El Senado de Estados Unidos aprobó ayer la reforma fiscal impulsada por el presidente Donald Trump, que supone la mayor rebaja de impuestos de los últimos 30 años, pero también un aumento importante del déficit presupuestario. La aprobación fue celebrada con euforia por Trump, quien en su cuenta de Twitter no dudó en calificarse como “imbatible” para las próximas elecciones, dado el carácter de beneficio masivo para la sociedad que significa una rebaja de impuestos. “Seré imbatible en las próximas elecciones”, afirmó, y subrayó que no haber votado el recorte de impuestos le “costará caro” a los demócratas en las presidenciales venideras.

Al cabo de una sesión maratónica, la cámara alta aprobó su versión con 51 votos a favor, todos de senadores republicanos, y 49 en contra. El senador Bob Corker fue el único republicano que se opuso al proyecto.

Trump dice que el recorte de impuestos beneficiará a la clase media sobre todo y permitirá estimular la economía, aunque el equipo independiente de técnicos del Congreso advirtió que la reforma beneficiará a las grandes fortunas y perjudicará a aquellos con ingresos medios o bajos.

La votación empezó esta madrugada tras unas 10 horas de debate y cuatro de votación de enmiendas. La aprobación de la reforma fiscal acerca a Trump a su primer gran triunfo legislativo después del sonado fiasco que supuso en verano la fallida derogación de la ley sanitaria conocida como Obamacare.

“Estamos un paso más cerca de lograr recortes de impuestos MASIVOS para las familias trabajadoras de todo Estados Unidos”, celebró el presidente republicano, también en su cuenta de Twitter. “Estoy ansioso por firmar la ley definitiva antes de Navidad”, prosiguió Trump, luego de agradecer al líder de la bancada republicana, el senador Mitch McConnell, y al senador Orrin Hatch, presidente de la Comisión de Finanzas de la cámara alta.

Los líderes republicanos en el Senado deberán conciliar ahora el texto aprobado con sus colegas de la Cámara de Representantes, que tienen su propia versión con algunas diferencias, antes de que Trump pueda promulgar su ansiada reforma fiscal. La ley que salga del proceso de negociación deberá someterse de nuevo a votación en ambas cámaras.

La ambiciosa reforma fiscal que promueve Trump implica un aumento del déficit presupuestario de 1,5 billones de dólares en la próxima década que él considera fundamental para revitalizar la actividad económica y acelerar el crecimiento anual del país por encima del tres por ciento. El eje de la propuesta republicana es una reducción impositiva a las empresas del 35 al 20 por ciento que el Senado prevé para 2019 y la cámara baja pretende inmediata.

Esta semana, la Oficina de Presupuesto del Congreso, un ente técnico apartidario que se dedica a analizar las consecuencias fiscales y económicas de los proyectos de ley, advirtió que la reforma impositiva perjudicará a los más pobres y beneficiará a los que ganan más de 100.000 dólares anuales. En un informe, la oficina concluyó que para 2019 los estadounidenses que ganan menos de 30.000 dólares anuales perderán ingresos, mientras que para 2021, los que ganan más de 40.000 por año, también se verán afectados por esta reforma y, en 2027, se sumarán los que tienen ingresos de hasta 75.000 dólares. Por el contrario, resumió la oficina, los que ganan entre 100.000 y 500.000 dólares por año y los millonarios serán los grandes ganadores con esta reforma en el corto, mediano y largo plazo.

Con su aprobación en el Cámara, la anunciada rebaja fiscal de Trump se convertía en la primera gran propuesta legislativa que logra sacar adelante en casi un año en la Casa Blanca en el que prácticamente ha gobernado por decreto. Lo desesperadamente que Trump y su partido necesitaban esta victoria quedó en evidencia en la forma en que se logró sacar adelante este borrador de ley, cargado de reformas de amplio alcance tanto para los ciudadanos como para las finanzas públicas del país.

Fue necesario hacer cambios casi hasta el último minuto para poder convencer a los senadores reticentes a la reforma dentro de las propias filas republicanas. Al final, un montón de papel con regulaciones confusas que prácticamente nadie leyó entero: una concesión para la senadora Susan

Collins de Maine, otra para Ron Johnson de Wisconsin y otra más Steve Daines de Montana.

También, complejas reglas de aritmética para poder recaudar el billón de dólares que se espera aumente el déficit público en la próxima década. Porque con ello, los republicanos se despidieron también definitivamente de una de sus reglas de oro, la disciplina presupuestaria, a cambio de beneficios para empresas y para ricos.

Al final quedó claro que lo único importante era aprobar la reforma fiscal, cualquiera que ésta fuera. “Fracasar aquí simplemente no era una opción”, resumía el senador republicano Lindsey Graham. Tras el fracaso de los esfuerzos de acabar con el “Obamacare”, la reforma sanitaria de Barack Obama, no lograr sacar adelante el proyecto fiscal habría sido “nuestro fin como partido”, aseguraba. Y así pareció constatarlo también Trump, que volvió a echar mano de Twitter para alabar los “mayores recortes de impuestos de la historia de Estados Unidos”. “Algo bonito” crecerá de esta reforma, prometía después ante los periodistas antes de partir a Nueva York.

Sin embargo, sus declaraciones siguieron a horas de silencio en la red, en los que probablemente contenía la respiración sobre lo que ocurría en el Senado. Y también tras un día de horror para el partido después de que su ex asesor de seguridad nacional Michael Flynn admitiera que mintió al FBI sobre sus contactos con Rusia durante la campaña electoral.