El martes por la madrugada, un integrante del Grupo Halcón, de la Bonaerense, mató a Fabio Exequiel Enrique, de 17 años. No es que el Halcón se presentó de inmediato en la justicia. El caso saltó porque el cuerpo del pibe quedó tirado en la entrada de la villa Los Eucaliptos, de Quilmes Oeste. Al día siguiente, miércoles, el Halcón se lo contó a su jefe y fue a hacer la denuncia a una comisaría. El motivo que argumentó: dos pibes lo quisieron robar cuando lo paró un semáforo. El salió del auto, disparó cinco veces, y en tres ocasiones impactó en el pibe. Uno en la pierna, dos en la espalda.  La historia recién se conoció en los medios a última hora del jueves.

El caso, que horroriza, quedó encerrado en el marco del Modelo Chocobar, que ya sumó el martes a las 14, el tiroteo en el centro porteño y que terminó con una jueza y un escribiente de un juzgado heridos de casualidad en las piernas, y uno de los asaltantes (que para el chocobarismo no cuenta) herido en el pecho.

Probemos sacarlo de ese marco, ponerlo en un hilo de sucesiones y volverlo al marco actual. Tal vez podamos entender el proceso.

Hay varios detalles que permiten tomar esta propuesta. El nombre del policía no fue publicado inmediatamente por los medios. En el marco del homenaje de Macri, cabe preguntarse por qué. Si se trató de una misma representación (un pibe morochito, claramente etiquetado por la policía, sacrificio fácil de una víctima como victimario, lo que habilita a defenderse y matarlo, y recordemos que la bala policial ahora no argumenta legítima defensa porque no le hace falta), ¿por qué no es lo mismo? ¿Por qué el mismo policía ocultó la muerte durante un día en lugar de tratar de promoverse al escenario de los héroes?

Porque el caso de Quilmes entra en la línea de la misma denuncia que Página/12 publicó el 23 de mayo de 2013, bajo el título de “El ejército de las sombras”. En esa nota informé sobre la presentación de Julián Axat, el entonces defensor público del fuero juvenil platense, ante la Suprema Corte sobre el fusilamiento en serie de chicos de entre 11 y 17 años, por parte de policías, civiles armados, y el abandono del Estado. Los casos eran calcados.

¿Quieren saber cómo eran? Iguales a lo declarado por el Halcón que mató a Fabio Enrique, incluso dentro del mismo rango de edades. Todos, y el Halcón, mataron por la espalda, en sitios donde no había otros testigos, con lo que validaron su argumentación: les quisieron robar, uno o dos pibes se les vinieron encima y solo pudieron reaccionar sacando el arma y disparando. En todos los casos, los balazos entraron por la espalda, curiosa manera de ataque de los agresores. En todos los casos, estaban desarmados.

¿Cuál es la diferencia con Chocobar entonces? ¿Por qué el Halcón no quiere mostrarse y demoró, como en aquella serie, la denuncia? Si Chocobar también mató por la espalda.

El caso Chocobar fue casi infraganti, un rapto de desborde policial disparado con los nervios y los reflejos enseñados de que lo primero que hay que hacer es no pensar, es detener para recuperar, cueste lo que cueste, y lo segundo es preocuparse por la víctima del asalto. 

Macri, al invitarlo a la Casa Rosada y felicitarlo, tratarlo como un héroe pese a que no había defendido a nadie, ni siquiera a él mismo, lo que hizo fue fomentar el gatillo fácil como concepto de seguridad. El tiroteo del martes en el centro podría sumarse en esa línea como un éxito en la instalación del modelo.

En el caso del Halcón de Quilmes claramente hay una noción de ilegalidad, igual que en la serie denunciada por Axat. No es nuevo, lo hizo y lo hace la policía con más o menos regularidad. Por lo general son ajustes de cuentas a aquellos pibes rebeldes que se quieren abrir del sistema de robar para la policía y no pueden quedar habilitados como testigos vivos, ni ser mensajeros de pérdida de autoridad. Fijense que el rango de edad, hasta los 17, permite a la policía la detención subterránea sin remisión (aunque está obligada) a un juzgado como un adulto. Son pibes levantables en la calle para amenazarlos, sugerirles la conveniencia de que roben para ellos o deshacerse. El caso de Luciano Arruga es un buen ejemplo. No tengo datos sobre Fabio Enrique pero presumo que por la manera de desenvolverse el caso, está en esa línea.

Al homenajear a Chocobar, Macri autoriza a gatillar en casos de flagrancia. Pero también avisa que no va a perseguir en los casos que están en las sombras. Aquella nota de mayo del 2013, no la podría titular hoy como El ejército de las sombras. Hoy sería más adecuado el título de Terreno fértil.

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