A través de un género epistolar de intensa riqueza se debaten las tácticas de la resistencia peronista frente a aquella muy adversa circunstancia donde Perón prefiere kilombificar al país promoviendo todo tipo de disturbios, junto a otras actitudes mucho menos beligerantes. Hernán Benítez y Arturo Jauretche le recriminan por ejemplo acicatear desde el llano y el exilio lo que no aplicó contando aun con el manejo del aparato del estado y la fidelidad de buena parte del ejército, y junto con Raúl Scalabrini Ortiz exploran una vía civilista y electoral que recala en el creciente predicamento de Arturo Frondizi.

Pues bien, en ese candente intercambio epistolar la palabra “Caudillo” desaparece, siendo reemplazadas por otras también potentes pero sintomáticamente distintas: “Jefe” o “General”. Inflexión que por cierto delata el paso del nacionalismo con pizcas de culturalismo de 1947 a la frontalidad de un combate político donde el valor del liderazgo queda emparentado con su capacidad para leer con perspicacia cómo ubicarse en ese instante dramático del país.

El vínculo entre Cooke y Perón conoce sin dudas un antes y un después, y esto acontece tras el triunfo de la revolución cubana en 1959. Entusiasmado con las enseñanzas guevaristas, Cooke plantea que el retorno al Frente Nacional del 45 es ya inviable, pues tanto la iglesia como la burguesía y las Fuerzas Armadas cuando llegaba el momento de radicalizar las conquistas sociales  defeccionaron a favor de la presión destituyente del bloque oligárquico-imperialista.

Por lo tanto el peronismo debía abandonar sus ambivalencias ideológicas y sus compromisos con dirigentes vacilantes cuando no cómplices del sistema capitalista, y construir una organización sustentada en el perfeccionamiento de lo que en la época solía mencionarse como “teoría revolucionaria”.

Cooke intenta persuadir a Perón de su punto de vista pero ciertamente no lo consigue. El jefe exilado prefiere un dispositivo amplio que incluya diversidades, a sabiendas de que la fuerza y el poder del enemigo exigen aglutinar consensos tras el objetivo común de la liberación nacional. El trato no deja de ser cordial pero paulatinamente encalla en el mutuo silencio.

En 1966 las cartas se interrumpen y Perón ya no será para Cooke ni Caudillo ni jefe sino un Mito. Trascendencia simbólica de una figura que despierta robustas esperanzas en el proletariado, aun cuando sus imprecisiones programáticas requieran ahora de una vanguardia dispuesta a progresivamente sustituirlo. El general continúa siendo un personaje excepcional, pero ya no la garantía de una revolución que deberá embeberse de algún tipo de marxismo. Alimento legendario pero limitado de un pueblo que no obstante solo está dispuesto a movilizarse cuando se invoca su egregio nombre.

Perón, es clave mencionarlo, también se consideraba un hombre excepcional, sólo que despreciando para sí el rótulo de caudillo. Es llamativo este punto pues, como a toda la tradición liberal argentina ese personaje que se inmortaliza en el Facundo le parece deplorable. Al caudillo lo considera una forma degradada de la representación política, en la medida que supone el inconveniente aprovechamiento de una masa desorganizada y sin doctrina. Asimismo, el mero “político” es o bien aquel que solo aplica tácticas en algún frente específico de lucha o bien el que fracciona neciamente la voluntad nacional de transformación atrincherado en un ilegítimo interés sectorial.

El modelo que lo atrae es el del Conductor, que es quien logra que la masa amorfa devenga pueblo organizado guiada además por una ideología que surge de su exclusivo proceso histórico. En su fundamental texto “Conducción política” transitan sus reflexiones sobre el asunto, pues frente a un auditorio de dirigentes, el entonces Presidente despliega sus dotes pedagógicas discurriendo acerca de si la Conducción es un arte o una ciencia, y si la capacidad para su triunfante ejercicio es innata o puede aprenderse.

Sobre la cuestión va y viene pero en cualquier caso siempre queda abrazado a la idea de excepcionalidad y de destino: ya que todos los grandes proyectos de liberación en la modernidad han encontrado un talento especial de aquel que concitó en su empresa un perseverante fervor de multitudes. Gandhi, Mao, de Gaulle, Nasser, Tito o Perón, hay uno solo.

Del prólogo de Perón: una filosofía política