CONTRATAPA

Cuidá los palos, Barbosa

 Por José Pablo Feinmann

La angustia del arquero no es el penal. Ahí está solo, tal vez. O acaso lo vemos solo. Tiene la responsabilidad de encarnar en sí la totalidad del equipo. Pero, en un mero análisis estructural, cada jugador que recibe una pelota, sea un wing, un volante, un marcador de punta o un número diez, con el peso que tiene ese número en este deporte, asume la totalidad del equipo. El famoso toco y me voy de Luis Pentrelli (ver contratapa de Juan Sasturain, que sabe de esto largamente más que yo, del 24 de marzo de 2004) expresa esta condición del fútbol en tanto totalidad y estructura en constante destotalización. Pentrelli tocaba, en el momento de tocar el equipo era él, cuando el compañero recibía su toque el equipo era el compañero. Pero como el fútbol es totalidad en movimiento, Pentrelli se iba. ¿A dónde? No a visitar a la vieja y a tomar mate con ella el resto de la tarde. No, Pentrelli, que era un estratega, se iba a una nueva posición. Al irse la creaba. “Ahora estoy aquí. Devolvémela.” El compañero se la devuelve. Ahora el equipo vuelve a encarnarse en Pentrelli. Que alza la cabeza (algo fundamental en el fútbol de la totalización y la estrategia) y le pega a la pelota. Algunos se desconciertan. ¿Para dónde la tiró? En principio, para el vacío, para donde no hay nadie. En el fútbol, donde no hay nadie, hay nada. En suma, la tiró a la nada. Algo que en lenguaje popular se expresa como “a la mierda”. (Esta identificación, entre nada y mierda, quedará para otro texto.) Que la haya tirado a la nada es sorprendente para todos. Para el rival y para los que miran el partido. ¿Qué hizo, desperdició una pelota que él mismo venía preparando en paredes? No, el armador, el jugador que ve el partido como una totalidad, el estratega, sabe (vio) que hay un jugador propio que puede llegar a esa pelota antes que nadie. Se la tira, entonces, al claro. Donde el compañero la tiene que ir a buscar. Si el compañero la busca, Pentrelli ya estará (se habrá ido) a otro espacio de la cancha, el más apto, el más descubierto, para recibirla, donde el compañero tiene que devolvérsela. Este no es un mecanismo que ineluctablemente terminará en la red contraria. Pero voy a esto. Que el señor Peter Handke no crea que inventó algo con eso de la “angustia” del arquero. Cada jugador que recibe una pelota está solo y tiene sobre sí la responsabilidad del equipo entero. En el penal, al contrario de lo que se cree, el shoteador está más solo que el arquero. Hugo Gatti lo decía. Se lo decía a algunos compañeros. No hay que preocuparse con los penales. Uno no tiene la obligación de atajarlos. Hay que elegir una punta y tirarse para ahí. Si acertaste, lo atajás. Algo, en esto, exageraba el Loco Gatti, gran arquero al que jamás querría en mi equipo, como a Higuita, los locos son lindos para verlos, pero cuando juegan de tu lado te hacen sufrir como locos que son, porque no siempre que acertás la punta atajás el penal. Como le dijo el árbitro a Delem cuando fue a protestarle porque Antonio Roma se había adelantado en esa famosa final entre River y Boca, que la Vaca Voladora (como le decían los hinchas de River para diferenciarlo del gran Amadeo que era tesoro de ellos) había atajado dándole el campeonato a Boca porque sí, absolutamente sí, se había adelantado tanto como para darle la mano a Delem y desearle suerte con su tiro penal, “penal bien pateado”, le espetó el árbitro a Delem, “es gol”. La angustia del arquero no está entonces en el penal. Si penal bien pateado es gol, la angustia la tiene el que patea al arco. Si hasta la prensa deportiva lo dice así. No suele decir: “B atajó brillantemente el penal que tiró Z”. Al contrario: “Z desperdició un penal de gran importancia para su equipo”. Entonces, señores, la cosa no es como propone Peter Handke en La angst (angustia, ¡qué palabra!, ¡cómo suena en alemán!, ¡qué prestigio tiene desde que evoca al mejor Heidegger, al mejor Sartre!) del arquero ante el penal (que el Dios del fútbol no permita que nuestra palabra penal sea reemplazada por penalty, es un ruego nomás). La angustia no es la del arquero es la del ejecutor, la del que patea el maldito penal. Unamos los dos casos citados. Gatti dice: Que el penal no te importe. Nunca la culpa la va a tener el arquero, no tiene obligación alguna de atajarlo. Vamos a la final River-Boca de 1962 (en 2012 se cumplieron 50 años): faltaban diez minutos para terminar. Se jugaba el campeonato. De pronto, el árbitro Nai Foino da un penal inexistente para River. Artime se había tirado en el área y el árbitro jugó a créerle: pitó el penal. Roma se apoya contra su poste derecho y se mantiene ajeno al escándalo. Finalmente las cosas se aquietan. El elegido es Delem. Que quede claro: si hay un angustiado, alguien en quien se depositan todas las esperanzas de su equipo (tanto como en la famosa figura del arquero) es el brasileño Delem. La actitud del árbitro Nai Foino es bastante loca en todo este trámite. Pero no importa. Le regaló un penal a River. Veamos qué hace ahora. Delem frente a la pelota. Roma agazapado en medio del arco. (Además, los de River podían decirle lo que se les cantara a Roma pero tenía un temple superior al de Amadeo. Era de esos guardametas hechos de acero. Puse “guardametas” porque arquero me rimaba con acero. Mis disculpas.) Tira Delem y Roma, como dijimos, se adelanta mucho, pero mucho. Hoy nadie le valida esa atajada. Cuando Cejas le atajó dos penales seguidos a Tarabini, el árbitro se los anuló por “adelantamiento”. Y Agustín, al lado de Roma, apenas si se había portado un cachito mal. Roma sale corriendo del arco, alcanza a ver la dirección de la pelota, se tira hacia su derecha y la rechaza. Y chau, se acabó. Roma es el héroe, el sacrificado es Delem. Y todo River que tendrás que esperar 17 años para volver a ser campeón.

Creo que la angustia del arquero se da en todas las jugadas menos en el penal. Si –como le dijo Nai Foino a Delem y a los de River– “penal bien pateado es gol” entonces el arquero es poca su responsabilidad. ¿Tendría que atajar los penales mal pateados? Un poco, sí. Pero tampoco. Porque si el arquero elige una punta la pelota puede entrar mansita por la otra. Como dije: la angustia del arquero se da en todas las jugadas. Ya se sabe: todo error que cometa termina casi siempre en gol del adversario. Pero, en mi opinión, la jugada más dramática del arquero. La de la duda que crea la angustia existencial es: ¿cubro el primer palo o me anticipo al centro atrás? Esto le ocurrió al arquero más trágico de la historia de un puesto, de por sí, trágico. Porque si bien es cierto que la totalidad del equipo se encarna en cada jugador que toma la pelota, el error del arquero, según sabemos, es el error final. Detrás del arquero sólo está la red. Nadie puede corregir su error. Algún compañero podrá despejar una pelota que no pudo retener. Pero si no está ese compañero (y suele no estar: pensemos en Oliver Kahn y su error inverosímil en la final de Brasil: luego de haber atajado todas las pelotas imposibles no pudo retener la más sencilla y Ronaldo lo sacrificó), la única que está, la que siempre está, es la red.

Moacir Barbosa era el arquero de Brasil ante la final con Uruguay en la final de la Copa del Mundo de 1950, que se jugaba en el Maracaná. Muchos no sabrán nada de ese trágico episodio (hubo de todo: hasta suicidios), otros vagamente lo recordarán, pero existió un hombre, un desdichado, que lo llevó clavado en su alma hasta el último de sus días. (No hace mucho que murió. No tengo ganas de buscar la fecha en Internet. No es relevante. Llenamos nuestras páginas con datos y nos olvidamos de pensar.) Es Moacir Barbosa, el arquero de Brasil. Todo Brasil tenía la certeza del triunfo. Los once jugadores también. Pero con una enorme diferencia: el partido tenían que ganarlo ellos. Esto, se confiese o no, es terrible. Es la angustia de todo un equipo ante un pueblo que da por descontado que le otorgará la alegría de un triunfo. Todo estaba listo para el despliegue de la descomedida fiesta. Podría extenderme mucho sobre ese partido. De hecho, habría que hacer algo ambicioso y creo que aún no se ha hecho. Me dijeron que anda por ahí un documental de HBO. Pero no sé si los gringos podrán entender a personajes tan complejos como Barbosa u Obdulio Varela. Este último era el capitán de Uruguay y les dio a sus compañeros el coraje de ir al frente, que el director técnico, temeroso, les había negado para no perder por goleada. La cuestión es así: empataban uno a uno. El partido agonizaba. Brasil no vencía por un marcador abultado pero con ese marcador se consagraba campeón. De pronto, el uruguayo Ghiggia se escapa por la derecha, se acerca al arco de Barbosa, que era negro, todavía había mucho racismo en esa época, y que era –también– un arquero excepcional. Aquí se produce la jugada de mayor angustia del arquero. Barbosa se habrá dicho: “¿Qué hago? ¿Salgo a taparlo a Ghiggia? No, el arco queda desguarnecido. Lo espero”. Ghiggia se sigue acercando. Y aquí está el centro de la cuestión: ¿Ghiggia tirará al primer palo o cruzará la pelota al medio, hará el centro atrás? La mayor tragedia de un arquero es que ante una jugada se le ocurran dos cosas a la vez. No hará bien ninguna de las dos y la tendrá que buscar en la red, el más penoso de sus viajes. Barbosa se juega por el centro atrás. Al hacerlo, como es inevitable, descuida el primer palo. Ghiggia la mete por ahí. Gol de Uruguay. Uruguay campeón del mundo. “No mires a ese hombre. Hizo llorar a todo un pueblo”, le dirá una mujer a su hijo en los años ¡noventa! Tanto duró (hasta siempre) la condena de Barbosa. Todos lo culparon. Y no fue un gran error. El de Oliver Kahn, sí. No retener la pelota es el error imperdonable del arquero. (No siempre: un balazo de Messi posiblemente no haya arquero que lo pueda retener, sólo manotearlo.) Pero la pelota que ofrece Kahn en rebote era fácil, aunque envenenada. Pero el gol de Ghiggia fue el típico gol: primer palo o centro atrás. Hay que ser un habilidoso para meterla en el primer palo. No todos se atreven. Ghiggia se atrevió y Barbosa terminó cortando el césped del Maracaná, el lugar de su tragedia. Tabaré Cardozo le escribió una canción: Cuidá los palos Barbosa/ Del arco del Brasil/ La condena de Maracaná/ Se paga hasta morir.

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