La ceremonia N° 90 de los premios Oscar se avecina con las cargas habituales: potencialmente tediosa, tensa en cuestiones raciales –la confusión del año pasado entre Moonlighting y La La Land reveló que ese teatro era una olla a presión– y este año agitada en temas de género después de la bomba Weinstein, #MeToo y la ausencia ya anunciada del ganador a Mejor Actor del año pasado, Casey Affleck (por Manchester junto al mar) que decidió ausentarse porque hace años se lo acusó de abuso, hizo un arreglo económico con las denunciantes y su presencia podía resultar una provocación o un innecesario escándalo.

Pero además de ser un escenario político, los Oscar 90 se vienen con un poco de historia del cine. Entre las nominadas a Mejor Película está Déjame salir (Get Out), opera prima de Jordan Peele, una película de terror totalmente encuadrada en el género. Se ha dicho que es la primera en alcanzar esa posición pero no es verdad: la primera fue El exorcista (1970) y también llegó ahí Sexto sentido (algunos incluirán El silencio de los inocentes pero digamos que es un policial terrorífico sin elemento sobrenatural: un thriller). El caso de Déjame salir de todos modos es especial: la película es también una lúcida y radical comedia negra y tiene los elementos del terror más pochoclero: ultraviolencia, posesión de cuerpos, una resolución demencial, chistes brutales. Déjame salir satiriza el racismo en Estados Unidos y lo hace en este momento, el de #BlackLivesMatter y los abusos criminales de la policía contra los ciudadanos afroamericanos. Chris es un joven negro que tiene una novia blanca y hermosa, Rose. Ella quiere que conozca a su familia. Él tiene reparos: ella es de clase media alta y aunque asegura que todos sus parientes son progres, Chris sabe que la experiencia puede ser incómoda. Los padres resultan votantes de Obama, liberales exagerados. Pero tienen empleados domésticos negros que recuerdan demasiado a los esclavos “de casa” del Sur. Y son raros, dicen cosas raras, tienen la mirada perdida y hábitos peculiares. Chris empieza a tener dudas. Y cuando las confirma, debe huir. Lo que está en el fondo de Déjame salir es la esclavitud, la propiedad del cuerpo negro. Y también sus resonancias hoy con los intentos de disciplinarlo y la dificultad de respetarlo: de realmente considerarlo libre. Lo que subyace a Déjame salir es muy oscuro y muy brutal pero al verla uno se la pasa saltando del asiento y riéndose. Se acaba de reestrenar en Argentina y está en cines ahora. En Estados Unidos es un fenómeno impresionante: con un presupuesto de 4 millones de dólares, recaudó 150 y la cifra sube. 

Es posible que Déjame salir haya llegado al podio de Mejor Película por cuestiones políticas y no porque la percepción sobre las películas de terror haya cambiado. El exorcista es una obra maestra indiscutible, inteligencia pura para mostrar la colisión de ciencia y fe; además da un miedo primal, insoportable, incluso con el vómito verde. Sexto sentido es una película-truco, pero es un gran truco y la actuación del niño actor Haley Joel Osment es inolvidable. Pero el género sigue postergado, como lo demuestra la escueta cifra de tres películas en 90 años. Las películas de terror no suelen tener la ambición del prestigio, por un lado; por otro, cuando son extraordinarias, no se las suele tener en cuenta porque el entretenimiento popular, con sus subrayados, es puesto en el anaquel de lo poco serio o pueril. Sin embargo, las películas de terror vienen metiendo el dedo en el horror social hace muchísimo tiempo, lo que Stephen King llama el “factor de presión fóbica” de una sociedad y que, si no acompaña al espectro o al asesino enmascarado no es capaz de darnos miedo ni de revelarnos los horrores cotidianos. El resplandor (1980, de Stanley Kubrick) es una de las mejores películas sobre la violencia doméstica que se hayan filmado, si no la mejor: la frustración y el desprecio por su mujer de Jack, el aislamiento de la familia, la esposa atrapada que hace lo posible por salvar al hijo, todo eso es tan terrorífico como los fantasmas del hotel Overlook que, además, está habitado por las víctimas de otro femicida, el anterior cuidador. El resplandor no ganó ningún premio, nada, apenas una nominación a mejor película de terror en los Saturn Awards, dedicados al género (y perdió en su categoría): en un gesto de misoginia incomprensible, Shelley Duvall, la desesperada y sumisa esposa de Jack, ganó el premio Razzie a Peor Actriz, algo así como el Oscar negativo. Let The Right One In (Déjame entrar, 2008, de Thomas Alfredson), película sueca de vampiros y niños es una hermosa y devastadora exploración del bullying y el abuso sexual infantil que gracias a la protección del género permite enfrentar el desasosiego de la soledad de los chjcos (y los grandes), los monoblocs helados, el derrumbe del estado de bienestar no sólo en Suecia: habla de la imposibilidad de una protección comunitaria en el capitalismo actual. En los festivales le fue bastante bien, pero no cruzó la barrera de los Goya y los BAFTA. Se merecía tantísimo más. Al menos El bebé de Rosemary (1968), esa mirada adelantada a su época sobre el horror de la maternidad de Roman Polanski le dio un Oscar a la vecina satánica Ruth Gordon. The Witch, 2015, de Robert Eggers, con su exquisita cinematografía y reconstrucción de época tampoco salió de los premios “medianos”, aunque la adolescente que se libera de todos los mandatos con su poder femenino es un tema en total sintonía con la época, solo que ocurre en 1630, lo que remarca la atemporalidad de su viaje rebelde.

Hay pocas cosas más serias que los fantasmas: son traumas que vuelven, espíritus de cuerpos que necesitan justicia, de cuerpos que fueron violentados y desaparecidos. Las brujas representan un poder silenciado y latente, siempre ahogado. No sabemos cómo evitar ni cómo dominar la violencia de un chico de Miami que abre fuego sobre una escuela o la de un policía que obliga a un adolescente a nadar en el agua negra del Riachuelo. No sabemos cómo llamar a los cuerpos sin cabeza que las bandas narco cuelgan de puentes en puestas que tienen algo de arte macabro. De este material está hecha la celebrada Déjame entrar. Probablemente no gane el Oscar a mejor película pero que esté nominada es un alivio, un voto de confianza en el poder la ficción.