CONTRATAPA

La barbarie debe ser frenada

“El gobierno de Cuba es una aberración en el hemisferio
occidental”
Colin Powell, secretario de
Estado norteamericano.

Por Cuauhtémoc Cárdenas *

El señor Powell debiera darse cuenta de que no existe hoy, ni en el hemisferio occidental ni en el oriental, aberración mayor que el gobierno asesino del cual él forma parte, que envió sus fuerzas para matar y destruir en Irak y Afganistán. Por otra parte, otro funcionario de la misma dependencia, siguiendo los pasos de su jefe, declaró a su vez: “Estamos buscando a quienes sirvan mejor a nuestro interés de respaldar la democracia en Cuba”, y quienes pueden servir al Departamento de Estado no pueden ser otros sino aquellos dispuestos a servirle de mercenarios para subvertir el orden, con buena paga y pertrechos estadounidenses, para llevar a Cuba a la férula de George W. Bush y a la expoliación de sus viejos dueños. La ley del más fuerte, que no es más que la ley de la selva, no puede, no debe seguir rigiendo al mundo.
Quienes antes que otra cosa somos defensores de la vida, condenamos enérgicamente, no podemos estar de acuerdo, con la aplicación de la pena de muerte en ninguna parte del mundo, no podemos estar de acuerdo con los fusilamientos en Cuba, ni con las lapidaciones en Nigeria, ni con las ejecuciones en la cámara de gas o en la silla eléctrica en Estados Unidos, o con la muerte lenta y cruel a la que el gobierno de este país ha condenado, sin juicio alguno, a los prisioneros afganos que mantiene enjaulados en la base militar de Guantánamo.
Debemos reconocer, sin embargo, que en este caso reciente, tan doloroso como otros anteriores en muchas otras partes, se aplicó la ley con base en como los cubanos se han dado sus leyes. Mi posición personal es que Cuba, Estados Unidos, México, para los casos todavía previstos en nuestras leyes en los que es aplicable la pena de privación de la vida, y todos los países donde esté vigente alguna disposición similar, debieran ya acatar y sumarse a la resolución de Naciones Unidas, que sin duda corresponde al sentir mayoritario de todos los pueblos, y eliminar de su legislación la posibilidad de aplicación de esa pena, que es inhumana, autocrática y anacrónica.
Ahora bien, lo que en cualquier caso resulta inadmisible es que una nación, trátese de la que se trate, intervenga por la fuerza en los asuntos internos de otra.
América latina ha conocido muy amargas experiencias con las intervenciones estadounidenses en sus asuntos internos. En el siglo que hace poco terminó, numerosos países nuestros vieron su suelo herido por la bota extranjera: Cuba, Nicaragua, Haití, México –recordemos la entrada de los rangers a nuestro territorio para ahogar en sangre la huelga de los mineros de Cananea y la fracasada expedición punitiva que encabezó Pershing contra Villa–, Guatemala, República Dominicana, Granada, Panamá, donde la intervención estadounidense además de sembrar de cadáveres nuestras tierras, impuso sangrientas y expoliantes tiranías, de cuyo paso por el poder aún no se reponen los pueblos que las sufrieron.
Quiero argumentar contra la intervención extranjera trayendo a la memoria acontecimientos que seguramente muchos mexicanos recordamos bien: el fraude electoral masivo que se cometió en agravio de todos los mexicanos en 1988, del que surgió un gobierno carente de legitimidad, que además de saquear al país, cerró con más fraudes y por la fuerza canales de expresión democrática, que sólo la determinación y el valor del pueblo mexicano han logrado reabrir. En ese esfuerzo fueron ultimados más de medio millar de militantes democráticos y esos crímenes permanecen impunes. A pesar de ello, nadie de los comprometidos en esa lucha desde muy diversas trincheras pensó en algún momento en recurrir a la fuerza militar del vecino para que viniera a arreglar nuestras cosas y a imponer la democracia, que hubiera sido su democracia, en nuestra tierra. Tuvimos confianza en la razón de nuestra causa y en nuestras capacidades para transformar la realidad mexicana.
Entonces, desde todo punto de vista, debe rechazarse la pretensión estadounidense para intervenir ahora en Cuba, como seguimiento a sus desmanes en Afganistán y en Irak, como habría que rechazar con el mismo coraje, si existiera la fuerza capaz de hacerlo, cualquier intervención del exterior para echar del gobierno de Estados Unidos a los asesinos que se han atrincherado en él.
Así como los mexicanos, aun yendo cuesta arriba y tomando más tiempo que el deseado, estamos resolviendo nuestros problemas y no queremos que nadie venga a imponernos su voluntad y sus visiones de la vida, así exijamos también que se respete el derecho del pueblo cubano a decidir por sí sus destinos.
La amenaza que se cierne hoy sobre Cuba es real y la barbarie debe ser frenada.

* Fundador y máximo dirigente del Partido de la Revolución Mexicana (PRD). De La Jornada. Especial para Página/12.

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