la vuelta de quienes hace mucho que no están por ninguna parte. Sí, todo eso me repugna, me regurgita, me provoca gárgaras de tristeza, pero no es lo que más me detona.

Creo que ha llegado el momento, lectoro amable, de develar qué es lo que me tiene así. Pues bien, son aquelles que, mientras no llegan a fin de mes, ni a fin de día, ni a fin de hora, dicen que “hay que darles tiempo”. Tiempo. El tiempo es lo más valioso que tenemos. Cuando se acaba nuestro tiempo, nos morimos. “Dar tiempo” es dedicarse, es cuidar, es ser generoso, solidario, colectivo. Los poderosos se quedan con nuestro tiempo, nos exigen que en vez de usarlo para mejorar nuestra propia vida o la de quienes queremos, lo usemos en su beneficio (de los poderosos). ¿Darles nuestro tiempo para que dispongan de más horas, minutos y segundos durante los cuales pensar cómo pueden dañarnos?

Y lo dicen al tiempo que renuncian a sus prepagas, sacan a sus hijos de la escuela privada, gastan prematuramente sus ahorros, se mudan a sitios más incómodos, eligen productos de menor calidad, renuncian a las vacaciones, dejan de ir al cine, de comer afuera, de hacer asaditos, de ir al gimnasio, de tener una plataforma de películas. Y tooodo el tiempo que hubieran dedicado a esas actividades lo "dan" por propia voluntad.

Y aunque en el párrafo anterior me referí a costumbres más frecuentes de la clase media, no es monopólica en esto de dar tiempo. También encontramos en los sectores más humildes quienes repiten, cual karma retuiteado y roto, la frasecita en cuestión.

Será que, como dijimos hace pocos días con Daniel Paz en este mismo diario, están dispuestos a dar tiempo porque ya les han quitado todo lo demás.

Sugiero al lector compañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Otra vez en la vía”, parodia actualizada de aquel hit de Francis Smith: