Quizás fueron las bondiolas, milagrosamente a punto aunque la escala de la demanda se midiera en miles. O el olor de la leña, porque los uruguayos no usan carbón. O la diversidad. “La explotación no tiene perdón”, decía la remera negra de un brasileño. Se abrazaban guatemaltecas mayas con argentinas de las dos CTA. Los cubanos escuchaban atentos a un tipo de Quebec. Uruguayos como el omnipresente Alvaro Padrón y los dirigentes de la central PIT-CNT dialogaban con Luiz Dulci, el ex secretario general de la Presidencia de Lula que, también omnipresente, dirige el Instituto Futuro “Marco Aurélio García”. 

Lo cierto es que el Encuentro Continental por la Democracia y contra el Neoliberalismo de Montevideo logró algo que en estos tiempos parece un milagro. El resultado fue doble. Los derrotados eludieron la queja y la autoconmiseración. Quienes están al frente del Estado (por ejemplo cubanos, uruguayos, bolivianos) esquivaron el exitismo.  

¿Cuál es la clave del milagro? Tal vez la necesidad de explicar. Cuando la delegación de un país se encuentra con otra no puede manejarse con sobreentendidos. Tiene que contar, responder preguntas, dar detalles. Y ésos son ingredientes esenciales del análisis crítico. Que, entonces vuelve como en espejo: quien acaba de hablar detectó la debilidad de su propia inconsistencia y descubrió, gracias al otro, una nueva agenda de temas para pensar. Lo mismo pasa entre delegaciones de un mismo país. Conversar en el extranjero, así sea en un ambiente tan familiar como el uruguayo, relaja las defensas y baja los prejuicios. 

En el mano a mano del Parque Batlle o en alguna mesa del Café Brasileiro, donde se sentaba Eduardo Galeano como en su casa, quedaron de lado las boberías sobre la clase media, que a veces es vista no solo como un sector homogéneo, lo cual ya revela ignorancia, sino como la génesis de todos los males. Y, con las boberías al margen, asomó el verdadero debate, que increíblemente es el mismo para uruguayos, argentinos, brasileños o paraguayos. ¿Cómo conservar la articulación entre los sectores más pobres y los trabajadores? ¿Cómo mantener o recuperar el vínculo entre ellos y la clase media empobrecida? ¿De qué modo hablar de política con metalúrgicos que no usan mameluco sino la ropa casual de Silicon Valley? ¿Qué hizo mal el kirchnerismo para que un docente votase por Cambiemos en 2015 y en 2017? ¿Qué hizo mal el Partido de los Trabajadores para que envejeciera su base de apoyo? ¿Cómo discutir con alguien en el plano de las aspiraciones sin que parezca que la discusión misma es humillante y tiene aires de superioridad? ¿Cómo fundamentar la necesidad de políticas sociales a trabajadores o jubilados que solo se sienten orgullosos de su propio esfuerzo?

Es difícil que la magia de la bondiolita garantice todas las respuestas. Pero no es poco que despierte preguntas.

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