Como casi nadie sabe, mi corta carrera deportiva me llevo a desplegar magia y una penosa aptitud física en la liga cañadense. Mi objetivo hoy es emprender viaje por algunos de los pueblos que bordean la ruta 9 e intervienen en la liga para poder descifrar el nombre exacto de ese hombre que los gurises del campo quisieron copiar cada vez que iban a ver jugar al equipo de sus amores.

No es Maradona. No es Messi. Ni Palermo, ni Francescoli. No es Martino ni será Palma. Ni siquiera Bochini fue el espejo deseado de la pibada de la cañadense.

Tortugas

El bondi que se desprendió desde Rosario luego de recorrer 112 kilómetros me suelta tres cuadras dentro del pueblo, como haciéndome una gauchada. Enfrente de la parada, en silencio y con el mate listo me espera uno de los wines más habilidosos que parió el pueblo de Tortugas. Benjamín Leonel “La Pepa” Castillo, goleador, peronista y noble como el quebracho. Luego de un abrazo sentido le pregunto a quién admiraba de pibe. A quién él, agarrado al alambrado, observaba para poder copiar sus movimientos dentro de la cancha.

-Para mi hubo dos que me marcaron. El mas grande de todos fue el Flaco Ramirez, nosotros queríamos ser como él. La 10 en la espalda, habilidoso, sin pinta de jugador, pero un crack. También “El Chano” Besso, quien fuera el gran capitán, pero El Chano era otra cosa, como un gran padre, una autoridad adentro de la cancha, un jugador enorme.

La Pepa saca entusiasmado una foto vieja de la mochila y apunta –ahí los tenés, dos mostros-.

Parpadeo y le contesto que en vez de dos veo como veinte mostros y, en lugar de una cancha de fútbol, el escenario es una pista de baile de algún carnaval donde las mesas están atestadas de botellas de vino. Y veo a El Chano, desfigurado por el alcohol. Benjamín se enoja y me comenta que si yo esperaba una doble página color del diario Olé era un pelotudo, que era un jugador de la liga y que yo tampoco era Victor Hugo Morales, así que -no te hagas el riguroso-.

Intercambiamos anécdotas de momentos compartidos en Ñubels, donde nos hicimos amigos y él se cansó de defender injusticias ajenas y apuntalar a los mas pibes.

Lo apuro para que me alcance hasta Villa Eloisa, club vecino en el que jugó a préstamo. Villa esta como a 20 kilómetros pero atravesado y no hay bondi que llegue. La Pepa accede. Subimos y pone primera en el Renault 12 del 85´ que se compro con 11 años de fútbol.

Villa Eloisa

Este precioso lugar esta casi escondido entre Tortugas y Cañada de Gomez. Estacionamos y siento que bajamos del mismísimo infierno, tomo una bocanada de aire fresco y vuelvo a vivir. La Pepa me avisa que va a buscar agua para el radiador, ya que cree que recalentó un poquito. Estoy a treinta metros de lo que vine a buscar. Cuando entro en la carnicería del Horacio la encuentro colmada de gente.

El Horacio Ivancovich es un jugador polifuncional del club Unión de Villa Eloisa. En el puesto que lo tires juega y te caga a patadas sin discriminar. Lo apodaban el carnicero mucho antes de trabajar en una carnicería.

Apenas termina de atender a una doña que se lleva carne picada, sin que le diga nada me anticipa:

-Me llegó tu mensaje al celular y el nombre que estas buscando es Hugo Marcos Sarich. Nació acá y luego de un par de torneos se fue a River, pasó por Boca y fue a la selección nacional. Todavía guardo recortes de El Gráfico donde aparece. Yo no lo vi jugar, pero mi viejo dice que no había nada igual. Brilló en los años 60´o 70´. Jugaba de 5 y medía 1,79. Jugador completo. Después volvió al pueblo como técnico y tuvo la mala suerte de dirigirme a mí, entró en depresión y lo terminaron putiando, -quiero meter un comentario pero no me deja- cuando salgas cerrame que se me llena de moscas…55-, grita y un brazo asoma por mi hombro con el numerito cantado, entiendo que es hora de irme.

Salgo con lo que fui a buscar. Otro nombre. Otro hombre.

Me acerco al auto y La Pepa esta terminando de descargarle al auto un balde de agua gigante. -Estaba deshidratado el wacho, vamos que te tiro hasta la ruta y seguís camino-.

Llegamos y charlamos un toque mientras cabeceamos a ver si aparece el colectivo. Me comenta que fue papá y que no hay nada que lo aterre e ilusione más en el mundo, que una criatura dependa de su responsabilidad.

El bondi asoma y nos abrazamos con la promesa del asado que no comemos nunca y se apura para decirme casi con culpa, que la próxima le pide la chata al cuñado. -Esta verga (mira el auto) en cualquier momento se prende fuego-.

Correa

En esta comuna viven 6.020 habitantes. Apenas piso su suelo encaro a más de 30 personas. El resultado siempre es el mismo y la síntesis más bella la hace un hombre grande que paro por la calle.

-Pibe, escúchame bien: Dios, en este pueblo, se pronuncia Fabián Marcelo Usero-.

El Flaco es una de las personas mas queridas por los pibes. Jugó en Defensa y Justicia y pasó por tierras colombianas y por Chacarita. Militó en la cañarense hasta los 40 años y verlo daba gusto. Zaguero central, último hombre, sus movimientos parecían de una gacela y tenía brazos finitos. En el último torneo que jugó, allá por el 2006, revoleaba codazos a dos pesos para contrarrestar su falta de velocidad. Dejó de herencia para los más pibes el divertirse lo más que se pueda y el desdramatizar siempre. Yo compartí vestuario con él en Unión de Villa Eloisa y disfrute de sus ocurrencias constantes. Una vez, Argentino de las Parejas nos tuvo 40 minutos pegándonos tiros en los palos y sin poder pasar la mitad de la cancha. Él, aprovechando el descanso de un córner en contra, se me arrimó boqueando sin que le entre aire y me dijo al oído -hay cosas peores, hermano-.

En Correa se lo reivindica no sólo por la elegancia de salir jugando siempre dentro de la cancha, sino por perder como un señor al póker, fuera de ella.

El porvenir de San Jerónimo

Última parada y deseo caminar sin toparme con la cancha del “Porve”. Doblo en una esquina buscando al Negro, un compañero conocido hace poco con el que compartimos riñas y expectativas por el proyecto nacional. El destino parece que lee la mente y dos cuadras mas adelante veo las torres de luces del estadio.

Me digo que no puedo ser tan cagón, que ese partido pasó hace más de 9 años. Llego hasta el costado de la cancha vacía y el Fantasma de Tapita García, toma carrera y la vuelve a clavar en ese ángulo para dejarnos afuera de la semifinal en el 2004.

Rodolfo Tapita García estaba por dejar el fútbol. Ya la había descosido en Rosario Central y Racing, y estaba de vuelta y sus movimientos eran cada vez mas acotados, pero su zurda no se había olvidado de nada. Ese día iban 85 minutos del segundo tiempo y el 1 a 1 era lo más justo. Tapita en todo el partido había corrido entre 15 y 17 metros y había tocado tres pelotas intrascendentes. No era un peligro real. Aunque sabíamos que un tiro libre podía ser mortal en sus pies. Y así fue. Hubo un tiro libre, tomo dos pasos de carrera y la clavó en el ángulo izquierdo de nuestro arquero, que ni alcanzó a pestañear.

Se me vacía la vista y sacudo la cabeza para seguir camino e ir al encuentro del Negro. Entre mate y mate me cuenta que no hubo otro que haya hecho tanto para el club como el señor Justo Manzana San Juan.

Se toma los dedos y enumera -Campeón como jugador en 1976, como técnico en 1988 y como dirigente en 2004. Falleció hace un mes... No sabés lo que era el velorio, hermano-, remata mientras agacha la cabeza.

La caída del sol me avisa que es la hora y el Negro me alienta a que vuelva cuando quiera.

Espera que me distancie 50 metros y grita para que lo escuche yo y el barrio entero:

-¡¡Te manda saludos Tapita García!!.

Por fuera de esta crónica injusta quedan miles de jugadores más. Nombres que, guardados en un cofre, son pasados de mano en mano y de generación en generación. Personajes encantadores. Caudillos y guerreros. Magos y malabaristas que no necesitaron salir en los grandes medios deportivos para obtener el regalo más precioso al que se puede aspirar. El respeto de los que vienen llegando.