CIENCIA › MARIA FERNANDA CERIANI, BIOLOGA

Historias de cronopios, famas y mosquitas

Desde las bacterias más ignotas al ser humano más conocido, todos los organismos vivos de este planeta comparten el mismo tirano mecanismo: un reloj biológico interno que regula actividades fisiológicas tan cruciales como la temperatura corporal, la secreción hormonal y los ciclos de sueño y vigilia.

 Por Federico Kukso

En Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj, un texto tan corto como majestuoso, Julio Cortázar traza un mapa de las calamidades que acarrea un hecho al parecer tan inocente y afectivo como el de regalar uno de estos ubicuos aparatitos: dependencia, sometimiento, desesperación. Un infierno florido, como lo llama el autor de Rayuela, que seguramente de haber estado al tanto de los últimos avances en cronobiología hubiera cargado mucho más las tintas e imaginado avatares aún más tormentosos. Es que pasan los años y la biología poco a poco va desentrañando el mecanismo y los caprichos del reloj biológico, aquel tirano –y no tanto– engranaje genético que determina los momentos del día de máxima alerta de un individuo, por ejemplo. Una de las científicas que participa en esta especie de disección cronobiométrica, si existiese tal palabra, es la bióloga María Fernanda Ceriani, directora del Laboratorio de Génetica del Comportamiento de la Fundación Instituto Leloir.
–Un momento: no lo hago sola. Somos unas diez personas. En el laboratorio trabajamos con Drosophila, que es una mosquita de lo más simpática.
–¿Es la mosca común y corriente, la mosca que se ve en las casas?
–No, no, para nada. No es esa mosca grandota y desagradable. Esta es una mosca muy simpática con unos ojos enormes y muy lindos.
–Veo que desarrolló cierto cariño hacia ellas.
–Tienen todo mi afecto.
–Aún no me dijo todavía qué hacen con ellas.
–Bueno, usamos estas mosquitas como modelo para estudiar el comportamiento desde el punto de vista molecular y celular. Nos interesa entender cómo el comportamiento va cambiando a lo largo de la vida del bicho. Esto, digamos, lleva a que usemos Drosophila como modelo para estudiar el reloj biológico, y los procesos de neurodegeneración y envejecimiento. Las moscas tienen algo parecido a los ciclos de sueño y vigilia del ser humano, que llamamos “ciclos de actividad y descanso”.
–¿La mosca duerme entonces?
–Sí. De hecho, si no las dejás dormir las moscas al día siguiente duermen más, si les das anfetaminas duermen menos. Y si les das antihistamínicos, los mismos que toman los humanos, las moscas duermen mucho más. Además, si se las priva completamente del sueño, al cabo de un tiempo mueren.
–Todo muy bien, pero de la mosca al ser humano hay una cierta distancia... ¿no?
–Desde ya. Yo creo que cuando uno tiene una pregunta tiene que elegir el mejor sistema para contestarla. Si uno quiere identificar genes involucrados en un proceso determinado, elegir modelos que son fáciles de mantener, baratos, que uno puede manejar en grandes cantidades, es una ventaja muy grande. Para esto puede haber tres candidatos: Drosophila, como las que usamos nosotros, el gusanito C. elegans, Zebra fish o ratón. Pero claramente jamás podrías hacer nada de esto en seres humanos. Hacer experimentos en hombres y mujeres para mí no es aceptable desde el punto de vista ético.
–¿Y cuáles son las ventajas de usar Drosophila?
–Tienen un tiempo de generación muy corto y viven un par de meses. Desde que se tiene un huevo fecundado al adulto pasan 12 días, por lo que si querés ver cómo actúan los cambios genéticos en cada individuo no tenés que esperar mucho tiempo. Además, este bichito tiene pocos cromosomas; cuatro en vez de 23 pares. Y la ventaja es que está el genoma secuenciado; tiene 15 mil o 18 mil genes.
–¿Se preguntó alguna vez por qué los seres vivientes tienen reloj biológico?
–Y... sí. Por empezar, es universal: lo podés ver tanto en bacterias, algas azul-verdosas unicelulares fotosintéticas hasta el hombre. Se podría decir que es una ventaja adaptativa el hecho de tener un reloj biológico a tono con el ambiente. Tiene mucho que ver con el “fitness”, o sea, la capacidad productiva de una especie en la Tierra a lo largo de las 24 horas del día. La existencia de los ritmos circadianos, como también se lo conoce al reloj, está asociada al hecho de que el planeta rota. Siempre lo vas a encontrar en la especie que sea. Es un rasgo muy evidente en el desarrollo de la evolución.
–Podría pensarse que el reloj es más bien una metáfora.
–Sí, puede ser. Lo que presumiblemente hace el reloj es preparar al organismo para el momento en que está viviendo. El reloj interviene en la regulación de la temperatura corporal, la variación de presión arterial y la secreción de hormonas. Pero pensar en términos del hombre es más complejo que pensar en moscas: el entorno social es un formador de tiempo también. La luz solar no es el único factor que “pone en hora” al reloj. Lo que le pasa al hombre no es lo mismo que le pasa a un bicho. Los insectos reciben la información del ambiente a través de la luz, la temperatura, las mareas, por ejemplo.
–Pero las Drosophilas también tienen algo parecido a una actividad social.
–Sí, y pueden llegar a resetear sus ciclos. En los humanos es más complejo: vivimos con luz eléctrica y la actividad social es muy cultural. Pero eso no hace que las personas tengan mutaciones en los genes que los hacen así.
–Entonces, ¿todos tenemos un reloj más o menos parecido?
–No siempre.
–No es relojería suiza parece.
–Y, no. El reloj, hablando con más precisión, es un conjunto de genes cuyos mensajeros y proteínas en general cambian de niveles a lo largo del día. Es una exageración lo que voy a decir pero si uno le sacara una foto a una célula y mirara algún componente del reloj podrías estimar qué hora es para ese bicho. O sea, en cierto momento del día hay proteínas que están y otras que no en el núcleo o en el citoplasma. Lo que me parece sumamente curioso es que desde Drosophila hasta el hombre, pasando por el ratón, la rata y el hámster, los genes que se han identificado como importantes para el funcionamiento de este reloj biológico endógeno aparecen una y otra vez. No son iguales porque la evolución operó sobre los organismos y en el caso de Drosophila suele haber un gen para una cosa mientras que en el hombre suele haber muchos más.
–¿Qué tipo de experimentos hacen?
–Muchos y distintos. Cuando diseñamos experimentos para mirar las propiedades del reloj les sacamos el ambiente a las moscas. Las sincronizamos primero y después las ponemos en una condición de aislamiento: sin luz o con luz, porque justamente queremos estudiar las propiedades del reloj, no las propiedades del reloj sumadas al impacto que el ambiente tiene sobre él. Los individuos que tenemos son jovencitos y los ponemos en un tubo con comida y un taponcito que permite el pasaje de gases porque si no estaríamos ahogando a las pobrecitas moscas, y tenemos un sistema que llamamos monitor de actividad. La mosca tiene un comportamiento estereotipado que cuando tiene hambre o sed se acerca a la comida, come y después se aleja. Estos desplazamientos a lo largo del tubo interrumpen un haz de luz infrarrojo que está conectado a una computadora. Entonces lo que hacemos es tener un registro de toda la actividad de esas moscas a lo largo de dos semanas de experimento. Con eso sabemos si esa mosca es salvaje, o sea común, o tiene una particularidad especial que nos puede interesar.
–Hablando de los genes y el comportamiento, en esto está siempre presente el riesgo de caer en el determinismo genético.
–Sí, es un peligro. Que esto no se interprete como que cualquier comportamiento está controlado por genes. Nosotros analizamos genes que codifican tal proteína y esa proteína, ¿con quién interactúa para hacer lo que hace? Y cuando no está bien, ¿qué relaciones causa? Yo creo que los genes tienen un impacto importante en el comportamiento, pero no todo lo comportamental está regulado por un gen.
–Es lo que se intenta hacer creer con los anuncios del descubrimiento de la homosexualidad o de la violencia.
–El comportamiento es más complejo que simplemente lo que hace un gen. En Drosophila se encontró un gen que regula el reloj y se lo llamó period. Pasó mucho tiempo hasta encontrar los genes homólogos en los seres humanos. Pero finalmente los encontraron y son tres. El control circadiano de los ciclos de sueño y vigilia es menos complejo que otro comportamiento como la agresión o la personalidad. Lo riesgoso es generalizar y pensar que un gen determina tal cosa. Así habría cura para todo y se haría terapia génica para cada rasgo no deseado; sería absurdo.

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