Su voz, su acento bien educado, la belleza andrógina, todo es parte de una herencia de aristocracia del arte y el intelecto. Bella Freud, bisnieta de Sigmund Freud, es hija del legendario pintor británico nacido en Alemania, Lucien Freud. Un hombre devorador, un artista de la carne, rey del desnudo y el realismo maximalista con sus pinturas de gran formato que eran reflejo de una personalidad imperial. Freud tuvo catorce hijos y muchas parejas, como la heredera de Guinness Lady Caroline Blackwood o la pintora Celia Paul. Uno de sus grandes amores fue Bernadine Coverley, con quien nunca se casó. Bernardine era hippie, bohemia, vegetariana, inquieta: crió entre Marruecos y Gran Bretaña a sus dos hijas, Esther y Bella. Esther es la autora de Hideous Kinky, una novela semi-autobiográfica sobre su infancia poco convencional –cuando se adaptó a cine en 1988, fue uno de los grandes protagónicos de Kate Winslet antes de Titanic–. Bella creció cercana, en lo posible, a su padre. Cabalgaba con él, lo esperaba en la casa de campo, hasta posó para él: una de las razones por las que rara vez cambió su aspecto, el pelo largo, la silueta delgada, fue porque Lucien la necesitaba para las pinturas. Distante de su madre, atacó Londres muy pronto, y fue una it girl sin dinero pero con el encanto de su apellido y su rareza. A los 21, se enamoró de Dado Ruspoli, un decadente príncipe romano treinta años mayor que ella. Se mudó a Italia con él e ingresó en la Academia di Moda a estudiar. El romance no duró mucho, pero la moda se convirtió en su vida. Trabajó como asistente de Vivienne Westwood, se hizo amiga íntima de Susie Bick –la esposa de Nick Cavey en 1990 fundó su marca. Es sastre, diseñadora de perfumes, viste Cave y también a Zadie Smith, Juliette Lewis y Kate Moss; produjo tres películas dirigidas por John Malcovich y editó una revista –Memo– con Anita Pallenberg. Su padre diseñó el logo de su marca y ella suele decir que su identidad visual está muy influenciada por Lucien, sus trajes, sus camisas hechas a mano y su ropa salpicada de pintura, con palabras escritas. Bella Freud tiene su propia boutique en Londres pero no presenta sus colecciones en pasarela: lo hace en películas que produce o dirige.

El año pasado lanzó su podcast y serie de entrevistas Fashion Neurosis, que irónicamente mezcla la herencia de su bisabuelo con la moda. La puesta visual es sencilla: el invitado/paciente llama a la puerta, ingresa y se acuesta boca arriba en el diván, con el micrófono sobre la cabeza. Miran al techo, no a ella. Bella se sienta con algunos papeles, pocas preguntas y la convicción de que hablar sobre moda y estilo está lejos de ser una conversación frívola: contar cómo queremos ser vistos, qué nos resulta cómodo, qué nos hace sentir únicos, es hablar de la interioridad. Algunos de sus invitados son del mundo de la moda y otros no, porque ella es de esos personajes misteriosos, capaces de moverse en diferentes mundos, silenciosa e influyente. Su primer invitado fue el diseñador Rick Owens, pero ya pasaron por su diván Karl Ove Knausgaard, Nick Cave, Cristian Louboutin, John Cooper Clarke, Courteney Cox, Cate Blanchett, Gwendoline Christie, Juergen Teller o Bobby Gillespie. Aquí reproducimos algunos de los mejores momentos de sus extraordinarias entrevistas, que se pueden ver enteras en YouTube y Spotify, y que siempre empiezan con la misma pregunta: “¿por qué elegiste esta ropa hoy?”.

Antes de dedicarse a vestir estrellas, Freud trabajo con Vivienne Westwood y Susie Bick, la esposa de Nick Cave. 

ERIC CANTONA

Viste de colores, en homenaje al pop art porque, dice, se cansó del negro, el gris y el azul. Además, cuenta, usó solo azul durante quince años: distintos tonos del mismo color.

“Lo primero que me compré con dinero del fútbol fueron un par de zapatillas Benetton y le dejé el precio, porque quería que todo el mundo supiera que eran caras y mías. No sé por qué decidí jugar con el cuello de la camiseta levantado. En realidad fue una superstición: gané un partido con el Leeds, me levanté el cuello y después tuve que seguir haciéndolo, y al final se transformó en mi marca. Para mí es importante cómo me veo en la cancha, y ese gesto me hacía sentir elegante.

Quizá sea porque crecí con el Ajax y la selección holandesa, que era una escuela de elegancia. Johan Cruyff es el hombre más distinguido que haya pisado un campo de juego. La camiseta naranja era hermosa, y era la primera vez que veíamos color, después de años de blanco y negro. Fue una sorpresa y una iluminación. El naranja es el color de los budistas, un color poderoso”.

KIM GORDON

Viste pantalones de seda, los mismos que usa en su gira, con un collar Agnes B para llamar la atención porque, dice, cuando envejecés te volvés invisible.

“En el escenario siempre fue un desafío usar algo cool y femenino. Encontré la respuesta en los shorts, porque sentía más energía mostrando las piernas. Solía tomar clases de danza moderna y hasta de riguroso ballet. También me gusta el deporte: moverme por el escenario es algo muy físico para mi. Y trato de usar siempre lo mismo. Un vestido rayado que usé mucho con Sonic Youth se hizo cada vez más corto con los meses porque yo transpiraba mucho y lo encogí. Los Stones nunca se cambiaban en giras, su personalidad era la ropa. Con la edad, mi relación con el cuerpo cambió, cada vez me pregunto más qué es apropiado usar. En el escenario puedo darme la oportunidad de jugar: ya no uso shorts por la calle”.

ZADIE SMITH

Llega con un saco rosa porque es su manera de pedirle a la esquiva primavera londinense que llegue.

“Mi obsesión es no ser o parecer ridícula: es una obsesión de las mujeres cuando llegan a los 50. Le pongo mucho más esfuerzo a vestirme de lo que hacía antes. No me maquillo, como mi madre. Ella se vestía para ser el centro de atención, usaba boina, era y es muy chic. Sueño mucho sobre ropa, especialmente cuando tenía treinta años, soñaba despierta y dormida sobre lo que me quería comprar. A esa edad perdí toda mi ropero en un incendio: hasta hoy sueño con ropa hermosa que perdí. Cuando empecé a publicar, en 1999, para que te tomaran en serio en las lecturas tenías que vestirte de negro, y con un saco. Era imposible pensar en una escritora mujer con glamour. Me fui a Italia, y aunque es un país misógino, tienen algo hermoso: allá una mujer nunca es despreciada por vestirse bien, en todos los niveles de la sociedad. No hay cuestiones puritanas en cuanto a las mujeres y la belleza”.

JULIANNE MOORE

Llega de negro, porque el sofá de Freud es color marfil, y no quería usar ropa clara por el contraste.

“Nunca me gustó tener pelo rojo. Siempre quise pelo oscuro. Pero ahora que, como adulta, puedo cambiarlo, no lo hago. Me identifico con algo que no amo: es un conflicto, pero es mi aliado. No tengo ningún problema en cambiar mi físico para un trabajo. Para mí, cómo nos vestimos y qué usamos son significantes de cómo queremos que nos vean, y una forma de comunicar. En Far From Heaven, Todd Haynes escribió el personaje como pelirroja porque lo escribió para mí. Pero le dije ‘no la veo pelirroja: es una americana rubia hegemónica’. Ese personaje está en el centro de una narrativa tradicional, no quería que fuese marginal de ninguna manera. Así que usé peluca. No me cuesta ver a los personajes pero no soy buena para verme a mí misma. Creo que la edad y la experiencia ayudaron a aceptarme: me gusta mi cuerpo, y le estoy agradecida por haber funcionado bien tanto tiempo”.

KATE MOSS

Su ropa está inspirada en Belle de Jour: un vestido corto camisero y zapatos de Vivienne Westwood.

“Empecé a trabajar muy joven, y en seguida me pidieron hacer topless. Me sentía expuesta. Tenía un lunar en la teta izquierda y no quería mostrarlo, lloraba. Los fotógrafos me decían que si no hacía topless, no iban a contratarme para trabajar, que lo superara. Como modelo no se puede ser muy autoconsciente, porque tu cuerpo no es tuyo, sos el sos el recipiente para la imaginación de otros. En la tapa de The Face, uno de mis primeros trabajos, tenía 15 años y estaba en tetas. La revista no se vendía mucho en mi barrio, Croydon, pero yo iba a la escuela y todo el mundo lo sabía. A mi hermano le decían ‘tu hermana está en bolas’, él sufrió más que yo. Los fotógrafos eran amigables, me sentía cómoda en esa sesión. Pero entonces y también en otras sesiones, después, lloré mucho por tener que fotografiarme desnuda. Mucha gente me inspira en términos de look, quizá mas hombres que mujeres: Johnny Thunders, Keith Richards, David Bowie. Y por supuesto Anita Pallenberg. Con ella pasamos noches en mi casa jugando en mi ropero, probando looks. No salíamos. Tenía un gusto increíble y no tenía miedo. Es mi brújula. Siempre que dudo, pienso en qué haría Anita.

MARINA ABRAMOVIC

Llega vestida con ropa negra, de diseñadores serbios. Todo el outfit es regalos, porque hace diez años que no compra ropa.

“Soy hija de partisanos héroes de guerra y mi infancia fue miserable. Eramos una familia militar y todo estaba prohibido. No podía usar algo coqueto o hermoso, debía ser práctico. Para la gente eramos burguesía comunista, creían que éramos privilegiados, pero la realidad era otra. Me sentía fea, monstruosa, no deseada. Los zapatos eran siempre ortopédicos, de cuero socialista: se me escuchaba llegar desde lejos, como un caballo. Mi madre nunca me besaba: le pregunté de adulta por qué y me dijo sorprendida: ‘para no malcriarte’. Me vino bien esta infancia desgraciada, porque no creo que un artista sea bueno si crece feliz. Me hizo una guerrera”.

HANIF KUREISHI

No elige su ropa desde 2022, cuando tuvo un accidente que lesionó su médula espinal y lo dejó en silla de ruedas. Dos cuidadoras lo visten por la mañana.

“Cuando era joven me preocupaba por mi aspecto y me cambiaba de ropa varias veces al día. Desde que mi cuerpo está tan lastimado y diferente, ya no me preocupo. Cuando me veo me siento horrorizado y avergonzado. No quiero ser visto: parezco un escarabajo. Tengo mi cerebro y puedo pensar y escribir, eso me mantiene vivo. Me despierto y ni bien puedo, me pongo a trabajar en mi blog. No quiero abandonar la idea de mi mismo como artista y escritor. Si no, soy sólo un cuerpo roto. Mucha gente que tuvo lesiones como la mía no puede volver a trabajar, pero yo sí y lo necesito, para mi dignidad, para no ser un inútil. Antes no me preocupaba tanto ser útil: ahora quiero comunicarme, ganar dinero para mantener a mi pareja, contribuir. Escribir al borde de la muerte fue un gran descubrimiento. Nunca hay que esperar el momento adecuado, porque no existe”.