Dieciséis años tardó Duncan Jones en concretar Mute. Es decir, durante cuatro mundiales estuvo rondando en su cabeza la historia de un sujeto negado a hablar con los demás y que busca a su novia en una Berlín futurista. En el ínterin, el director entregó Moon, objeto de culto instantáneo tras su estreno en 2009. Con 8 minutos antes de morir y Warcraft, el británico terminó de posicionarse como un realizador de gran imaginación plantando bandera en la ciencia ficción, los videojuegos y las narrativas de cajas chinas. Jones es un geek confeso, que con sus proyectos de mediano presupuesto logró hacerse un lugar y nombre en la industria del cine. Más allá de su crecimiento profesional, no se anduvo con eufemismos al calificar sus últimos años como “una mierda”. ¿El motivo? La parca se ensañó con su entorno. Junto con la muerte de su padre, David Bowie, sobrevino la partida de Marion Skene, la mujer encargada de su crianza y a la que Jones considera su madre (el film está dedicado a la memoria de ambos). Por si fuera poco, su propia esposa superó un durísimo cáncer. Y en 2016, exactamente a seis meses de la muerte del artista que sacudió al mundo –y su mundo–, Jones se convirtió en padre de un niño al que llamó Stenton David. Ese espíritu trágico, de reconversión del linaje, con la imaginería visual y las temáticas que ya le son afines, se advierten en la película estrenada ayer por Netflix. “Dieciséis años estuvieron a punto de convertirse en una carga para esta idea. Mute evolucionó tan lejos como cuanto podía desde la base del manuscrito, pero yo también cambié en el modo que podía acercarme a ese material”, le confiesa Jones por teléfono a Página/12.

No por nada el comienzo y el final de este thriller romántico están vinculados con el agua. Ese elemento, que representa el ciclo de la vida, determina el andar de Leo Beiler (Alexander Skarsgård de La leyenda de Tarzán). El personaje sufrió de pequeño un accidente en un lago que lo dejó enmudecido y traumatizado. Ya de adulto es un alma analógica en tiempos postdigitales. Criado bajo preceptos amish, tiene como hobbie el dibujo a mano alzada, leer diario de papel y la ebanistería. Además de por su estricto voto de silencio, se lo reconoce por su altura y su infatuación por cierta chica. Se trata de Naadirah (Seyneb Saleh), la enigmática moza de la discoteca donde él se desempeña como barman, y su único lazo humano real. Por eso es que, tras su desaparición, el objetivo del protagonista es saber qué sucedió con ella. El relato se desdobla entre esa pesquisa dramática y el rol de dos excéntricos cirujanos estadounidenses, Cactus (Paul Rudd) y Duck (Justin Theroux) con los que Leo se topa constantemente. La película es, entonces, una deriva por una Berlín modelo 2152. Jones concibió una capital alemana de neón gastado, suciedad, smog y artilugios voladores mezclados con Mercedes Benz. Como toda buena distopía, propone un ambiente enclaustrado y al mismo tiempo reconocible. Es, por otra parte, una urbe militarizada por algún motivo a desentrañar e ideal para personajes viciosos que se mueven en el mercado negro.

Mute, según dijo Jones, es una “secuela espiritual” de su celebrado debut en el cine, acerca de un astronauta perdido en el espacio, en las que mixturó las obsesiones de Philip K. Dick, Stanley Kubrick y de su propio padre. Es por ello que el personaje de Sam Rockwell –reformulación del Major Tom paterno– vuelve a aparecer con unos efímeros pero jugosos cameos. Sin embargo, el vínculo más fuerte entre ambos proyectos es el aura de inquietud existencial. Mientras que el cosmonauta de Moon no podía vincularse con nadie más que su clon, Leo decide relacionarse sólo Naadirah. Otro aspecto de interés es su apuesta estética. Lo que comenzó como un homenaje a Blade Runner derivó para Jones en otra cosa. Según su creador, como el proyecto le demandó tanto tiempo, para él ya tiene vida propia, por lo que el vínculo con la película de Ridley Scott es un tanto superficial a esta altura. Jones es un cinéfilo a conciencia y no tiene problemas en reconocer las influencias en su obra: aquí hay mucho del cine estadounidense de los 70, algo de un clásico mayor como Casablanca, y de soslayo se lidia con asuntos espinosos como la pedofilia. “La estética siempre tuvo que ver con Blade Runner, en el sentido de que quería que se viera a Berlín como una ciudad de ciencia ficción creíble. Quería que se sintiese como un ecosistema que respira por sí mismo. Pero en cuanto a los temas que se tratan y el tono, quería que fuese como un film noir. Hay un período del cine norteamericano muy oscuro, con películas como Hardcore de Paul Schrader, A quemarropa con Lee Marvin y esa vibra particular de M.A.S.H.. En mi opinión, es una de las más grandes comedias de la historia y, a la vez, es muy sombría. Quería que Mute se sintiese como en esas películas”, asegura Jones.

–Dado el tiempo que le demandó el proyecto, ¿cuánto cambió Mute desde su génesis a su versión final?  

–He pensado muchísimo en eso porque, en efecto, cambió un montón. No sólo en el guion y el proyecto, sino también que cambié yo a nivel personal. Originalmente, cuando escribí el guion con Michael (Robert Johnson), era un film de gangsters del tipo británico al estilo Sexy Beast y Layer Cake. Queríamos hacer algo de bajo presupuesto, situado en Londres en el presente. Luego vinieron mis películas, mi fascinación con todo el sci-fi y la idea de colocar esa historia en el mismo mundo de Moon comenzó a seducirme bastante. Especialmente por el personaje de Leo, que no quiere o no puede hablar. Debía encontrar la justificación para ello.      

–¿Cuál es esa justificación? Porque Leo podría haber tenido otra característica en relación a sus sentidos, o mejor dicho la falta del habla. ¿Por qué la decisión de hacerlo mudo? 

–Siempre estuvo en la base del proyecto. Fue una de las inspiraciones. Quizá porque antes de Mute estuve trabajando en un proyecto que resultó muy frustrante. Era un drama en una corte a puertas cerradas y había muchísimo diálogo (se ríe). Era una versión de Doce Hombres en Pugna pero de ciencia ficción. Y luego caí en que era ridículo, había tanta historia contada a través de los diálogos que no estaba funcionando. Así que hablé con un amigo e intentamos escribir un guion sobre la base de que el protagonista no pudiese hablar en absoluto. Ese fue el comienzo. Luego, cuando lo situamos en el universo de ciencia ficción, empezamos a añadirle nuevos componentes. “Tal vez sea mudo por un componente religioso, de ahí proviene su decisión de no hacerse la cirugía para poder hablar”. Ahí vino la relación con el universo amish, el resto fue concatenar todo.   

–Da la sensación de que usted es muy meticuloso con el casting. Los personajes, tanto en el caso de Moon con Sam Rockwell como en Mute, cargan en su interior con el peso de la historia. ¿Cómo fue ese proceso de trabajo con Alexander Skarsgård? 

–Fue una suerte contar con todo el elenco de Mute, porque la elección del protagonista era problemática: tenía que ser alguien con mucha presencia física para que esa parte de la historia de Leo funcionase, porque cada persona que lo conoce debe reaccionar de una manera distinta a su figura. Algunos iban a tener miedo y se iban a sentir intimidados, otros iban a pensar que era un idiota, alguien muy tonto para hablar, otros iban a verlo como un mudo todopoderoso. El aspecto era muy importante, pero a su vez necesitaba un actor con las herramientas que le hiciesen posible darnos una idea completa de lo que piensa y siente sin una pizca de diálogo alrededor. Alexander fue una opción fantástica y estoy muy contento con cómo lo hizo. Lo mismo con los personajes de Cactus y Duck. Son dos personajes importantísimos, porque necesitaba que fuesen inteligentes y graciosos, y es muy difícil hacer algo gracioso si no lo sos. Paul y Justin supieron dar con la esencia de ambos, quizá porque son escritores ellos también, y muy ingeniosos. Pero dieron en el punto con estos dos tipos exuberantes.

–Además son personajes que rompen el molde: parecen ser buenos y no lo son en absoluto; tampoco son antihéroes ni villanos en un sentido clásico.  

–Para nada. No tienen nada de común. La inspiración para ellos dos fue M.A.S.H. de Robert Allman y el dúo que componen Trapper John con Hawkeye. Quería dos personajes así, que fueran muy graciosos e interesantes pero al mismo tiempo algo peligrosos. Hasta malvados, posiblemente. Mi intención era tomar eso y volverlos aún más maliciosos, que a través de la película se fuesen convirtiendo en otra cosa de lo que se ve al comienzo. 

–¿Es verdad que ésta es la segunda parte de una trilogía?

–Si tengo suerte, espero que así sea. Hay una tercera película que escribí tras 8 minutos antes de morir que está pensada en ese sentido. Lo que me gusta es que cada una se sostiene por sí misma y a su vez trabajan en paralelo. No tenés que haber visto Moon para disfrutar Mute, pero para los que vieron Moon hay un bonus extra. Y espero que sea así con la tercera película.

–¿Tendrá la letra Eme en el título?

–(Se ríe) Para eso tendrán que esperar un poco. 

–Quentin Tarantino y Pedro Almodóvar fueron algunos de los realizadores que han lanzado críticas sobre Netflix como un espacio de libertad creativa para los cineastas. Obviamente no es su caso. ¿Por qué?

–Netflix es la única explicación viable para que esta película pueda haberse hecho y ahora verse. La forma en la que ha cambiado el cine tiene mucho que ver con esto. Ahora las productoras hacen películas que necesitan de grandes aperturas, con audiencias globales, y que deben incluir lo que se llama “público de cuatro cuadrantes”: hombres y mujeres jóvenes; hombres y mujeres adultos. Es decir, tiene que gustarle a todos. Y en este sentido, queda muy poco espacio para que se pruebe con proyectos inusuales y originales desde los estudios. Netflix, Apple y Amazon abren esta ventana hacia un nuevo curso donde no hay que tener enormes estrenos porque está el streaming, donde el contenido se puede ver este año o dentro de tres. Eso no afecta al negocio porque lo importante es que la gente encuentre el material y pueda verlo. Y si lo hace, trabajo resuelto. Por eso Netflix es una oportunidad única para nosotros. Mute no es una película “obvia”, creo que se vería genial en una sala, pero no puede ser tal como se distribuyen y estrenan las películas ahora. Ansío a que funcione como un thriller de los 70 donde la gente iba descubriendo el rollo lentamente. Y así, de a poco se va corriendo la voz.

–En su primera película cumplía un rol fundamental el viaje por el espacio, había preguntas sobre la mutación y el paso del tiempo. Esta película transcurre en Berlín. Son todos elementos fuertemente asociados a la obra de su padre. ¿Puede pensarse toda la película como un homenaje a David Bowie?

–Diría que sí. Hay un montón de aspectos y homenajes personales, de modo que esta película interactúa con la obra de mi viejo. Cualquiera que conozca su trabajo va a reconocer esos focos a los que apunto. Está ahí porque obviamente significó un montón para mí y me ayudó a ser quien soy. Así que se siente bien y justo hacerlo. La ciudad también significa un montón para mí porque cuando papá estaba trabajando en sus discos yo también estaba con él. Tuve una perspectiva distinta de la ciudad pero también ejerció una influencia sobre mí.