El hincha de fútbol, en particular el argentino, es especial. Creativo. Algo ególatra. Muy porfiado. Si se plantea alguna misión, seguramente la cumpla: sus límites no están determinados por el sentido común ni el espíritu deportivo. Por ejemplo, puede suceder que los fanáticos pispean el fixture y detectan que su clásico rival, que está a punto de salir campeón, tendrá que visitar su estadio en las últimas fechas, ya seguramente consagrado. Y entonces alguien dice: “No nos pueden dar la vuelta olímpica en nuestra cancha, hay que impedirlo, hacer algo”. Y ese “algo”, sin que implique violencia, ocurre. Ese “algo” ocurrió.

A su vez hay historias que se conservan en la tradición oral, el boca a boca. Que no están respaldadas por imágenes fílmicas ni por ninguno de los diarios que anidan en las hemerotecas, pero sí por el recuerdo de los hinchas más veteranos y, a lo sumo, por una foto que resiste en papel ajado. Suenan a leyendas tan disparatas que, como Tomás el Apóstol, necesitan ser vistas para ser creídas. Lo fantástico del caso de los hinchas que querían impedir la vuelta olímpica ajena en su cancha es que cuenta con un fanático/historiador que no sólo recuerda el hecho paso a paso, sino que además aporta la evidencia fotográfica que comprueba una picardía que, de otra manera, solo habría sido aceptada como mito urbano.

Este año se cumplirán 45 años del único título de Liga que Huracán ganó en el profesionalismo. Aunque el equipo que disparó a Cesar Luis Menotti a la selección argentina no haya marcado una hegemonía, la memoria popular lo rescata como uno de los mejores de las últimas décadas: la sociedad entre Miguel Ángel Brindisi y Carlos Babington, la fiereza de Alfio Basile y Nelson Chabay, la frescura de René Houseman, el talante de Jorge Carrascosa, el gol de Roque Avallay, el espíritu ofensivo de todos, el sumun de “La Nuestra”. Hasta las hinchadas rivales, entre resignadas y asombradas, aplaudían al Huracán del 73, como la de Rosario Central, después de que su equipo fuera goleado 5 a 0 en Arroyito. No es necesario ser un historiador para saber que Huracán se consagró campeón algunas fechas antes de que terminara el Metropolitano, exactamente dos, pero el detalle (muy) poco conocido es que, de ese par de partidos que le faltaban, uno, el siguiente, debía ser como visitante contra San Lorenzo en el Viejo Gasómetro. Y entonces ocurrió la travesura, o como quiera caratularse. Aquel “no nos pueden dar la vuelta olímpica en nuestra cancha, hay que impedirlo, hacer algo” se concretó.

El encargado de reconstruir la diablura es Adolfo Res, historiador de San Lorenzo y propulsor principal, mesiánico, del regreso de su club a Boedo, quien incluso aporta un dato de la prehistoria de cómo sus compañeros de tribuna, por entonces mayores que él, comenzaban a desesperarse ante la inminente consagración de Huracán, el líder del Metropolitano. “Varias fechas antes –dice Res-, los muchachos estaban analizando la situación. Decidieron que algo había que hacer y entonces, en un partido contra Boca, en agosto, sin mediar ninguna acción dudosa, empezaron a tirar botellas a la cancha. Nadie entendía nada, pero el objetivo era que suspendieran la cancha por incidentes, y eso fue lo que pasó. Contra Colón y Vélez, San Lorenzo jugó de local en la cancha de Atlanta”.

La crónica del diario Clarín de aquel San Lorenzo 2-Boca 3 confirma en sus últimas líneas esa descolgada, inexplicable, agresión de los hinchas de San Lorenzo: “En un partido que también tuvo 10 minutos de suspensión por los proyectiles que arrojaron los inadaptados de siempre”, escribió Juan De Biase, una leyenda del periodismo deportivo gráfico. Pero el cálculo les salió mal a los hinchas de San Lorenzo: entre que el clásico rival ganó el título antes de tiempo y que el Gasómetro fue suspendido menos fechas de lo previsto, Huracán se consagró campeón en la 32ª fecha, contra Gimnasia en Parque de los Patricios, justo en el partido previo a que San Lorenzo lo recibiera en su ya rehabilitado estadio.

La situación, curiosamente, había sido inversa el año anterior. San Lorenzo se aseguró el Metropolitano 1972 en la 30ª fecha y a la siguiente debía visitar Patricios de los Patricios. Fue un partido histórico para los dos: mientras Huracán lo bailó y lo goleó 3 a 0, el campeón dio la vuelta olímpica en la cancha de su histórico rival, uno de los activos más simbólicos para los hinchas de cualquier club. Una especie de conquista metafórica que, para que se cumpla, necesita el espíritu deportivo y la gallardía del equipo anfitrión. Y la gente de Huracán lo tuvo. Pero como el fútbol suele convertirse en un búmeran en el momento más inesperado, el equipo de Menotti se puso la servilleta al cuello para invertir la situación en 1973. Acababa de consagrarse campeón y debía jugar en un Gasómetro libre de sanciones. La gente de San Lorenzo ya no tenía partidos en el medio para que pudiera repetir los sigilosos incidentes cometidos ante Boca, de cuyo motivo nadie había sospechado, que generaran una nueva suspensión. Y entonces, en la desesperación, surgió la vuelta de tuerca de una hinchada a la que siempre le sobró ingenio, aún contrarreloj.

Si fuese por los diarios de la época, la historia sería incomprobable. “San Lorenzo y Huracán se enfrentarán hoy en Vélez”, anuncia La Nación del 21 de septiembre de 1973, aunque sin explicar el motivo de la repentina modificación de escenario. “Huracán estrena el título con San Lorenzo”, titula Clarín, que solamente en su clásica sección de entonces, “equipos-canchas y jueces”, puntualiza que el partido se jugaría en Liniers. “El campeón ante clásico rival”, sintetiza, aséptico, La Razón. Las crónicas del día siguiente, además de informar que San Lorenzo había ganado 1 a 0 (“San Lorenzo apagó el festejo de Huracán”, tituló Clarín, “Amargura del campeón”, publicó La Razón), detallan con textos y fotos que Huracán dio la vuelta olímpica y disparó, naturalmente, la celebración de su gente, e incluso la doble celebración: dar la vuelta “en la cara” del máximo rival es un plus. Ya eran tiempos picantes, siempre lo fueron. “Cuando Huracán dio la vuelta antes del partido, los jugadores de San Lorenzo los ignoraron. Según se recuerda sucedió a la inversa cuando los de Boedo ganaron el Metro 72 y fueron a Parque Patricios”, publicó La Razón. Pero si el partido se jugó en Vélez, y no en Boedo, fue porque los hinchas de San Lorenzo habían decidido evitar a toda costa –aunque sin violencia- que el festejo rival sumara un tercer ingrediente: que esa vuelta olímpica no sólo fuera en su “cara”, sino también en su cancha.

Y aquí entra a jugar la evidencia que aporta Res desde su archivo personal. Se trata de la tapa de la revista partidaria de San Lorenzo, “El Ciclón”, que dividió su portada de aquella semana, la del 24 de septiembre de 1973, en dos fotos: a la del festejo del triunfo, bajo el título “Ahora, a llorar a Pompeya”, le agrega una imagen extrafutbolística, de siete tipos con cuatro palas contra el piso, como de sepultureros o jardineros en medio de una cancha con las tribunas vacías, y un título que resuelve la cuestión: “La vuelta, aquí no”. En claro: los hinchas de San Lorenzo decidieron romper parte de su propia cancha para evitar que Huracán diera la vuelta olímpica en el Gasómetro. Res termina de explicarlo 45 años después: “Lo que pasó fue que los muchachos levantaron panes de césped de la cancha, cerca del área, y escondieron un arco, con lo cual San Lorenzo avisó a la AFA que había problemas con el escenario. Así se pasó a Vélez y ganamos 1 a 0 con gol del Sapo Villar. Lógicamente hubo complicidad dirigencial”.

En su afanosa búsqueda de material, Res encontró además una suerte de confesión del entonces presidente de San Lorenzo, Osvaldo Valiño. En la clásica sección “Dialoguitos” del diario La Razón, al dirigente le preguntaron “¿Cómo es eso que usted no quería que Huracán diera la vuelta olímpica en avenida La Plata?”, a lo que Valiño respondió: “No. Simplemente no quería que los de Huracán después de perder contra nosotros se quedaran dos días en el estadio. ¿Cómo los saca uno?”. Según se desprende de la crónica de La Razón, San Lorenzo argumentó “reparación en su field”. Pero otra sección típica de la época, el ABC del Chimento, de la revista El Gráfico, desnudó el trasfondo a las pocas semanas: “‘Chacarita está jugando muy mal en el Metro y para no soportar las críticas de sus socios aprovechó para realizar arreglos en su cancha. San Lorenzo también aprendió el verso y para que sus tradicionales vecinos de Huracán no den la vuelta olímpica en el Gasómetro, levantó los panes de césped –dicen- para renovarlos’, conjeturaban Minguito y Pascual sobre la astucia de algunos dirigentes”. En un artículo escrito en 2015 en “Volveavenidalaplata.com.ar”, titulado “La vuelta olímpica frustrada por la hinchada del Ciclón”, Res se jacta sobre el Viejo Gasómetro: “Templo donde nadie en sus 63 años de vida nos pudo dar una vuelta olímpica en nuestra cara”.

Aquel partido del 21 de septiembre de 1973, inolvidable para la gente de Huracán y a su vez también para la de San Lorenzo, debió haber sido muy divertido incluso para los neutrales. “Lo mejor –escribió otro prestigioso periodista de la época, Juvenal, en El Gráfico-: la vuelta olímpica y algunos cantitos de la tribuna, intencionados y de ingenio limpio”. La revista “El Ciclón” transcribió alguno de esos cantos, aunque por supuesto solo los de su hinchada: “Los quemeros están calientes, están calientes de verdad, porque saben que la vuelta, en Boedo no la dan”, “Ay Huracán la risa que me da, no vas a dar la vuelta en la cancha de papá”, o con la música de Palito Ortega, “Ay ay ay, qué risa que me da, si quieran dar la vuelta que vayan al Italpark”. La gente de San Lorenzo también aprovechó para paliar la reciente consagración de su rival con un grito, “Vea vea vea, que cuadro más barato, 45 años sin ganar un campeonato”, que implícitamente le reconoce a Huracán anteriores títulos de Liga: la última había sido la de 1928, o sea 45 años atrás, en el amateurismo.

Motivados o no por la treta de la gente de San Lorenzo, algunos hinchas de River intentarían una maniobra similar en su estadio, tres años después. Fue en 1976, cuando Boca estaba a punto de salir campeón del Metropolitano en el Monumental, en un partido contra Unión. En la madrugada previa, hinchas de River sacaron un arco de su cancha, lo tiraron al foso y removieron el césped, aunque la dirigencia del club no fue cómplice de sus hinchas y arregló el estadio para que Boca pudiera jugar y festejar en cancha ajena. “Entiendo que se trata de una protesta para que el partido entre Boca y Unión no se juegue en Núñez, pero los daños fueron menores y ya están reparadas. Las áreas están poceadas, pero no muy profundamente”, dijo el vicepresidente de River, Plinio Garibaldi, en un artículo de La Nación titulado “Desconocidos intentaron dañar la cancha de River”.

Es curioso: Huracán-San Lorenzo jugarán el próximo domingo la 161ª edición, en el profesionalismo, del más porteño de los clásicos. Pero el partido más original de todos ellos no se jugó en Boedo ni en Parque de los Patricios, sino en Liniers. El hincha de fútbol, en especial el argentino, es especial.